El calzado y la salud del pie

Un podólogo observa un pie, revisión que debería ser mucho más cotidiana por la importancia que tiene para nuestro deambular. | INFORMACIÓN

Un podólogo observa un pie, revisión que debería ser mucho más cotidiana por la importancia que tiene para nuestro deambular. | INFORMACIÓN / por Esther Chicharro Luna Profesora de Podología de la Universidad Miguel Hernández de Elche

Esther Chicharro Luna

Esther Chicharro Luna

Fue el gran anatomista Leonardo Da Vinci quién por el Renacimiento ya nos hablaba del pie como una gran obra de ingeniería, compuesta por 26 huesos, 33 articulaciones y más de 100 ligamentos, en un ejercicio constante de fuerza, equilibrio y sincronía, que nos permite soportar la gravedad a la vez que desplazarnos en nuestro entorno. Pero, si es tan importante, ¿Por qué nos cuesta tanto cuidar su salud? El cuidado de nuestros pies es vital, su descanso y las revisiones por un profesional en podología, pero elegir un calzado adecuado, es la base para una vida saludable, previniendo enfermedades asociadas en edades adultas y evitando la limitación funcional en edades avanzadas. Hoy, nos centramos en ello y nos preguntamos: ¿Por qué elegimos el calzado basándonos en la moda y estética y no en su funcionalidad?

El calzado ha sido utilizado desde hace milenios para proteger los pies de las lesiones y para mantenerlos limpios, secos o calientes. Sin embargo, la relación entre el calzado y la salud del pie ha evolucionado a lo largo de la historia.

En la antigüedad, los zapatos eran simples protectores de cuero para los pies, sin ninguna preocupación por la comodidad o la salud. En el antiguo Egipto, solo el faraón llevaba calzado, su finalidad era ensalzar su figura y/o expresar la victoria sobre los enemigos, ya que en sus sandalias se representaban los rostros de los derrotados. Pero no fue hasta la antigua Grecia cuando se empezaron a adaptar los zapatos a todo tipo de pie y actividad: para guerreros, sacerdotes o nobles, siendo permitido su uso sólo a «hombres libres».

En la Edad Media, el uso del zapato se extiende a toda la población y su forma y color reflejaban la profesión y posición social. Los hombres utilizaban tacones altos, que marcaban su estatus y facilitaba el ajuste al caballo. Sin embargo, a menudo podían causar deformidades y dolor, como constata una investigación de la Universidad de Cambridge, que determinó como la moda del zapato puntiagudo durante la tardía Edad Media llevó consigo un importante aumento de personas con juanetes.

Aunque William Shakespeare en el siglo XVI ya hablaba del tacón en sus obras, reflejando que las mujeres con «callos» provocados por sus zapatos no podían bailar. Fue durante el siglo XVIII cuando el calzado comenzó a diseñarse para ser más cómodo y proporcionar soporte para los pies. Los zapatos con tacón bajo se hicieron mucho más populares y se desarrollaron nuevas técnicas de fabricación para hacerlos mucho más duraderos. Se podría decir que, en este siglo, se produce una pequeña revolución del calzado, encabezada por el rey de Francia Luis XIV, tan apasionado por los zapatos que incluso protagonizaba cuadros con su zapatero Nicolás Lestage, elevando el calzado a escala de arte. A finales de este mismo siglo (XVIII) es cuando empieza a industrializarse su fabricación en Estados Unidos, en concreto en Massachusetts.

En el siglo XIX, los zapatos se volvieron más estandarizados y comenzaron a producirse en masa. Sin embargo, aún no había un enfoque en la salud, seguían utilizando la misma horma para los dos pies y la mayoría de los zapatos eran incómodos y poco saludables.

No es hasta el siglo XX, con la llegada de la ciencia médica cuando se empezó a vincular el uso de un calzado adecuado para mantener la salud. Se desarrollaron zapatos especializados para pacientes con enfermedades como poliomielitis o grandes deformidades.

En la actualidad, hay una mayor conciencia sobre la importancia del calzado para la salud. Se han desarrollado nuevas tecnologías y materiales, que han permitido el diseño de calzados especializados para determinadas actividades o deportes y para patologías concretas como la diabetes o artritis reumatoides.

Y es que el calzado debe ser un elemento que acompañe el crecimiento y la madurez del pie. Así, los niños necesitan un calzado infantil con distintas características en función de la etapa de desarrollo en la que se encuentran. Al principio, la marcha es irregular, con problemas para mantener el equilibrio y poco a poco comienza a madurarse hasta que, a los 7 años, se alcanza un patrón muy similar al que tendrán de adultos.

Podologa voluntaria

Podologa voluntaria / ALEJANDRO VALLS

Antes de iniciarse a andar, el niño necesita explorar el entorno, utilizar su sensibilidad y por lo que la función del calzado debería ser unicamente protegerle del frío, con lo que sólo es necesario taparlos, un calcetín es más que suficiente. Al inicio de la marcha, su cerebro necesita obtener información constante del terreno por el que camina y el calzado debería tener una suela flexible, fina, que permitiese un mayor contacto con el suelo y ligera para evitar la fatiga del que inicia sus primeros pasos. Los materiales en los que están fabricados deberían ser flexibles, con cierta elasticidad para adaptarse al tamaño del pie que está en constante crecimiento y con refuerzo en la puntera para evitar lesiones en las uñas por los golpes y traumatismos frecuentes que se producen hasta que son capaces de controlar los movimientos de cada uno de los pasos. Durante la etapa infantil, el pie comienza a necesitar mayor estabilidad y se hace necesario la incorporación de elementos de amortiguación y una mayor firmeza en la zona posterior del talón.

En la etapa adulta, la elección del calzado debería ser acorde a las necesidades individuales, el tipo de pie y la actividad que se pretende hacer con ellos. Es evidente que en mundo globalizado en el que vivimos, no podemos dejar la estética al margen de la elección del mismo, y la clave para caminar feliz será encontrar ese equilibrio.

Como decía Jimmy Choo, «El calzado adecuado puede hacer que todo sea diferente», y en algunos casos, como los pacientes con diabetes, esta elección puede determinar el sufrir o no una amputación. Es por ello que es importante seguir algunos consejos sencillos como comprar el calzado al final del día, cuando el pie está inflamado y tiene mayores dimensiones; probar el zapato en los dos pies y caminar algo con ellos, muchas veces no tienen el mismo tamaño; dejar un margen de un dedo en la puntera, el calzado debe ser al menos un centímetro más largo que tu pie; flexionar el calzado con la mano y comprobar que se dobla por la zona de los dedos, no por la mitad; o elegirlos de materiales naturales y transpirables, que eviten el exceso de sudoración y posibles infecciones.

Afortunadamente, cada día más la salud es una parte fundamental en el calzado, aunque la moda sigue predominando, otros conceptos como la sostenibilidad se abren camino, poco a poco en la industria del calzado y algunas empresas comienzan a prestar más atención a la responsabilidad social en su producción. La utilización de materiales como el cuero vegano, algodón orgánico, caucho reciclado y materiales biodegradables reduce el impacto ambiental y promueven la economía circular. Y es que no solo tenemos que cuidar nuestros pies, sino que también debemos cuidar nuestro planeta para poder caminar en él.