Entre acordes y cadenas

Las tumbas de Collioure: Machado y Balbino Giner

Ilustración de Elisa Martínez

Ilustración de Elisa Martínez / JoséMaríaAsencioGallego

Collioure es una ciudad francesa, muy próxima a la frontera con España. Es antigua, tanto que su castillo es citado en las fuentes visigodas del siglo VII. Y se halla situada entre las montañas y el mar. Una vista maravillosa coronada por la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, cuyo campanario, construido en la Edad Media, servía de faro para los barcos que, durante la noche, deseaban arribar a su puerto. Se trata, sin duda, de un destino obligado para los todos los viajeros que decidan visitar nuestro país vecino.

Además, Collioure posee un pedazo de la historia reciente de España, ya que fue el destino de muchos exiliados republicanos tras la derrota sufrida en la Guerra Civil. Desde allí, desde su bahía, contemplaban cómo pasaba el tiempo y cómo se desvanecían sus esperanzas de regresar a su tierra, donde habían dejado tanto. La mayoría de sus nombres han caído en el olvido. Los años han sido implacables. Al igual que ha ocurrido con los refugiados internados en los campos de Argelès-sur-Mer o Rivesaltes, dos infamias perpetradas por el gobierno francés de la época, que se presumía democrático y respetuoso de la vida y de la dignidad humana, pero que confinó a miles de españoles, hombres, mujeres y niños, en condiciones inhumanas durante largos meses.

A excepción de algunos memoriales repartidos por el territorio, apenas se les recuerda. Por esta razón, siempre que se pueda, es necesario hablar de ellos, devolverles sus nombres y sus rostros, su identidad y sus cuerpos. Ahora bien, hacerlo desde el sentimiento, como parte de un emotivo homenaje. Y nunca con la finalidad de resucitar los viejos rencores, nunca como arma política. El pasado, pasado está. Y los muertos reposan calmos en sus tumbas.

Así pues, con estas palabras desvelo el propósito de estas líneas, que no es otro que recordar a dos hombres, separados en vida, pero juntos en la eternidad. Porque ambos descansan a escasos metros, uno junto al otro, de la verja que da paso al camposanto de Collioure. El primero es de sobra conocido: Antonio Machado, poeta, el más joven representante de la generación del 98, que falleció como refugiado en esta ciudad costera el 22 de febrero de 1939, exactamente del modo que había revelado tiempo atrás en su poema Retrato: «Cuando llegue el día del último vïaje,y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,me encontraréis a bordo ligero de equipaje,casi desnudo, como los hijos de la mar». Serrat lo musicalizó treinta años después, en 1969. Y gracias a este cantautor y al esfuerzo de otros muchos, su obra se extendió más allá de las fronteras de la vieja Europa.

El segundo, sin embargo, continua sin el reconocimiento que merece. Tanto es así que incluso en Valencia, su ciudad natal, pocos conocen su nombre. Se llamaba Balbino Giner y era pintor. De hecho, su tumba en Collioure es la más colorida del cementerio, como si el artista y su hijo (también Balbino Giner), quien la decoró, hubiesen querido burlarse de la Parca, como si, al encontrarse con ella, hubieran mirado fijamente su guadaña y esbozado una irónica sonrisa.

Balbino (o Balbí, en la tierra que le vio nacer), era un rematado bohemio y un prolífico pintor. Fue amigo de Picasso. Y en 1946 formó parte del selecto grupo de españoles que protagonizaron la exposición titulada «El arte de la España republicana», celebrada en Praga. El evento llegó a reunir más de doscientas obras de artistas patrios de la conocida como «Escuela de París», que habían creado durante el exilio, principalmente en la capital francesa. Otros fueron Joaquín Peinado, Baltasar Lobo, Apel·les Fenosa o el propio Picasso.

Desde niño fue un apasionado de la pintura. Nació en 1910 en el valenciano barrio del Carmen e ingresó después, cuando pudo, en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. En 1934 obtuvo una beca del gobierno republicano para trasladarse a Roma y estudiar en la Academia de Bellas Artes que España tenía en Italia, la cual, en esos momentos, estaba dirigida por el mismísimo Valle-Inclán.

Aunque el fantasma de la fratricida Guerra Civil no tardó en surgir de los infiernos. Y esto provocó que, una vez en España, hubiera de exiliarse por sus ideas, primero en Bélgica y luego, en Perpignan, donde finalmente se estableció y desarrolló la mayor parte de su obra. De hecho, allí falleció, en 1976. Y no fue hasta el año 2010 cuando el Ayuntamiento de Valencia decidió recuperar a uno de sus hijos malditos y realizar una exposición de su obra. Eso sí, tras ella, muy a pesar de quienes todavía apreciamos la belleza sobre los lienzos, regresó al silencio y al olvido.

Tan solo espero que, algún día, en España, en nuestra querida España, como cantaba Cecilia, se reconozca por fin a los artistas españoles, que los hubo, los hay y, sin duda, los habrá.