Tribuna

Política de trincheras

Política de trincheras

Política de trincheras / CarlosGómezGil

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

A medida que pasan los días, los combates se recrudecen al tiempo que son cada vez más reñidos, mientras se ha pasado a utilizar armamento mucho más destructivo de forma indiscriminada.

Las anteriores líneas podrían servir, igualmente, para la guerra en Ucrania o para la campaña electoral a las municipales y autonómicas del próximo 28 de mayo, actualmente en curso, a la vista de lo que estamos contemplando. Y de la misma forma que la guerra en Ucrania permanece instalada en una batalla de trincheras en importantes zonas del óblast de Bakhmut, con un balance de víctimas y destrucción creciente, la batalla electoral en España parece situarse también en una política de trincheras, en las que unos aguantan sus posiciones como pueden, mientras sus oponentes elevan sus ataques sin miramientos y sin reparar en daños, al tiempo que otros muchos contendientes se conforman con agazaparse en las defensas excavadas y en las que tratan de mantenerse a salvo de los bombardeos y del fuego cruzado.

Antes, las campañas electorales a nivel local y autonómico se planteaban en torno a dos ejes esenciales: las propuestas personales ligadas a los proyectos vitales y las ofertas colectivas ligadas a la vida social en común. Pero ahora, esos dos ejes aparecen cada vez más desdibujados, particularmente por una derecha que lleva tiempo planteando una guerra cruenta y sin reglas contra sus opositores, ya sea utilizando la pandemia de covid-19 o la vacunación de la población, contra los profesionales de la sanidad que piden más medios, contra el cambio climático, contra la necesidad de avanzar en un uso más racional del agua, contra la reducción de la contaminación y del tráfico en las ciudades, contra el avance en las igualdades, contra las políticas que discriminan o contra la solidaridad y el apoyo a las personas más pobres y vulnerables o contra una fiscalidad progresiva que grave más a quienes más tienen.

Y al igual que hace la extrema derecha en otros países con ese trumpismo devastador, nuestras derechas y extremas derechas hispanas (porque a veces cuesta encontrar sus fronteras) hacen suyos los mensajes más destructivos, social y políticamente hablando, para tratar de vender falsas promesas, tan dañinas como peligrosas, que complacen por igual los oídos taponados y las mentes débiles. Infierno fiscal dicen, como si contribuir a los gastos de los servicios públicos para los que luego no paran de pedir ayudas para sus votantes no fuera una obligación constitucional. Rebaja de impuestos a diestro y siniestro, para debilitar a las instituciones y fortalecer a las empresas privadas de sus amigos, algo que siempre, como está demostrado científicamente, favorece a los más ricos y daña al conjunto de la sociedad. Nos roban el agua, no paran de gritar, un agua que como comprobamos cae del cielo de manera cada vez más escasa. Sacar el espantajo de un terrorismo que acabó hace doce años con la victoria del Estado por quienes siguen defendiendo a Franco y a su cruenta Guerra Civil o que incluso han sido condenados por los tribunales por actividades criminales en sus partidos. El caso es encadenar despropósitos que no tienen soporte empírico ni fundamento presupuestario alguno, pero haciendo una política que genera malestares y apela al voto que sale de las tripas, el peor posible, porque solo alimenta odios y enfrentamientos.

Es una política de trincheras a base de disparar al partido enemigo para acabar con él, dando por válido cualquier tipo de armamento o de ataque, cuanto más lesivo mejor, aunque el precio sea la destrucción de la tolerancia y el daño en la convivencia, como estamos viendo. Así ha planteado esta campaña electoral la derecha y la extrema derecha, los primeros actuando como las tropas rusas y los segundos como mercenarios al servicio del Kremlin, mientras los socialistas y sus aliados mantienen sus posiciones como pueden a salvo de los bombardeos, cada vez más intensos y feroces, como hemos podido ver estos días en el Parlamento.

¿Se han dado cuenta de que los partidos de la derecha dan cada vez menos importancia a programas municipales y autonómicos, mientras no paran de hablar del sanchismo y de ETA? Ahí tienen, como ejemplo, las propuestas electorales de Luis Barcala, candidato por el PP a su reelección como alcalde en Alicante. La primera y la tercera de ellas son bajar y bajar impuestos, aunque sus bajadas no paren de favorecer a los más pudientes y a pesar de acumular más de 120 millones de euros en los bancos por no ejecutar adecuadamente el presupuesto municipal. Después enumera propuestas imprecisas y vagas, como el «impulso a la construcción de centros de salud», de competencia autonómica y cuya cesión de solares no ha facilitado precisamente, seguida por «avanzar en la mejora del transporte público» sin más, «mantener las aceras y calzadas», como si evitar el deterioro de la ciudad fuera un proyecto de futuro cuando es una obligación o «ampliar las zonas de arbolado», dicho por un alcalde que se ha caracterizado por talar y destruir árboles por toda la ciudad sin respetar las peticiones para mantenerlos con vida que han hecho los vecinos, como sucedió con las melias de la avenida de la Constitución, convertidas en su mayoría en troncos secos, como se puede comprobar en el parque al que fueron llevadas.

Para algunos partidos y candidatos ya no hay propuestas estratégicas de futuro, sino trabajos imprecisos de mantenimiento de calles y servicios, al igual que en Madrid, su alcalde prometía un chupete con el oso y el madroño a cada recién nacido. Mientras tanto, Barcala no para de hablar de Bildu, de violadores y de okupas, porque en realidad no puede esbozar proyectos ambiciosos de los que carece ni propuestas de transformación social para la ciudad en las que no cree. Es el fruto de la descomposición política que impulsa Luis Barcala, que parece decidido a mantener en esta campaña sus enfrentamientos a diestro y siniestro, su carácter autoritario y su guerra permanente contra todos.

Fijémonos que en poco más de una semana, Barcala se ha negado a hacerse la tradicional fotografía de inicio de campaña con el resto de los candidatos a alcalde de Alicante, ha despreciado a Ciudadanos, con los que gobierna, y les ha llegado a tapar sus carteles electorales, algo que ha declarado ilegal la Junta Electoral de Zona, ordenando que se retire esta publicidad con la imagen de Barcala. Tampoco ha querido comparecer con el resto de candidatos para firmar un compromiso por la solidaridad y la cooperación internacional, sin hablar de sus enfrentamientos con miembros de su propio partido, de que personas de su entorno están actuando como trolls para insultar a sus oponentes, de su ocultación deliberada de los datos de ejecución presupuestaria y liquidación de las cuentas del Ayuntamiento que dirige, y su incumplimiento al requerimiento judicial a enviar la información relacionada con los contratos del exconcejal Manuel Jiménez, que dimitió ante las sospechas de irregularidad cometidas, como informó este diario. Pero ahí sigue, agazapado en su trinchera y bombardeando de manera indiscriminada a todo lo que se mueve, tratando de mantener su posición al coste que sea, como las tropas rusas en sus trincheras en Ucrania.

La política y los políticos deberían trabajar para sacar lo mejor de todos nosotros, alimentando lo más hermoso que cada uno tenemos, cuidando el amor por la vida y por la gente. Y deben hacerlo desde el diálogo, con una permanente escucha, desde la verdad y la honestidad, cuidando la lealtad y el respeto por los demás, dando importancia a la construcción colectiva y a la fortaleza de la sociedad. Es eso lo que como ciudadanos debemos apoyar porque lo contrario daña gravemente la convivencia.

Ojalá termine la guerra de trincheras y podamos reconstruir, que falta nos hace.