Día de playa

Aspecto que ofrecía este lunes la playa del Postiguet en Alicante.

Aspecto que ofrecía este lunes la playa del Postiguet en Alicante. / ALEX DOMINGUEZ

Jose María de Loma

Jose María de Loma

He tenido mi primera jornada de playa. Para que no me faltara de nada, el destino ha sido previsor y ha puesto cerca de mí todo lo que yo pudiera echar en falta. Las del radiocasette a todo volumen. Que no falten. Los de las palas y la pelotita, muy cerca de mí, de nosotros, de la gente. Con sus voces. Con sus «uy, me cago en todo, casi le doy» a voz en grito. La orilla también estaba: mansa, acompasada, con sus olitas. El Mediterráneo continuaba en su lugar también, con esos pañuelitos blancos, que diría Alberti, sobre la superficie azul. Estaba el niño que hace castillos de arena en la orilla. Con su pala y su cubo. Yo creo que es el mismo niño todos los años, si bien no está tan crecidito ya como debiera. El niño que hace castillos de arena en la orilla es una metáfora en sí misma, es la inocencia y la ambición, el tiempo que pasa despacio, el estío añorado. Y la madre gritándole. La madre que apela al frío y el padre que recuerda que no ha hecho la digestión. El niño, no él, que lleva ya tres latas de cerveza. Pasa el vendedor de almendras y la que da masajes y pasa el de los helados.

-Oiga, ¿usted va a una playa o a la Feria de Sevilla?

Uno oye acentos extraños y exóticos. Oye catalán y alemán, inglés y lo que pudiera ser ruso o finlandés. No falta quién habla por señas y quien tiene a bien cambiar de bañador sin pudor y nos enseña el nalguerío. Vencido el periodo de adaptación, tras un rato, y una vez instalada la sombrilla y la silla y con la crema untada, llega un poco el relax y el placer, la contemplación relajante, la lectura, la conmoción de ver la tarde y su cielo, los avioncitos que van y vienen, los cuerpos gloriosos y los arruinados. La playa es un placer sensual y divino. Un placer con arena y un chiringuito a mano. El placer de la siesta tras un gazpacho y unas sardinas. Sardinas de plata de esas que elogiaba Camba en La casa de Lúculo. La playa es una fauna y una filosofía, un modo de vida, un sosiego cuanto te aíslas de las molestias o cuando te vas un día laborable a primera hora de la mañana. Si un anochecer te pilla en la orilla te llueven poemas y versos y filosofía vital. Imaginamos a lo lejos las vidas de los que van en un velerito al que mueve el viento y del que salen notas musicales. En la playa el mundo es mejor. La playa cansa, pero más cansa el largo invierno sin playa. Fortalece el corazón andar por la arena mientras censamos gaviotas. Fortalece el ánimo el recuerdo de aquellos días lejanos de filetes empanaos, tortilla y una Fanta, sí, con cubo y pala también para zascandilear en la orilla. Molestando al resto de bañistas, como ahora que somos mayores nos molestan a nosotros estas cosas. O no. La playa son también añoranzas y esa toalla que te daba suerte, la vecina en bikini, el helado que coronaba la jornada, de vuelta a casa. Preguntando si mañana volvemos.

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