ANÁLISIS

Cada mesa un Vietnam

El empate técnico en el que se mueven las encuestas, con unas dando victoria por la mínima al bloque de derechas y otras adjudicando el mismo margen estrecho al de izquierdas, auguran una campaña difícil y una jornada electoral tensa

Un hombre, ante una mesa con papeletas de los distintos partidos en un colegio electoral en las elecciones de 2019. | ALEX DOMÍNGUEZ

Un hombre, ante una mesa con papeletas de los distintos partidos en un colegio electoral en las elecciones de 2019. | ALEX DOMÍNGUEZ / JuanR.Gil

Juan R. Gil

Juan R. Gil

No descubro nada nuevo si digo que las elecciones autonómicas que, escoltadas por las municipales, se celebrarán el último domingo de este mes que principia serán las más reñidas de cuantas han sucedido en la Comunitat Valenciana desde la aprobación del Estatut. Más incluso que las que en 1995 pusieron fin a una primera etapa de doce años de gobiernos socialistas y dieron paso a cuatro lustros de mandatos populares, que siempre se citan como precedente.

El bloque de la izquierda (PSOE/Compromís/Unidas Podemos) ha gobernado esta última legislatura con una ventaja de cuatro escaños (52 a 47) sobre el de la derecha. Las encuestas hablan ahora de una posible inversión de los términos, con un Consell formado por el PP y Vox con esa misma diferencia de escaños. Pero no cierran la puerta a un tercer Botànic, que en todo caso también se impondría por la mínima. En definitiva, la demoscopia se mueve en el terreno del empate técnico entre bloques y con las dos principales fuerzas políticas, socialistas y populares, lejos de alcanzar por sí solas la mayoría absoluta y, por tanto, condenadas a gobernar acompañados de otros.

Así las cosas, ahí van cuatro cuestiones de cuyo desarrollo dependerá finalmente el resultado que deparen las urnas el 28M.

1.Movilización. En los últimos meses se ha repetido hasta la náusea el mantra de que el electorado de izquierdas está desmovilizado, mientras que la derecha mantiene el suyo en estado de suma excitación. En líneas generales, es cierto. Pero a día de hoy habría algunas matizaciones que hacer. Como mínimo, habría que decir que una parte del electorado de izquierdas parece desperezarse mientras otra parte del de derechas muestra, al menos en lo tocante a esta autonomía, signos de desorientación que no cabía esperar a estas alturas.

Ya hemos dicho que los socialistas lo han fiado todo a la figura de Ximo Puig, el único de los candidatos de 2019 que repite, que afronta las elecciones con la indudable ventaja de hacerlo desde una presidencia que, pese a sostenerse sobre tres partidos, está muy consolidada. Ese formato presidencialista, y la propia competencia entre esos mismos partidos en el campo de la izquierda, ha hecho que los socialistas estén viviendo unos prolegómenos a ratos desconcertantes, con una estrategia dirigida no tanto a poner en valor la gestión de un gobierno cuanto la gestión de la persona que dirige ese gobierno. Lo cual a su vez ha provocado una evidente desconexión entre el candidato y su aparato, y el partido y el suyo.

El socialismo, pues, al menos hasta aquí, no ha venido actuando como un ejército disciplinado, con un plan de batalla definido en todos sus pasos y transmitido de arriba abajo. Pero ejército es, y no pequeño, y tiene un general al mando y un objetivo, con lo que aunque sólo sea por inercia en las últimas semanas ha empezado a dar pruebas de haberse puesto en marcha. Lo más difícil era encapsular la Comunitat Valenciana para que el ruido de la política nacional le afectara lo menos posible, y en ese terreno pantanoso Ximo Puig de momento está consiguiendo bordear el légamo sin enfangarse. Mazón, como es lógico, trata de llevarlo ahí, pero muchos días parece un boxeador pegando puñetazos al aire. Que Sánchez, con polémicas o sin ellas, siga marcando la agenda y Feijóo se limite a replicarla con desigual fortuna, tampoco es que ayude mucho al líder del PP regional.

Compromís y Unidas Podemos, socios necesarios para que Puig revalide presidencia, tienen un problema mayor. Ambos carecen de un liderazgo, no digo fuerte, sino ni tan siquiera motivador. Y siguen enzarzados en una disputa tan inútil como ridícula, cual es dedicar tiempo y energías a discutir a quién quiere más la vicepresidenta Yolanda Díaz. Resulta inevitable tener la impresión de que muchos dirigentes de ambas formaciones prefieren criticar el mundo antes que cambiarlo; ser oposición (ahora que es tan cómodo que ni siquiera hay que pisar la calle, porque vale con escribir un tuit) antes que gestionar un gobierno. Pero conforme se acerca el día de ir a votar también parece que sus potenciales electores no se resignan a perder el poder.

En el caso de Compromís, eso es algo que se ve en las encuestas, que le otorgan una llamativa fortaleza para todo lo que les ha llovido en estos últimos cuatro años. En el de Podemos, lo que sorprende es que aún tengan posibilidades de superar el 5% de los votos y seguir siendo decisivos en las Cortes, cuando ni en esta ni en la anterior legislatura han hecho otra cosa que purgarse entre ellos. La situación es en todo caso tan errática que en algún momento de este último tramo de la carrera electoral el PSOE tendrá que decidir si juega, como tantas veces y con tanto éxito hizo en el pasado, la carta del llamamiento al voto útil, o la descarta por demasiado arriesgada. Porque lo cierto es que parece haber un elector de Podemos dispuesto a no quedarse en casa e ir a votar. Lo que no sabe ese elector es si en esta comunidad vale la pena votar a Podemos.

Los analistas dan por probable que el PSOE gane Castellón y por seguro que el PP conseguirá Alicante. Lo que está abierto es Valencia, donde opera Compromís

2. Desconfianza. Escribimos aquí que el PP tenía una pregunta clara que hacer a los electores: «¿Quiere usted echar a Sánchez del Gobierno?». Con ello condicionaba la respuesta («si quiere echarlo, antes tiene que votar a Mazón»), lo que indudablemente puede darle sus frutos. La devolución del recado por parte de los socialistas está siendo fomentar la desconfianza en la figura del líder popular y su capacidad para presidir el Consell. Poner un abismo de distancia entre presidente y aspirante, evitando todo lo posible que el segundo aparezca nunca en el mismo plano que el primero. Puig elude casi siempre el cuerpo a cuerpo con Mazón. Y casi nunca nombra a Feijóo.

Mazón se ha esforzado desde que resultó elegido para liderar la candidatura del PP a la presidencia de la Generalitat en darse a conocer en Castellón y en Valencia y en transmitir confianza. Pero aún no lo ha logrado del todo, y cada vez tiene menos tiempo para conseguirlo. Ese es su talón de Aquiles. Y lo sabe. Por eso tomó una decisión tan llamativa como la de colocar en la cabecera de lista de Castellón a Alberto Fabra. Es inaudito que un expresidente de la Generalitat opte a ser diputado raso (y es seguro que no estará mucho tiempo en ese puesto, pase lo que pase). Pero necesitaba poner a alguien allí suficientemente conocido. Y por la misma razón no le quedó otra que transigir con que María José Catalá hiciera doblete: candidata a la Alcaldía de València y cabeza de lista a las Corts por esa circunscripción, a pesar de los riesgos que ello conlleva. Porque no hay que olvidar que el Estatuto valenciano exige tener escaño para poder presidir la Generalitat, aquí un Tamames no podría protagonizar una moción de censura. Por eso Rita Barberá nunca consintió no tenerlo, y lo compatibilizó con ser la dueña del Ayuntamiento de València. Por si acaso defenestraban al titular del Palau, ya fuera Zaplana, Camps o el lucero del alba. Pues en la misma posición va a estar situada ahora María José Catalá, en el per si de cas.

En el fondo, Mazón tiene algunos problemas parecidos a los que aquejan a Puig, derivados de que ninguno de los dos aspira siquiera a rozar los 50 diputados que otorgan la mayoría absoluta. Si a Puig le está costando poner a funcionar la maquinaria, a Mazón no hay día en que no le salte un tornillo (cuando no es un concejal de Alicante es un candidato de Orihuela) o se le gripe algún mecanismo, ya sea en Calp o en el cinturón de València. Ninguno de los dos, además, puede extremarse, porque ambos necesitan pescar en el enorme caladero de votos y escaños que va a dejar huérfanos Ciudadanos con su segura desaparición del Parlamento autonómico. Pero los dos están obligados también a situar a sus electores naturales ante tesituras difíciles: votar a Puig supone aceptar a sus socios de Compromís y quizá de Podemos, tanto como votar a Mazón implica tragarse un gobierno del que forme parte la ultraderecha de Vox.

Y si los socios de Puig son una fuente de problemas, los de Mazón son un problema en sí mismo. No tienen programa alguno para esta comunidad ni quieren tenerlo, salvo cuatro cosas en torno a prohibir el valenciano y devolver a Madrid competencias. Algo que pone los pelos de punta a no pocos votantes del propio PP, sobre todo en Valencia y Castellón.

En las pasadas elecciones, Vox se benefició de que autonómicas y generales fueron juntas. Ahora que vuelven a ir separadas no está claro cómo les irá

3.El tercero en discordia. Aun con todo, en las pasadas elecciones autonómicas Vox obtuvo un resultado muy relevante: debutó nada menos que con diez escaños, pasando por delante de Podemos. Pero esas elecciones se celebraron el mismo día que las generales. Cuando un mes después tuvieron lugar las municipales, ya sin urna en la que decidir el Gobierno de España, casi el 70% de sus electores no volvieron a votarles. Es lógico: las autonómicas, y se ha demostrado en todas las que se han celebrado desde entonces, no son el territorio de un partido que abomina de las autonomías. Y que desprecia las municipales, sólo hay que ver cómo ponen y quitan candidatos. Así que lo que vaya a suceder ahora con Vox, con unas autonómicas que no van de la mano de las generales, que son las que a sus seguidores les importan, no está claro. Las encuestas le pronostican un ascenso, pero también se lo daban en Andalucía y fallaron. Si no es así, y su votante opta por la papeleta del PP, Mazón puede tener posibilidades de alcanzar el Gobierno con la ayuda de una ultraderecha disminuida. Pero también cabe que no llegue. En 2015, Alberto Fabra ganó las elecciones. Pero los 13 escaños que obtuvo Ciudadanos entonces no fueron suficientes para un pacto que impidiera el primer Botànic. Primero y cuarto no sumaron. Segundo, tercero y quinto, sí. Por eso, todos los expertos en demoscopia llevan semanas reiterando que una de las claves de lo que pase el 28M será quién quede tercero, si es Compromís o es Vox.

Compromís y Podemos siguen perdiendo energías en discutir a quién quiere más Yolanda Díaz

4.El día. Esos mismos expertos dan por seguro que en Castellón (11,5% del censo) las elecciones autonómicas, aunque sea por escaso margen, las ganará el PSOE. Y que en Alicante (35,6% de los votantes llamados a las urnas) vencerá el PP. ¿Y Valencia, que supone la otra mitad del censo? Ahí, que es donde Compromís tiene más fuerza, es donde la batalla está más abierta y por eso Puig tomó la decisión de presentarse por primera vez como candidato por esa circunscripción, en lugar de por Castellón. En 2019, apenas cuarenta mil votos de diferencia (sobre un censo de 3,6 millones) dieron el gobierno al bloque de izquierdas. Aunque el recuento de papeletas siempre depara sorpresas, ahora el margen a favor de uno u otro bloque puede ser incluso menor. Por eso, el propio día de las elecciones puede ser más decisivo que nunca.

Hace medio siglo que el Che Guevara escribió su famoso panfleto en el que animaba a encender el fuego de «uno, dos, tres… Vietnam» en Latinoamérica para acabar con el poder de EE UU. Mucho más recientemente, Enric González utilizó tan poderosa imagen para el libro en el que en 2017 recopiló las reflexiones de un grupo de periodistas sobre este oficio, que tituló «Cada mesa un Vietnam».

Dados los números que se manejan, eso es lo que va a ser la jornada del 28M: cada mesa de cada colegio electoral, convertida en un Vietnam donde validar una papeleta propia o anular la del contrario puede valer su peso en oro. Los periodistas nos fijamos siempre en quienes acompañan a los líderes como jefes de campaña. Pero en esta ocasión, será el responsable del despliegue y control de apoderados e interventores el día D el verdadero y único artista.