LA PLUMA Y EL DIVÁN

Equilibristas

Reflexiones

Reflexiones / Pixabay

Con toda seguridad, la mayoría de los que amablemente me leéis cada domingo, recordareis aquella famosa estrofa «harto ya de estar harto ya me cansé, de preguntarle al mundo por qué y por qué» de nuestro insigne y magnífico Serrat, que lleva décadas vagabundeando con estos versos y haciéndonos soñar con la bohemia.

De alguna forma siempre estamos en continuo debate con nosotros mismos, entre lo que somos y lo que nos gustaría ser, entre lo que hacemos y lo que nos gustaría hacer y así sucesivamente en una espiral interminable que no nos lleva a ninguna parte, excepto a momentos de frustración contenida o de alegrías desaforadas, dependiendo de que nos aproximemos o nos alejemos del ideal de ser y hacer.

En la trayectoria vital de una persona normal, se podrían contar por decenas de miles, las veces que tiene que tomar decisiones, en miles las que ha de optar por encrucijadas poco relevantes o anodinas, en cientos las que persigue una meta que le puede generar beneficios personales satisfactorios, y en un puñado minúsculo aquellas en las que su opción es tan representativa, singular y trascendental, que hace que cambie completamente el curso de su vida.

Desde una visión parcial de las existencias individuales, si pudiéramos aglutinarlas en grandes bloques, estaríamos en disposición de comprobar que existen personas estáticas o invariables, que rehúyen el cambio o los cambios como si de una enfermedad incurable se tratara y toda su vida la reducen a un estrecho círculo de acción que mantienen hasta el final de sus días.

En contraposición estarían los dinámicos, los que no pueden mantener su actividad amordazada o supeditada a nada ni a nadie, buscando reiteradamente salidas a la rutina y nuevos caminos que explorar.

En los extremos encontraríamos a los hiperestáticos que no mueven un dedo en la consecución de un objetivo, aunque vean claramente que tendrían la oportunidad de salir triunfales; y los híper dinámicos que aun estando en constante actividad de cambio e indagación no se sienten satisfechos por el trecho recorrido y vuelven a activarse para enredarse en mitad de un círculo vicioso que los envilece.

La virtud estaría en el término medio como siempre se ha defendido desde la filosofía clásica, pero para ello han de perseguir el equilibrio constantemente.

Entre las bondades existenciales destaca la evitación de la ambigüedad. La maldad máxima radica en el reconocimiento expreso de que hemos tirado por la borda el tiempo hábil de vida. En mitad de estos extremos encontramos a la mayoría, pero en el fondo todos somos unos equilibristas empedernidos.