El ocaso de los dioses

Protocolo, provocación, prepotencia y propio

Félix Bolaños.

Félix Bolaños. / EFE

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Permítanme que empiece este artículo por el cacofónico final de su título; si tienen paciencia y han desayunado café con mojicones, un suponer, lo comprenderán. Recoge la RAE en su acepción 9ª la palabra «propio» como la «persona que expresamente se envía de un punto a otro con carta o recado». Es decir, un mandado, un recadero, un encargado, un ordenanza, un mozo, un doncel, un chaval que se desplaza a cierto lugar por orden de su jefe para dar o hacer algo en nombre de éste. Dicho lo cual, y descrita la palabra «propio», ya se imaginarán que no ha sido impropio empezar este artículo por la coda. Pero sí es impropio de un «propio» que éste exceda, modifique o extralimite la orden que le haya dado su amo, porque en ese caso el polichinela acaba cobrando vida propia, autonomía de la voluntad, y al ventrílocuo que lo mueve se le ve el truco. Un listillo Prometeo –«la criatura», en términos maryshelleianos- que quiere escapar de su creador, el doctor cum laude Frankenstein, para cobrar vida propia. Si me autorizan la sinécdoque literaria, una vuelta de tuerca Pirandello en Seis personajes en busca de autor, solo que aquí el «propio» se desclasa del autor para ir en busca del personaje.

Suelen ocurrir estos accidentes de desdoblamiento de personalidad en situaciones en las que aparece, por ejemplo, el carpetovetónico «usted no sabe con quién está hablando», o «se le va a caer el pelo –el del otro, no el suyo- cuando sepa quién soy yo». Algo parecido ocurrió hace unos días en el aeropuerto de Santiago de Compostela con un alto funcionario del Ministerio de Igualdad, coordinador de área del Gabinete de Montero por libre designación, cuando impropiamente, no como un «propio», tras una violenta discusión con dos azafatas y lesionar presuntamente a uno de los policías que trataron de identificarlo, soltó «me detenéis porque soy de Podemos y gay, mañana no tendréis uniforme, estaréis en la calle», llamándolos «fachas», «nazis» y «homófobos», como recogían varios medios de comunicación según la versión policial, y que ha negado el implicado. Pasen y vean lo rentable que resulta en esta sociedad lo de fascista, nazi y homófobo. Pero así siguen siendo los «propios» en nuestro país cuando, escapando de Frankenstein, buscan a Pirandello.

Para que no todas las hazañas de los «propios» recalen en la periferia española, el pasado dos de mayo, en Madrid, un ministro del Gobierno de don Pedro Bolaños, intentaba bizarramente acceder a la tribuna de honor, sin haber sido invitado, aludiendo a su condición de «propio» de la ministra invitada, Isabel Rodríguez, que delegó su presencia en el «propio» Bolaños. Pero al margen de la penosa imagen institucional que se dio, el propio Bolaños debe saber que no cabe delegación presencial de un ministerio que protocolariamente está por debajo del otro, como era el caso. Algo así como un monaguillo delegando su presencia en el Papa. Tengo para mí que, al propio Bolaños, pese a cumplir como «propio» las órdenes de su jefe don Pedro para que reventara el acto con esa provocación, no le habrá gustado verse en las lamentables imágenes transmitidas por la tele. Y menos aún a los socialistas madrileños, a los que eclipsó. Pero los donceles (acepción 3ª y 7ª de la RAE) se deben a sus señores, algo que el propio Bolaños sabe muy bien. De ahí que en un gesto de cortesía y pese a no estar invitado, la Comunidad de Madrid lo pusiera en primera fila del acto institucional, lo que fue agradecido por el «propio» ausentándose durante 10 minutos mientras la presidenta Ayuso daba su discurso, algo incompatible con la educación. Y conste que vengo en escribir este artículo y relatar el deplorable espectáculo vivido el 2 de mayo en Madrid, porque hasta el periódico de la Moncloa, su boletín oficial, lo sacaba en primera página y los demás medios escritos, radiofónicos y televisivos también.

La tensión que está sufriendo el equipo de don Pedro en estas elecciones es desgarradora, conscientes como son, incluido Tezanos, de que el resultado de las autonómicas y municipales les podría ser muy tóxico de cara a las generales. Y Madrid sigue siendo un escaparate de primer orden, tanto interno como mediático, incluido el periodismo extranjero. Díaz Ayuso también lo sabe, en el orden interno (a Feijóo se le nota un sudor frío impropio de estos calurosos días cada vez que Ayuso se empodera), como por el liderazgo que podría darle la mayoría absoluta. Y esas victorias cotizan siempre al alza en el mercado político. De ahí los miedos de unos y otros. Quizá eso explique la prepotente y orquestada actitud del «propio» Bolaños el día de los mamelucos de Madrid (el Gobierno estaba representado con Margarita Robles), tan sumiso él cuando la Generalidad de Cataluña le prohibió el móvil en una reunión con sus socios separatistas.

Recurrir airadamente al protocolo, a la dignidad de ministro del Gobierno, al desaire institucional y encima cuando vas de «propio», contrasta poderosamente con las tibias o nulas actitudes que es mismo Gobierno en el que está el propio Bolaños muestra con los desaires a los Reyes, a la Bandera de España, al Himno Nacional y a las Fuerzas Armadas en Cataluña. O el narcisista protocolo que exige don Pedro en cualquier acto donde acude, excepto la servil escena que protagonizó persiguiendo por un largo pasillo a un asustadizo y desconcertado presidente Biden. O el protocolo que no le ha sido exigido al presidente de Colombia, Petro («Aureliano» y «Comandante Andrés» cuando militaba en el movimiento guerrillero M-19), que horas antes de aterrizar le dirigió a la España anfitriona unas cuantas invectivas sobre el «yugo español». O el desaire protocolario del Rey de Marruecos en la última visita de don Pedro, donde ni tan siquiera se dignó a recibirlo. Y don Pedro y su legión mediática tan contentos.

Lo patético de ciertos «propios» es que en algún momento llegan a soñar que pueden actuar sorteando al titiritero que los mueve, y piensan que cuanta más vida cobran más se asemejan a su amo Frankenstein. Pero lo cierto es que el doctor siempre acaba cortando los hilos del polichinela cuando éste ya no le hace gracia a él o a sus invitados. Piensen en don Pedro y miren el reguero de «propios» que se ha dejado en el camino. Y no serán los últimos. A más ver.