Vuelva usted mañana

ETA y sus herederos. Indignidad política

Vista lateral del hotel Nadal de Benidorm, donde ETA hizo explotar una bomba en julio de 2003, con la playa de Levante al fondo.

Vista lateral del hotel Nadal de Benidorm, donde ETA hizo explotar una bomba en julio de 2003, con la playa de Levante al fondo. / EFE

La historia de España, la más reciente, debería servir de lección a quienes quieran aprovechar de su conocimiento aquello útil para sembrar un futuro que no repita los errores cometidos. Si algo ha caracterizado, sin embargo, a este nuestro país, ha sido ese afán por repetir la historia creyendo que la misma puede alterarse, bien en la memoria colectiva modificando la realidad sobre la base del maniqueísmo irracional fruto de la soberbia o bien dando pasos adelante y construyendo alternativas a lo sucedido a la espera de devolver viejas querellas y deudas pendientes.

La llamada memoria democrática expresa bien esa dualidad de equívocos revestida de bondades que solo creen los que quieren creer desde la altura moral que reclaman en exclusiva. Pero, si bien se mira y se compara con los olvidos más inmediatos que se fomentan asumiendo el riesgo de reiteración de lo reciente y no superado, todo es una farsa a gran escala, un intento de pervertir la memoria y crear otra colectiva, dirigida y manipulada por quienes solo pretenden ser y alzarse sobre enemigos inexistentes, pero artificialmente nominados por equiparación a los exhumados. Muchos y selectivos.

La dignidad nunca es compatible con sembrar la humillación indiscriminadamente, pues las penas colectivas y anacrónicas, basadas en relatos simples, son injustas e incompatibles con el ser humano que quiere llamarse democrático, aunque preferiría denominarlo decente.

Toda una ley se elabora y se reelabora con más dureza para reprimir y suprimir la memoria de seres humanos que optaron hace casi un siglo por una rebelión contra un gobierno legítimo, pero cuyos aliados habían intentado lo mismo dos años antes. La llamada revolución de Asturias, elevada a los altares democráticos, no fue otra cosa que un intento de golpe de Estado, con el PSOE alimentando la revuelta, frente al gobierno republicano conservador.

Y se sigue en la brecha de pretender mantener la llama del franquismo vivo, aunque terminó hace medio siglo con la inestimable ayuda de la derecha reformista, no se olvide, imputando estar en aquel régimen, por cierto complejo y diferente según la etapa de sus cuarenta años, a todo aquel que no comparte el ideario de esta nueva izquierda de valores cuanto menos indeterminados y relativos.

Lo que reclama algo más que atención y no soporta el lamento fácil de este PSOE irreconocible y relativista hasta el hastío, es esa capacidad de enfrentarse al terrorismo, terminado hace doce años, pero vivo aún en los presos, en las víctimas amputadas física y mentalmente, en los trescientos casos sin resolver y en el empecinamiento de los condenados en equiparar al Estado y los pistoleros. Y, no se olvide, aunque la pluma fácil tienda a veces a lucubraciones de apariencia espontánea, ETA no fue fruto del franquismo. Pocos atentados lo fueron antes de la muerte de Franco. La mayoría tuvieron lugar en democracia, la que querían e intentaron socavar y en ocasiones estuvieron a punto de lograrlo. Leer un poco lo que entonces decían los militantes socialistas es bueno, porque tal vez aquellos eran militantes del PSOE o de otro PSOE al menos.

Que el entorno etarra fuera vencido es de una evidencia incontestable. Y que lo fue por el Estado y la sociedad, un hecho incontrovertido y una sociedad hastiada de la sangre derramada por quienes dejaron de creer, si alguna vez lo hicieron, en idea y solo cosecharon terror y miedo.

Que ETA no mate no significa que ETA no exista si las relaciones entre sus anteriores integrantes se mantienen, si se ensalza a los asesinos y se les premia con cargos de representación ante la misma gente a la que asesinaron. Abandonar la violencia se traduce en la integración en el sistema, pero solo si a la vez se reniega de los métodos violentos que son incompatibles con el modelo democrático, incluso las formas externas, incluso en el recuerdo del pasado. Mantener cierta llama de heroicidad atribuyéndola a la muerte supone mantener cierta ligazón con lo abandonado por derrota, que no por convencimiento. Significa que los derrotados pueden sentirse victoriosos a precio de saldo. Un precio que solo paga quien carece de medida y se pliega a todo por el mando inmerecido. Su nombre es innecesario reproducirlo.

La ley española reconoce a BILDU como un partido legal y lo es. Puede, por tanto, presentarse a las elecciones y jugar a la democracia. Pero un partido como el PSOE no puede elevarlo a la categoría de aliado, pactar con él leyes importantes prefiriéndolo al PP o sentar las bases de futuros pactos mientras que el terrorismo se blanquea en la calle poco a poco y mientras la juventud ve a ETA como un referente idílico de lucha por las libertades. Este fenómeno no es una hipótesis, sino que empieza a ser preocupante y fruto del silencio de lo hecho y de la exaltación como héroes patrios de lo que fueron vulgares asesinos.

Legalidad no es sinónimo de legitimidad y BILDU no es legítimamente un partido democrático como acaba de demostrar al componer sus listas electorales con condenados incluso por delitos de sangre. Cumplir las penas supone pagar la deuda legal con la sociedad, pero la moral impide que el PSOE sucumba al poder sin los límites que lo caracterizaron cuando ETA los mataba.

No es legítima la elevación del disparo en la nuca a mérito para ser concejal y tampoco que el PSOE acepte tal abominación y la justifique con medias palabras que no pueden convencer a quien quiera mantener la dignidad.