Supermegaguay

Donald Trump.

Donald Trump. / EP

Pilar Ruiz Costa

Pilar Ruiz Costa

Si los Simpson predijeron la presidencia de Trump o una lesión de Neymar, la tarea de pronosticadores nacionales parece recaer en manos de nuestros músicos. Al menos el placaje de Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática sufrido en zona de gol de las pasadas fiestas del 2 de mayo de la Comunidad de Madrid aparece como una profecía en las letras de algunos de los últimos artistas premiados con la Cruz de la Orden del Dos de Mayo. Del «No me invitó, pero yo fui, tras la esquina espero el momento en que no me miren y meterme dentro […] unos entran, otros van saliendo y entre el barullo yo me cuelo dentro» del premiado en 2021, Nacho Cano, al «quiero entrar en tu garito con zapatillas, que no me miren mal al pasar, estoy cansado de siempre lo mismo, la misma historia, y quiero cambiar, me da pena tanta tontería, quiero un poquito de normalidad […] estoy muy harto de que me digan: ‘Si no estás en lista no puedes pasar, solo entran cuatro, tenemos zona supermegaguay y nunca la verás’» de Dani Martín, laureado apenas un rato antes de la trifulca.

Lo que sucedió se parece tanto como difiere según el bando elegido —choose your fighter—: Bolaños no estaba invitado oficialmente al acto y acudía solo en calidad de «acompañante» de la sí invitada ministra de Defensa, Margarita Robles; desde el Ministerio de Presidencia se informó vía email a la Comunidad de Madrid de que Bolaños acudiría en sustitución de la también invitada pero ausente ministra de Política Territorial y portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez García; desde la presidencia provincial se toma nota de la asistencia y se responde que se le habilitará un asiento en primera fila de autoridades. Pero hasta aquí podríamos llegar. A partir de ahí todo es un uso torticero de las sacrosantas normas del protocolo —interpretando cada cual el Real Decreto 2099/1983 por el que se aprueba el Ordenamiento General de Precedencias en el Estado— gestado para rendir a un único fin: evitar esto.

Spoiler: si los días posteriores a un acto de lo único que se habla es de que la jefa de protocolo agarró a un ministro que apartó una catenaria para impedir que subiera al escenario, la interpretación del protocolo hizo aguas. Pero esto es solo si de lo que hablamos es de que el acto se desarrolle sin incidentes, por supuesto. Si a tres semanas de las elecciones, la actual presidenta y candidata con cero riesgo de sorpasso, Díaz Ayuso, quería evidenciar ante sus secuaces que Madrid es España dentro de España, pero más España que España, el espectáculo fue un éxito.

Desde la parte socialista de Moncloa representada por Bolaños, la estrategia de medirse entrando cuerpo a cuerpo cuando no se juega en casa era arriesgada, atendiendo a las sobradas evidencias de que la bestia Ayuso se alimenta casi exclusivamente del despiece del Gobierno central. Pero el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y arriesgado también el papel de la otra púgil y jefa de Protocolo de la presidencia madrileña, Alejandra Blázquez, convertida en escudo humano de manera literal, que quizá debería grabarse a fuego antes de jugarse el tipo a María Teresa Feito, la exasesora de la consejería de Educación en tiempos de la predecesora de Ayuso, Cristina Cifuentes, condenada a prisión por el Caso Máster, junto a una profesora de la Universidad Rey Juan Carlos, como inductora de la falsificación del acta del Trabajo de Fin de Máster del curso que la expresidenta siguió y del que, sin embargo, la única beneficiaria resultó absuelta. Por supuesto en absoluto se ha cometido aquí un delito —apenas un pecadillo de protocolo o si me apuran, de cortesía—, pero árboles mucho más altos han caído en este bosque de la camorra cuando toca sacrificar a ‘uno de los nuestros’ para calmar a los tiburones por un máster, unas cremas o un «Más allá de que sea ilegal, la cuestión es si es entendible que cuando morían en España 700 personas, se puede contratar con tu hermana y recibir 300.000 euros por vender mascarillas».

Y en cuanto al intento de arrojar al protocolo a las fieras como el culpable de la tropelía, no cuela. José Antonio de Urbina, uno de los mayores entendidos en protocolo y diplomacia en España, lo resumía así de fácil: «Trata de ser amable, educado, cortés y respetuoso. Nada más».

Y como ejemplo práctico nos regalaba una anécdota:

«Alfonso XIII celebraba un almuerzo oficial cuando un invitado que nunca había visto un lavafrutas con su agua fresca, tratando de ser cortés, tomó el bol y se bebió el agua. Algunos de los asistentes al verlo se rieron de él y el monarca tomó entonces su lavafrutas y se lo bebió también, obligando al resto a callar y hacer lo mismo».

Y eso es protocolo. No es defender una zona supermegaguay a la que solo entran cuatro, sino ser competente, rápido de reflejos y mucha mucha mano izquierda. Después de eso, ya saben: Coca-Cola para todos y algo de comer, luces de colores, lo pasaré bien.