La neutralidad permanente de Austria se resquebraja

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Escribo estas líneas en la capital de un país donde trabajé varios años como corresponsal para el Este de Europa cuando había caído ya el muro de Berlín, pero aún no se había ampliado la OTAN a los países del Pacto de Varsovia.

Ha cambiado mucho Viena desde entonces, y no me refiero solamente a la abultada presencia de turistas de los países del antiguo bloque comunista en esta ciudad turística y musical por excelencia.

Ha cambiado algo mucho menos perceptible y es el gradual resquebrajamiento de la “neutralidad permanente” a la que ese país que había sido cómplice y no víctima de la Alemania hitleriana se comprometió con los aliados en 1955 y a cambio del cual logró librarse de sus ejércitos de ocupación.

La “neutralidad permanente” significaba que la nueva República no formaría nunca parte de alianzas militares y se esforzaría por mantener relaciones amistosas con todos los países.

Tal condición fue la clave del éxito de un país muy empobrecido a consecuencia de la guerra y que iba a poder presentarse como lugar de reunión y de negociaciones entre los bloques.

La reunión que mantuvieron en Viena el presidente de EEUU, John F. Kennedy, y el líder soviético Nikita Jruschov en 1961 iba a dar un impulso definitivo a su reconocimiento internacional.

Como comentó entonces un conocido periodista austriaco llamado Hugo Portisch en el diario vienés “Kurier”, sería posible la pacífica coexistencia entre el Este y el Oeste, siempre que cada cual respetase la esfera de influencia del contrario.

En los años setenta, frente a la oposición del fuertemente atlantista Partido Popular Austriaco, Viena se convirtió en la tercera sede de la ONU con la construcción de la llamada “Uno-City” y del Centro Internacional de Conferencias.

El entonces canciller federal austriaco (1970- 1983), el socialdemócrata Bruno Kreisky llegó a decir entonces que el establecimiento en la capital de varias organizaciones internacionales tenía mayor importancia para el país que el rearme del ejército.

Poco a poco, sin embargo, la neutralidad activa, que tan importantes frutos había dado en el conflicto de Oriente Medio, se fue agrietando y los equilibrios que exigía resultaron cada vez más difíciles.

El ingreso de Austria en la Unión Europea, seguido de la participación del país en ciertos programas de la Alianza Atlántica, comenzó a erosionar el compromiso inicial que había contraído también con Moscú.

Y ese proceso se aceleró sobre todo con la guerra de Ucrania: Austria no parece no tener tantos escrúpulos como la también neutral Suiza, que se negó, por ejemplo, a enviar munición de artillería al país invadido.

Ya anteriormente, en 1999, durante la guerra de Yugoslavia, la aviación de la OTAN utilizó para atacar a Serbia el espacio aéreo austriaco sin autorización de Viena, pero no pasó nada.

Pero también en la guerra entre Irak e Irán (1980-1988), yen flagrante violación de la neutralidad, Austria vendió a ambos contendientes cañones fabricados por la empresa Voest Alpine.

Y, según denunció en la revista alemana Konkret el periodista austriaco Erwin Riess, tras estallar la guerra de Ucrania, Austria proporcionó a ese país abuses norteamericanos a través de Letonia.

También cuando Croacia declaró en 1990 su independencia sin antes reconocer los derechos de la minoría serbia, Austria se puso de su parte pese a que todo el mundo sabía, escribe Riess, que la exclusión de los serbios llevaría a la guerra.

Aunque, si hemos de creer los sondeos, la mayoría de los austriacos sigue defendiendo la neutralidad de su país, los expertos de la Academia de Defensa de Viena consideran que tal neutralidad no existe ya estrictamente hablando, y que es algo que se acentuará a medida que se confundan cada vez más la UE y la OTAN.

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