La solución está al fondo del pasillo

Familias ucranianas acogidas en Elche cuando estalló la guerra

Familias ucranianas acogidas en Elche cuando estalló la guerra / AXEL ALVAREZ

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

En este convulso mundo de globalización, multiculturalidad asimétrica, supremacismo ideológico y económico, lobbies minoritarios instalados en los círculos de poder para imponer -muchas veces de forma sectaria e inquisitorial- sus postulados; de vulneración sistemática de tu intimidad y de degradación de la dignidad como individuo y como sociedad; en este abandono paulatino, inexorable, de tus derechos y libertades por parte de los políticos que deben defenderlos, de la Justicia que debe ampararlos, de los intelectuales y académicos que deben denunciarlo como obligación ontológica a su propia condición moral de mantener encendida la llama de la democracia y la libertad, de un periodismo más pendiente de conciliarse con el poder que de vigilarlo críticamente; sumado todo ello a la diletante ausencia de esa híbrida articulación llamada sociedad civil, nos lleva a reflexiones -incluidas las posibles alternativas- ciertamente aterradoras. Tengo para mí, y sostengo, que el mundo, en cuanto a los derechos de la persona, la libertad y la democracia, es básicamente binario, con pocos matices entre lo menos malo y lo peor. Valga, por todas, la grotesca referencia a un pasado reciente de Guerra Fría en la que un grupo de países llamados angelicalmente “no alineados” decían no estar en ninguno de los dos bandos. ¿Saben quiénes componían ese grupo? Pues entre otros, algunos de los que ustedes dos, tras una noche de pánico, habrían escogido para formar una de las 16 familias consagradas en la Ley de Familias del PSOE y Belarra: Corea del Norte, Vietnam, Cuba, Afganistán, Irán, Irak, Bielorrusia, Egipto, Guinea Ecuatorial, Angola, Etiopía, Pakistán, Argelia… ¿Suena a chiste? Pues no se rían: del mundo binario actual, a la posible tercera vía, todo sigue sonando a broma, pero macabra.

Sin embargo, resulta paradójico comprobar últimamente lo bien “alineado que está cierto capitalismo dirigido por unas cuantas fortunas e intereses y que controla buena parte del mundo donde habitamos (la zona binaria menos mala), con su némesis de esa otra parte del mundo (la más mala), China, una dictadura sin escrúpulos bajo cuyo paraguas se refugian los otrora “no alineados” como Corea del Norte, Cuba, Irán, media África, tres cuartas partes de Iberoamérica, casi toda Asia e incluso el antiguo gallito Rusia. Todos se llevan bien con China merced a que esa dictadura comunista los está literalmente comprando o, en el mejor de los casos, parasitando mediante el envío de armas, el amparo diplomático ante las aberraciones políticas que cometen, y la protección militar. Ahí se sitúa el dilema, esa solución al fondo del pasillo que lleva a una habitación donde te garantizan, displicentemente, un trabajo de subsistencia a costa de renunciar a las libertades y la democracia. Nunca ha tenido más vigencia la cínica frase del dictador Lenin a un cándido socialista como Fernando de los Ríos (don Pedro aún no había nacido): “¿Libertad para qué?”.

Lo extraño de toda esta reflexión es que fue un socialista canónico, Felipe González (ahora ya no, lo de socialista -o quizá sí, lo de canónico-, por mor de que el PSOE ha sido secuestrado por el metaverso narcisista y parece satisfecho con ese síndrome de Estocolmo), quien en su día afirmó que prefería morir apuñalado en el Metro de Nueva York a vivir en Moscú. Pero la frase la acuñó Felipe cuando aún vestía traje de pana de la época y la épica de “Isidoro”, un apodo de combate, clandestino, antipolicial y quizá algo sobrecargado de romanticismo revolucionario para alguien a quien jamás persiguió de verdad la policía. Y subrayo la profética paradoja de la letal frase de un ex marxista como Isidoro, porque hoy cobra plena actualidad lo metafórico de su funerario dilema: ¿prefieren morir ustedes dos en un mundo en libertad, aún con sus defectos, o vivir en el paraíso terrenal de dictaduras comunistas o teocráticas como China, Cuba, Corea del Norte, Rusia, Irán o Afganistán? Pues eso, miren al final del pasillo y escojan tanatorio; pero no vale halagar las salas de espera del paraíso cubano o chino, y luego vivir en el infierno europeo. Hay que ser consecuentes.

Las libertades y el grado de desarrollo de los derechos humanos en las democracias occidentales no admiten comparación con los modelos vigentes al otro lado del pasillo que nos intentan vender por un plato de lentejas y una minúscula habitación con vistas a la sorprendente complicidad de los plutócratas del mundo capitalista, no, mes amis; ni tampoco se sostiene la venta online de una forzada -por ideologizada y falsa- multiculturalidad con la que conseguiríamos un mundo mejor. Y no lo es porque esos socios multiculturales, su universo, sus ataduras religiosas, políticas e ideológicas, son radicalmente incompatibles con la libertad, patológicamente enemigas de la democracia y furiosamente contrarias a los derechos de la mujer y de las minorías.

No es este, todavía, un funeral por la libertad ni un responso a la púber democracia cuyas hojas de otoño empiezan a caer mientras las campanas a duelo ensayan ya su macabro tintineo. Aún no. De ahí que me asalte -y me permita- el fúnebre antojo de apoyarme en Benjamin Britten, dirigido por Britten, en su Sinfonia da Requiem (no confundir con su estremecedor War Requiem); y, superado el aeternam final, buscar la muleta de salvación binaria enfilando con la soledad de los años el angosto pasillo que lleva a la Cantata Misericordium que Britten condujo con las voces del tenor Peter Pears, su pareja sentimental, y el barítono Fischer-Dieskau. O que me apoye en el inquietante, perturbador libro que ha escrito Manuel Simón, “Cuando los focos dejan de iluminar”, para recordar que la maldad existe. La libertad y la democracia se mueren inexorablemente; lo vemos, lo sabemos; se está tejiendo la tela del sudario con el que las enterrarán, y, sin embargo, nos hipnotiza suicidamente caminar por ese final del pasillo pese a conocer qué nos aguarda cuando lo traspasemos. Miénteme; dime que me quieres, Vienna. A más ver.

(Spoiler del terror) A muchas, muchos y muches no les importa ni asusta que a las mujeres las cosifiquen obligándolas a llevar velo, y utilizan los más rebuscados eufemismos para justificarlo. Sin embargo, dicen sentir terror porque alguien se atreva a denunciarlo.