Análisis

La leche derramada

La semana que comienza será decisiva en las elecciones autonómicas más reñidas celebradas en la Comunidad Valenciana, donde la movilización será la clave

La leche derramada

La leche derramada / JuanR.Gil

Juan R. Gil

Juan R. Gil

Un 1,5% de los votos. Esa es la escasa ventaja que permitió hace cuatro años a la izquierda reeditar el pacto del Botànic y mantener el Consell. La encuesta de Invest Group que los periódicos de Prensa Ibérica en la Comunidad están publicando este fin de semana pronostica un escenario aún más ajustado para los comicios que tendrán lugar el domingo que viene. La mayoría que permitirá a un bloque imponerse por encima del otro puede ser incluso de un solo diputado. El sondeo da más posibilidades a que la izquierda siga al frente del Ejecutivo autonómico. Pero también cabe que la balanza se incline finalmente a la derecha, puesto que la situación es de empate técnico. Prácticamente todas las encuestas que hemos ido conociendo estos días dibujan un panorama similar. El próximo gobierno de la Generalitat se está disputando, literalmente, en una baldosa. Y la semana que empieza será decisiva para determinar quién se queda dentro de ella y quién se cae fuera.

¿De qué depende que Ximo Puig continúe presidiendo la Generalitat una legislatura más, la tercera consecutiva, con Compromís y Unidas Podemos como socios o sea desalojado del Palau por Carlos Mazón con el auxilio de la ultraderecha? De la participación que se registre y de que ésta no se vea alterada por factores ajenos a la Comunidad Valenciana. Mazón pelea en estas elecciones por ocupar el Palau. Y Puig porque no le desahucien por deudas que sean de otros.

¿Qué dice la encuesta de INFORMACIÓN, Levante y Mediterráneo de Castellón para este 28M? Primero: que, como era previsible, ningún candidato logrará por sí solo acercarse siquiera a los 50 diputados que otorgan la mayoría absoluta; ni tampoco a la «mayoría suficiente» que supone que un partido sume más escaños que sus antagonistas. Segundo: que Unidas Podemos, la gran incógnita durante meses, superará la barrera del 5% y mantendrá, aunque mermada, representación en las Cortes. Tercero: que el PP ganará en las tres provincias en votos y escaños, repescando la inmensa mayoría de los que se le fugaron a partir de 2015 a Ciudadanos, que quedará fuera del Parlamento autonómico y repartirá su jugosa herencia entre los populares y Vox. Cuarto: que, pese a ello, si la participación está en el rango histórico de esta autonomía, es decir, por encima del 68%, el PSOE gobernará con Compromís, que recuperará la plaza de tercera fuerza política de la Comunitat, y Unidas Podemos. Un esquema similar al que ya se produjo hace ocho años, cuando los dos partidos entre los que entonces se dividió el voto de la derecha (PP y Cs), que quedaron primero y cuarto, no sumaron, y sí lo hicieron los tres en los que se fragmentó el de la izquierda: PSOE (que fue segundo), Compromís (que resultó tercero) y Podemos (que quedó el último de cinco). Y quinto: que si no es así, si la participación se sitúa en torno al 68% o baja aún más, y aunque Podemos se mantenga en las Cortes, el PP se anotará los diputados suficientes para formar gobierno con Vox, que en ese caso de menor afluencia a las urnas superaría a Compromís, erigiéndose como tercer partido de la Comunitat Valenciana.

¿La ultraderecha, tercera fuerza política en una autonomía con lengua y cultura propias? Claro, por qué no. Si ocurre, no será una sorpresa, más si nos fijamos en el deslizamiento hacia posiciones más conservadoras que progresivamente ha ido experimentando la Comunitat, donde el autoposicionamiento de los encuestados en la secuencia ideológica, aunque siga situándose en la franja moderada, se va escorando a la derecha. Y si no pasa, aun así la izquierda debería revisar los presupuestos con los que hasta aquí ha funcionado como si fueran dogma de fe. La sociedad valenciana, poblada de autónomos, funcionarios, empleados de servicios y ciudadanos venidos de otros puntos de España y de la UE, se ha transformado de forma que, sobre todo los movimientos más allá del PSOE, no han acabado de entender en toda su dimensión. No parece que Vox pueda aspirar a lograr ese estatus de preeminencia en Andalucía o en Galicia. Ni en el País Vasco o Cataluña. Al menos en el horizonte cercano. Pero sí es posible aquí. En todo caso, cuando hablamos de un empate técnico y de la posible victoria de un bloque sobre otro por sólo un escaño, de lo que estamos hablando es de que la polarización avanza.

Lo que también queda claro en la encuesta es que, a la hora de decantarse, el voto en la Comunitat Valenciana tiene un fuerte componente «nacional». Eso explica que, mientras una gran mayoría aprueba la gestión del Consell que preside Puig y considera muy deficitaria la labor de la oposición, a la hora de decidir qué votar el balance cambie hasta el punto de poner en peligro la continuidad de ese mismo gobierno que antes se ha puntuado favorablemente. Puig se ha empeñado en esta campaña en defender que ahora lo que se vota es quién dirige la Comunidad Valenciana, y que para decidir quién gobierna en Madrid vendrán luego otras elecciones. Pero aislarse del ambiente político general está resultando, como cabía prever, muy complicado. En ese sentido, la estrategia del candidato del PP, Carlos Mazón, de presentar estas elecciones autonómicas como unas primarias de las generales puede ser todo lo criticable que se quiera, pero resulta tan efectiva como difícil de combatir. Y ha sido acompañada, directa o indirectamente, por todos los partidos y todos los medios a escala nacional.

La «contaminación» entre lo «nacional» y la política autonómica llega al punto de que la valoración de la gestión hecha por Puig supere la que él mismo obtiene como líder político, hay que sospechar que por la sombra que en este caso le hace Pedro Sánchez. Tampoco, a la hora del análisis, deberíamos dejarnos liar por lo que los historiadores llaman «la falsa claridad de lo evidente». Mazón obtiene en notoriedad una puntuación muy baja (apenas lo conocen algo más del 40% de los entrevistados) y logra sin embargo la mejor valoración como político, pero ambas cosas hay que ponerlas en su contexto. Cuando te conocen poco, tu nota es mayor porque te puntúan sobre todo los tuyos y lógicamente lo hacen para bien, mientras que al que es muy relevante le valoran tanto tirios como troyanos. Pero que seas poco conocido tampoco penaliza tanto cuando los que te tiene que votar no lo van a hacer necesariamente por ti, sino por tus siglas y por echar al contrario.

La palabra clave, por tanto, es movilización. El voto de las derechas está sobreexcitado en estas elecciones, más por el debate nacional que por el autonómico, según la encuesta. Y el de las izquierdas está menos motivado, más por el ruido y las interferencias que produce la gestión del Estado que por la gobernanza local, aunque el desarrollo de la campaña vaya exacerbándolo. Y de eso depende todo. De cuántos decidan ir a votar el próximo domingo y cuántos prefieran hacer cualquier otra cosa menos ejercer su derecho al sufragio. La derecha tiene a sus votantes convencidos de que ésta es su oportunidad. El reto de la izquierda en los siete días que quedan por delante será convencer a los suyos de que llorar por la leche derramada nunca sirvió de nada.