El palique

Candidatos en los mercados

Arranca la campaña electoral

Vídeo: AGENCIA ATLAS Foto: Agencias

Jose María de Loma

Jose María de Loma

A ver si los candidatos se deciden a visitar mercados. Las fotos más jugosas de los aspirantes a concejalía, escaño o presidencia salen cuando se juntan con los melocotones, se rozan con las sandías o sopesan alcachofas. Los mercados son organismos vivos de la ciudad, sobre todo cuando el pescado es fresco. Son microcosmos habitados por especies autóctonas que van a por naranjas o por extranjeros, como de otro planeta, que piden vermú con albaricoques o solicitan aceitunas rellenas de sardinas. El buen candidato sale de casa oliendo a café, beso de niño y colonia cara pero ha de llegar a casa con aroma a mercado, a fruta y verdura, a «oiga, que tengo jureles» y a lubina. A veces en los mercados, los políticos tienen con los comerciantes diálogos de besugos. Sobre todo si es una pescadería.

Los más osados piden el voto, pero el avispado tendero le pide a cambio que se lleve unos higos chumbos, unos pistachos o al menos una barra de pan. Los mercados tradicionales no son los mercados bursátiles, pero también hay agentes de bolsa, o sea, el que va detrás de su señora llevando la bolsa con lo que ella elige. En el mercado hay personal muy diverso y por eso el político hace bien en ir, dado que es campo propicio para pescar votos, abrazos o la oferta del día. En los mercados gourmet hay guiris que no se enteran de nada y si un candidato les da un folleto pueden pensar que es el catálogo de una camisería o el menú del día. El candidato vegano rehúye la carnicería y los que tienen prosa garbancera, que era lo que los envidiosos decían de Galdós, tienen querencia por los puestos de legumbres. Allí podrían aprender lo duro que es ganarse las habichuelas.

Por los mercados sobrevuela la inflación, que es una señor antipática que se ceba con los pobres y que impide comer langostinos. El candidato despistado pide el voto a las gambas, que son la infantería de la mariscada. Ninguno se atreve, cuando le dan a degustar productos, a probar una ostra. Es por prejuicio y mal gusto; prefieren dar imagen de austeridad y se van a los embutidos, que pueden ser más caros que las ostras. Evitando, eso sí, hacer aprecio del chorizo no le vaya alguien a hacer un chiste fácil. El candidato dirá que siempre compra en el mercado y que hace sus pinitos en la cocina, por mucho que los asesores que le rodean aún recuerden el último e indigesto conato de paella que perpetró en la jornada de reflexión de hace unos años. Los candidatos a veces cuando entran a un mercado buscan el puesto donde cocinan las encuestas, por ver si le pueden añadir, pimienta, sal y un par de ediles más. Hay percebes más elocuentes que algunos alcaldables, si bien lo común es que hablen más que un loro. Manzanas traigo, dice un candidato cuando le preguntan algo comprometido. Lo malo es que esté en la frutería y alguien le recrimine tal mentira. Sería la pera. En la verdulería conviene no hacer el lechuguino y cuando en la ensalada hay pelea, alguien grita: aquí hay tomate. Se han dado casos de besar un atún al tun tun y de pedirle el voto a un puerro, que es a lo que nos parecemos tras ver según qué debates. Hay que patearse los mercados. Para saber cómo de cara está la vida. Aunque sea en otro tipo de tienda donde de verdad se aprenda lo que vale un peine.

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