Todo en orden

Una psicoanalista.

Una psicoanalista.

Juan José Millás

Juan José Millás

Mi terapeuta es una mujer mayor, que se mueve despacio. Desde que llamo al timbre de su casa hasta que me abre transcurren diez segundos que se traducen en los diez pasos lentos que da a lo largo del pasillo y que yo voy contando desde el otro lado de la puerta. Pero el otro día hizo el mismo recorrido en siete pasos, como si le hubieran crecido las piernas. Se lo dije:

-Ha hecho en siete pasos lo que normalmente hace en diez.

La escuché reír,

-No me diga que cuenta mis pasos -dijo luego.

-Yo lo cuento todo -respondí-. Me cuento los dedos de las manos, por ejemplo, varias veces al día. Una vez me equivoqué y me salieron nueve, pero no me preocupé porque imaginé que era producto de un error. Los conté de nuevo y volvieron a salirme de nueve. Entonces me asusté. Recuerdo que estaba en el cine, con mi mujer, y abandoné la sala para contarlos a la luz del hall. Estaban los diez.

-¿Qué más cuenta?

-Ya le digo que todo. Ayer cené en casa de un amigo y utilicé su baño. Conté los azulejos de las paredes.

-¿Todos?

-Sí, todos.

-Por curiosidad, ¿cuántos eran?

-Lo siento, no me gusta divulgar mis hallazgos, da mala suerte, o eso creo. También sé el número de peldaños que hay desde el portal hasta este piso.

-¿Sube andando?

-Siempre, para comprobar que no falta ninguno.

-¿Qué hará si un día falta alguno?

-Volver a contarlos.

-¿Y si siguen faltando?

No supe qué decir, porque eso implicaría un desorden tal en la arquitectura de la realidad que me volvería loco. De modo que permanecí en silencio angustiado ante esa posibilidad, que conjuré contándome los dedos de las manos. Había diez. Todo estaba en orden. En esto, nos dio la hora. Bajé por las escaleras, claro, y comprobé que el número de peldaños continuaba estable. Lo celebré con una cerveza en un bar cercano.

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