Esperando a Godot

Nueva primavera

Tal y como se está desarrollando la campaña les recomiendo que en vez de leer los programas electorales (que nunca se cumplen) se dediquen a solazarse con la lectura de cualquier otra cosa

Una parte del tramo urbano del Vinalopó a su paso por Elche que Compromís plantea renaturalizar. | INFORMACIÓN

Una parte del tramo urbano del Vinalopó a su paso por Elche que Compromís plantea renaturalizar. | INFORMACIÓN / DanielMcEvoy

Daniel McEvoy

Daniel McEvoy

En los ratos libres de esta semana he leído, no con demasiado interés debo confesar, las noticias aparecidas en este mismo medio desde el que me dirijo a ustedes y en otros, tanto escritos como audiovisuales, las diferentes propuestas, ocurrencias y hasta disparates que los partidos que se presentan a las elecciones locales en Elche vienen desgranando. En este apartado cobra especial relevancia la coalición Compromís (conformada por cuatro partidos: Bloc Nacionalista Valencià, Iniciativa del Poble Valencià, Els Verds - Esquerra Ecologista del País Valencià y Equo), cuya ideología se podría definir en palabras de un amigo mío alemán como la de la sandía: «verde por fuera y roja por dentro».

La última propuesta de Compromís para Elche en concreto ha sido la de la «renaturalización del río Vinalopó» a su paso por nuestra ciudad. No voy a entrar en el fondo del asunto desde un punto de vista técnico, pero como ciudadano esa actuación me parece una apuesta muy arriesgada. Primero por el alto coste de retirar los kilómetros de hormigón que jalonan el cauce fluvial a su paso por nuestra ciudad; pero también por el que supondría limpiar esa rambla todos los años para mantenerla con unas mínimas condiciones de salubridad durante todas las estaciones y de seguridad para la población en el caso de una riada en otoño, cosa harto frecuente en nuestro clima mediterráneo, no recientemente sino de toda la vida, aunque ahora nos vengan con el mantra de la «emergencia climática».

El titular con el que INFORMACIÓN abría la noticia que les he comentado afirmaba que «Compromís forzará la supresión del hormigón del río para reeditar un pacto con el PSOE de Elche», abundando en el cuerpo de la noticia al hilo de las declaraciones de la cabeza de lista de las sandías, perdón, de Compromís en Elche, Esther Díez, de que ese (sic.) «proyecto frustrado de renaturalizar el río» era una condición sine qua non para volver a conformar gobierno con los socialistas; curiosas declaraciones sobre un partido con el que han gobernado ocho años sin importarles no ya que no quisieran quitar el hormigón del cauce, sino que no quieran quitar el adefesio del mercado provisional de la ladera y pretendan elevarlo a definitivo. Porque, pienso yo y creo que estarán todos de acuerdo conmigo, si les hubiera importado podrían haber abandonado el gobierno municipal (y los emolumentos que ello conlleva, claro).

Estos discursos «verdes» y el recuerdo del bueno de Winfried, mi amigo alemán que acuñó la frase de las sandías, me ha traído a la mente, precisamente, un muy conocido escritor y poeta alemán del siglo XIX, natural de Düsseldorf, Heinrich Heine, y su poema Neuer Frühling (Nueva primavera), quizás porque Heine tenía una facultad de molestar a sus coetáneos sólo comparable con su poder de conmoverlos. Sus sátiras cargadas de agresividad, sus posturas radicales y su imprudencia parecían antipatrióticas a los ojos de los alemanes. De hecho, los intentos de erigir monumentos en su memoria a finales del siglo XIX y comienzos del XX en algunas ciudades de su país terminaron en disturbios y hasta en la caída de algún gobierno.

Poemas

Cuando los nazis llegaron al poder, la popularidad de algunos de sus poemas les obligó a incluirlos en las antologías poéticas germánicas, aunque esos poemas figuraban como de autor anónimo. Durante muchas décadas la reputación literaria de Heinrich Heine fue mayor en el extranjero, especialmente en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, que en la propia Alemania. En esos países su ingenio y su ambivalencia se apreciaban en su justa medida. Además, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el estudio de la obra de Heine bajo un prisma marxista lo convirtieron en una causa de discordia entre los críticos literarios de la República Democrática Alemana y de la República Federal antes de la reunificación. Una verdadera lástima, pues el verdadero marchamo de Heine siempre debería haber sido el que de verdad le corresponde, el de un poeta y escritor genuinamente europeo. En la actualidad, rehabilitada su memoria, la Universidad de Düsseldorf lleva su nombre (otro día hablaremos de la moda ilicitana reciente de renombrar el aeropuerto y la estación de Matola con el nombre de otro poeta, Miguel Hernández, aunque ese día quizás tenga que irme del pueblo, de la provincia o quizás del país).

En fin, tal y como se está desarrollando la campaña les recomiendo que en vez de leer los programas electorales (que nunca se cumplen) se dediquen a solazarse con la lectura de cualquier otra cosa. Si es algo tan exquisito como este poema de Heine, mejor:

“Érase un caballero macilento,

Trémulo, triste, silencioso y lento,

Que vagaba al ocaso,

con inseguro paso,

Siempre en hondos ensueños

sumergido,

Tan desairado y zurdo y distraído,

Que susurraban flores y doncellas

Al pasar, vacilante, junto a ellas.”