ANÁLISIS

¿Ximo o Mazón?

El PSOE afronta las elecciones habiendo conseguido que se disputen en el terreno que más le convenía, que no es el ideológico sino el personal

Carteles electorales en una calle de Alicante.

Carteles electorales en una calle de Alicante. / Alex Domínguez

Juan R. Gil

Juan R. Gil

Las elecciones de 2015 no las ganó el PSOE. Las ganó la izquierda, que en su conjunto y con una contribución decisiva tanto de Compromís como de Podemos, supo sintonizar con el hartazgo de la ciudadanía después de 20 años de gobiernos del PP jalonados por una avalancha de escándalos tal que, mediada la legislatura, los diputados populares investigados por la justicia habrían sido suficientes para derribar el Gobierno si se lo hubieran propuesto.

Las de 2019 sí las ganó el PSOE en votos y escaños. Pero en términos de análisis político en esas elecciones triunfaron la estrategia y la coyuntura. El acierto de adelantar las elecciones autonómicas para hacerlas coincidir con las generales. Algo que nunca se había hecho pero que permitió a los socialistas valencianos beneficiarse del viento que soplaba entonces a favor de Sánchez y a los de Podemos agarrarse a la tabla de salvación que todavía representaban Iglesias, Montero y cía., por aquel entonces aún vírgenes de gestión y, por tanto, incontaminados. Por el contrario, esa corriente nacional contribuyó a intensificar la debacle del PP, sangrado a babor por Ciudadanos y a estribor por Vox.

Por supuesto que el próximo 28 de mayo estaremos hablando de bloques. De si entra o no entra en las Corts, superando la barrera del 5% de los votos, Unidas Podemos y si los actuales socios del Botánico suman con ello escaños bastantes para seguir gobernando la Generalitat. O de si el PP alcanza con Vox los 50 diputados que conforman la mayoría absoluta o alguno de los dos no crece lo suficiente como para que la cuenta salga. Ya se ha repetido aquí que una de las singularidades de la Comunidad Valenciana respecto a otras autonomías es que ninguno de los grandes partidos, ni el PSOE ni el PP, está en disposición de alcanzar por sí solo esa mayoría absoluta. Pero es que tampoco se acercan siquiera al nuevo término en boga en los últimos años, el de la «mayoría suficiente», que es la que atesora una fuerza política cuando obtiene más escaños que la suma del bloque ideológicamente antagónico, con lo que fuerza a los partidos más afines a apoyarle en la investidura sin necesidad de cederles participación en el gobierno que se forme. En Murcia, por ejemplo, es el objetivo del presidente popular López Miras: sacar más diputados que la suma del PSOE y Podemos, obligando así a Vox a investirlo a cambio, en todo caso, de migajas, pero no de poder verdadero. En Madrid ya lo consiguió Ayuso en los anteriores comicios, hace dos años, relegando a Vox a la irrelevancia a pesar de no tener el PP la mayoría absoluta, algo que sí acaricia ahora. En la Comunidad Valenciana, sin embargo, no es ese el escenario, ni para los socialistas ni para los populares.

El líder del PP era el candidato «revelación» y, sin embargo, llega a la carrera oficial habiendo perdido la espontaneidad o «acartonado»

Pero aunque esto vaya de bloques, izquierda frente a derecha, los socialistas empiezan la campaña habiendo conseguido fijar el terreno de juego que más les interesaba, que no era principalmente el ideológico sino el personal. En 2015 la elección era entre derecha o izquierda. En 2019, entre distintas formas de entender la izquierda o distintas maneras de ser de derechas, aunque para gobernar luego se aliaran. Esta vez, la campaña que acaba de empezar, por encima de todo, trata de si los ciudadanos quieren tener como presidente a Ximo Puig o prefieren cambiarlo por Carlos Mazón. Nunca hasta aquí en unas elecciones autonómicas el candidato tuvo tanta relevancia en el resultado final. Ustedes mismos pueden reflexionar sobre lo que les estoy planteando y llegar a sus propias conclusiones. Dice Feijóo que hay socialistas dispuestos a votarle a él antes que a Sánchez. La pregunta es: ¿hay ciudadanos ideológicamente en el centro-derecha dispuestos a votar a Puig antes que a Mazón?

Quedan dos semanas hasta el día en que los ciudadanos tengan que votar. En política, dos semanas son un suspiro pero cada uno de esos catorce días suponen un siglo. Cabe de todo. Puig no tiene por delante un camino fácil, ni muchísimo menos. Todas las encuestas dan al PP como partido más votado, lo que no deja de ser un fracaso para los socialistas que de ser así apenas habrían conseguido mantener cuatro años la vitola de primera fuerza política de la Comunidad. Y aunque eso no signifique que los populares vayan a gobernar, el guirigay en el que sigue instalada «la izquierda a la izquierda de la izquierda», con un Podemos que se asemeja cada vez más al tipo que se está ahogando y en su desesperación arrastra al fondo a todo aquel que se acerca a salvarle, va a tener al PSOE en tensión hasta el recuento de la última papeleta. Por su parte, Compromís no necesita buscar enemigos fuera. Los tiene todos dentro, lo que hace que haya que ser cautos con las encuestas que tan magnífico resultado le otorgan, no vaya a ser que lo que estén reflejando sea la imagen de un edificio con elegante fachada, pero con alguna fisura en los cimientos.

Compromís no necesita buscar enemigos fuera. Los tiene todos dentro, lo que hace que haya que ser cautos con las encuestas que tan magnífico resultado le otorgan

Pero para el líder del PP tampoco las cosas han empezado como él preveía. Era el candidato «revelación» y, sin embargo, llega a la carrera oficial habiendo perdido la espontaneidad o, por usar el adjetivo que ayer mismo empleaba un medio de comunicación cercano a los populares para definir su actuación en el debate que organizó la cadena Ser, «acartonado». Su mensaje, a base de repetir una y otra vez desde hace meses los mismos latiguillos, también sufre un desgaste considerable: el «infierno fiscal» pudo haber sido un eslogan efectista en su día, pero a estas alturas se ha convertido en una letanía, tal como la define la segunda acepción de la RAE. La polémica del recorte en el Tajo-Segura ha acabado anegada por la sequía y las restricciones que sufren numerosas regiones que también reclaman defensa y decisiones. Ni siquiera el contexto nacional está claro si le favorece a Mazón o le perjudica: pese a ofender la memoria y las convicciones de todos los demócratas, ¿cuántos votos le quita a Puig que Bildu haya incluido en sus listas a miembros de ETA?, ¿y cuántos votos le aporta que el Gobierno central avale el 20% de las hipotecas a los jóvenes? Es difícil determinarlo. Pero lo que sí se sabe es que por ahora la agenda la marca Sánchez y Feijóo sólo la replica, cuando Mazón lo que necesitaría es que fuera al revés.

Podemos se asemeja cada vez más al tipo que se está ahogando y en su desesperación arrastra al fondo a todo aquel que se acerca a salvarle

El PP va a incrementar los ataques personales contra Puig. No le queda otra. Pero esa es una moneda que tiene cara y cruz. O lo que pones encima de la mesa tiene objetivamente tanto peso como para hacer saltar en mil pedazos la campaña, o la historia demuestra que esa estrategia acaba la mayoría de las veces reforzando a quien recibe los envites. Hace casi treinta años, los populares arrebataron el Consell a los socialistas. Entonces se enfrentaron Lerma y Zaplana. Ahora estamos en una tesitura similar, pero a pie de calle los contendientes son Ximo y Mazón. Nótese la diferencia, porque aunque parezca una tontería no lo es. Al contrario, en el territorio de las emociones desatadas en el que se ha convertido hoy la política, que a ti te llamen por tu nombre y a tu rival por el apellido es, claramente, jugar con ventaja.