Análisis

La pregunta

El PSPV planificó una campaña en la que el elector ha de decantarse entre Mazón y Puig, mientras el líder del PP intenta romper ese marco que los socialistas le proponen e interpelar de otra forma: ¿a quién quiere usted, a Feijóo o a Sánchez?

Mazón y Puig, en una reunión en el Palau de la Generalitat. | KAI FORSTERLING/EFE

Mazón y Puig, en una reunión en el Palau de la Generalitat. | KAI FORSTERLING/EFE / JuanR.Gil

Juan R. Gil

Juan R. Gil

José Manuel Orengo, veterano exdirigente socialista refugiado ahora en la empresa Baleària, explicaba hace unos días que, a la hora de planificar una campaña, lo primero para una organización política es decidir qué pregunta le va a hacer a los electores. En torno a esa pregunta se articulará toda la estrategia electoral y esa pregunta será la que condicione el necesario diálogo entre el candidato y sus potenciales votantes. Determinar cuál es la pregunta, por tanto, es el primer paso, probablemente no suficiente pero desde luego sí necesario, para aspirar a ganar.

La pregunta que el PP está lanzando a los ciudadanos cara a las elecciones autonómicas que se celebrarán en la Comunidad Valenciana, junto a las municipales, el último domingo de mayo, es clara y directa: «¿Quiere usted echar a Sánchez del Gobierno?». La explicitó de forma diáfana el candidato popular a la presidencia de la Generalitat, Carlos Mazón, a principios de este mes, el mismo día en que Ximo Puig firmó el decreto de disolución de las Corts Valencianas, cuando situó a la Comunitat como antesala del cambio a escala nacional. Lo que Mazón planteó en su declaración institucional de ese día es que, si alguien quería cambiar el Gobierno de España, primero tenía que cambiar el de la Generalitat; que la condición sine qua non para sustituir a Sánchez por Feijóo era, primero, ponerlo a él en el Palau y desalojar del mismo a Puig.

Formulada así, la pregunta tiene claras ventajas. Es sencilla, concisa. Se puede enhebrar fácilmente un discurso efectivo en torno a ella porque es cerrada: aparentemente, sólo caben dos respuestas, o sí o no. Consciente de las dificultades que su proyecto tiene todavía para cuajar en una mayoría de gobierno, el candidato Mazón aprovecha el supuesto tirón de su líder nacional, pero sobre todo el rechazo que aparentemente suscita el presidente Sánchez, para disparar por elevación. Si el discurso al que el PSPV quiere llevar la campaña es que esto es entre él y Puig, Mazón plantea que esto va de si Sánchez debe seguir o hay que sacarlo de La Moncloa, situando las elecciones autonómicas como unas primarias para que ese cambio se produzca. «Hoy comienza el cambio en la Comunitat Valenciana y en España», dijo el líder popular. Lo uno va con lo otro. Más claro, agua. Tiene otra ventaja añadida la pregunta y es que es la misma que pregona Vox. Con lo que los huevos que no caigan en su saco pueden acabar en el otro. Pero al final, ambos terminan armando el mismo cesto.

Eso no significa que la interpelación al electorado de Mazón no esté exenta de riesgos. El primero y más evidente, el de devaluar la propia esencia de las elecciones autonómicas, convirtiéndolas en una mera estación de paso en el camino hacia el final de etapa, el que al parecer se considera el más importante, que es el de las legislativas que se celebrarán en diciembre. Resulta, en ese sentido, una grave contradicción que el candidato del PP a presidir al Generalitat Valenciana vaya a Madrid a proclamar que con él «la senyera no se inclinara ante nadie porque el pueblo valenciano tiene identidad propia», al mismo tiempo que el énfasis se pone en que València es el principio de la Reconquista. Una Reconquista que, dicho en mayúsculas, se dirime en el Estado, y no en la autonomía. También, obviamente, el de minusvalorar la propia posición, desde el punto y hora en que, así planteado, el candidato principal es Feijóo y el subalterno Mazón, que lucha contra Puig no para cambiar este gobierno, sino sobre todo para cambiar el de la nación.

Pero, dicho esto, no deja de ser una estrategia, la de Mazón, inteligente y con posibilidades de dar frutos. Si el PSPV planificó una campaña en la que el elector tuviera que decantarse entre Mazón y Puig, a quién quiere usted de presidente, el líder del PP lo que intenta es romper ese marco que los socialistas le proponen e interpelar de otra forma al elector: ¿a quién quiere usted, a Feijóo o a Sánchez? Tratando de asentar que, si la respuesta es que no quieren a Sánchez, entonces no vale votar a Puig y hay que apoyarle a él.

La cuestión es que, con las elecciones ya convocadas, si la pregunta que Mazón le hace al electorado y en torno a la que hilvana toda su estrategia, está clara, la que Puig envía al suyo resulta, a día de hoy, algo más complicada de concretar. Y, por tanto, bastante más arriesgada. Por lo visto hasta aquí, esa pregunta sería si cree el votante que el Consell presidido por Ximo Puig -el Botànic, según el día y la hora en que se haga la correspondiente declaración- ha gestionado bien esta Comunidad y merece por ello seguir dirigiéndola. El principal problema salta a la vista: la pregunta no es cerrada. Un elector puede contestar afirmativamente («sí, creo que se ha gestionado bien la Comunidad») y, sin embargo, votar por un cambio. Ambas cosas no se contradicen entre sí.

Pero no sólo la apuesta es compleja por eso. También porque exige «encapsular» (verbo que utilizaba esta semana mi compañero de Levante Alfons García) la Comunidad, aislándola de lo que ocurre en Madrid. Y ese es un empeño de titanes, porque Madrid no sólo es un agujero negro y una caja de resonancia maldita, sino que también es el norte y guía de todos los que compiten en esta campaña junto a Puig. No sólo de la derecha de Mazón o la ultraderecha de Carlos Flores, el candidato impuesto por Santiago Abascal cuyo activismo político en València se resume en unas cuantas tertulias y una condena por malos tratos. También de Esquerra Unida, Podemos y Compromís, los socios indispensables de Puig como Vox lo es de Mazón, a los que la irrupción de Yolanda Díaz con Sumar les obliga a moverse más en clave de política nacional que local. Sumar puede ser una buena maniobra cara a las elecciones de diciembre, donde está en juego el gobierno de España. Pero hasta aquí lo único que ha hecho es introducir furia y ruido en unas autonómicas en las que, paradójicamente, no compite. Baldoví lleva los mismos días atacando a Podemos que Illueca descalificando a Compromís. Y el lío es de órdago: ¿qué campaña apoyará la vicepresidenta, la de Compromís, que acudió a su presentación, la de Podemos, formación a la que aún pertenece pero que le hizo el vacío, o ninguna, a riesgo de quedar como frívola o como irresponsable? Aunque hayan firmado un pacto para concurrir juntos, ¿es posible que Esquerra Unida y Podemos hagan la misma campaña aderezada con los vídeos de Podemos acusando de «izquierdita cobarde» a EU? En una campaña en la que toda la izquierda estaba de acuerdo en que su principal enemigo era la desmovilización, ¿a cuántos de sus electores están señalándoles unos y otros el camino de la abstención?

Gestión, gestión, gestión. Hasta aquí, ese ha sido el mantra de Puig. Y nadie podrá decir que no es coherente con su ejecutoria, en la que ha tratado desde la presidencia de ocuparse de las personas y de las cosas, antes que de los sesgos y los dogmas. Pero al mismo tiempo, Puig ha debilitado hasta extremos antes nunca vistos su partido, y ahora la falta de engrase de esa monumental estructura se está notando. Y el desconcierto en esta fase definitiva de la carrera electoral entre los suyos es vox pópuli. Todos tienen claro que, si ganan, será por él. Pero nadie entiende por qué, habiéndoselo puesto tan fácil Mazón con aquellas primeras vallas del «sonríen, ya se van», ha renunciado a plantear la pregunta que esperaban. Que no era la de si quieren que este gobierno siga, sino la de si los electores están dispuestos a que el PP vuelva.