A la ducha

Bárbara Rey

Bárbara Rey

Antonio Sempere

Antonio Sempere

Este miércoles ya no tuvimos capítulo de Una vida Bárbara. Afortunadamente. Las cuatro noches que Antena 3 nos sirvió en bandeja de plata las declaraciones de Bárbara Rey, debidamente picaditas con las de otros amigos y conocidos, tuvimos que irnos directamente a la ducha, con tal de quitarnos la suciedad que nos salpicó durante su visionado.

El país que retrató Una vida Bárbara era como para salir corriendo. Aquel país nuestro, en el que crecimos, estudiamos una carrera, nos desarrollamos a trompicones, como mejor supimos profesional y personalmente, no nos quedó más remedio que crecer y madurar. Un país tremendamente inculto, donde los de arriba destacaban por la más absoluta carencia de inquietudes.

Me puso especialmente nervioso la actitud de la propia Bárbara Rey, que en ningún momento habló claro. Tirando la piedra, pero escondiendo la mano. Diciendo sin decir. Una manera de comunicar que no me gusta un pelo. Lamentándose, que es gerundio.

Insaciable en lo económico, como una hucha rota. Una presentadora que tan pronto decía no soportar al realizador de Palmarés TV (1975), Enrique Martí Maqueda, y que al cuarto programa le pararía los pies para dejarlo para siempre, como se convertía en la protagonista de su nefasta película Me siento extraña (1977), sólo por dinero. Yo mismo pude verla en las salas, pese a ser menor de edad, porque en este país de pícaros las empresas se saltaban las normas con tal de hacer caja.

Una señora de Totana que aterrizó como una paracaidista en un programa de cocina en Canal 9 durante cuatro años, tras ser vetada en Tómbola. ¡Porque necesitaba el dinero para vivir! A lo mejor en otro documental, cuando le paguen más, habla más claro. Aunque mejor que nos deje en paz un tiempo.