En 1974 Arthur Laffer, entonces consejero en la Secretaría del Tesoro de la Administración Ford, mantuvo una reunión a mitad de tarde con Dick Cheney y Donald Rumsfeld, dos ambiciosos políticos republicanos que, treinta años después, serían inductores de la guerra de Irak y responsables, entre otras, de las torturas en la Base Naval de Guantánamo y en la prisión de Abu Ghraid en Irak, el primero como Vicepresidente de George Bush hijo y el segundo como Secretario de Defensa.

En esa reunión de 1974 Cheney y Rumsfeld estaban interesados en conocer las consecuencias sobre la recaudación impositiva de recortes en los impuestos. La conversación que tuvieron no está registrada, pero es fácil deducir el argumento de Laffer: si el tipo impositivo fuera cero, la recaudación sería nula y si el tipo impositivo fuera del 100%, la recaudación también sería nula, ya que nadie tendría interés en trabajar si, vía impuestos, toda su renta es apropiada por el Estado. Entonces, como la recaudación es una función continua del tipo impositivo existirá un tipo impositivo para el cual se maximiza la recaudación, de manera que partiendo de tipos bajos la recaudación se incrementa al aumentar los tipos, pero a partir del tipo que maximiza la recaudación, sucesivos aumentos de los tipos reducirán la recaudación. La anécdota interesante de la reunión que mantuvieron se encuentra en que Laffer dibujó en una servilleta la curva que refleja la relación entre el tipo impositivo y la recaudación fiscal y que reproducimos en este artículo.

Desde hace unos meses estamos escuchando machaconamente propuestas políticas en las que se propone reducir los impuestos y, al mismo tiempo, ampliar y mejorar los servicios que proveen las Comunidades Autónomas y los ayuntamientos. Nos dicen, por ejemplo, que se puede mejorar la sanidad y simultáneamente bajar los impuestos. Que nuestros hijos y nietos también van a mejorar, porque van a bajar los impuestos y también van a amortizar la elevada deuda pública. Vemos, pues, que el milagro de la multiplicación de los panes y los peces resucita periódicamente en período electoral.

Y ¿qué nos dicen para justificar este milagro? Pues, que bajando los impuestos aumentará la actividad y, con ella, se ampliarán las bases imponibles, compensando holgadamente la reducción recaudatoria derivada de los tipos más bajos. Esto es, el milagro se consigue debido a que ¡nuestro país está situado en la parte decreciente de la curva de Laffer!

Todos los economistas -y no sólo todos los economistas destacados- rechazan que nuestras economías se encuentren en la milagrosa parte decreciente de la curva de Laffer. Es más, la curva de Laffer es asimétrica y alcanza su máximo bastante más allá del 50%. Hasta un mediático economista español, Juan Ramón Rallo, conocido por sus planteamientos ultraliberales, afirma que están en un error quienes sostienen que bajando los impuestos la recaudación no puede caer.

Se han realizado muchos y diversos estudios empíricos sobre la curva de Laffer y, según el New Palgrave Dictionary of Economics, el promedio de los estudios empíricos sitúa en el 70% el tipo impositivo para el que la recaudación es máxima. Un ejemplo experimental lo llevó a cabo, en 2012, el Gobernador de Kansas, al reducir drásticamente los tipos impositivos en su Estado. El resultado fue el contrario del anunciado. Kansas que hasta entonces había tenido superávit presupuestario pasó a tener un considerable déficit, lo que llevó a cancelar el experimento cinco años después. El milagro de los panes y los peces no funcionó en Kansas, ni funcionará en ningún otro lugar.

Por tanto, los recortes impositivos reducen la recaudación impositiva, lo que inevitablemente se traduce en una contracción de los servicios públicos que recibirán los ciudadanos. A partir de ese momento, si los ciudadanos quieren disponer de esos servicios tendrán que costeárselos privadamente.

Ahora bien, el recorte de impuestos tiene dos efectos contrapuestos. Por un lado, la reducción impositiva genera una ganancia individual al aumentar la renta disponible, pero, por otro lado, el ciudadano experimenta una pérdida al verse obligado a incrementar sus gastos para poder disfrutar de aquellos servicios que ahora ya no son provistos públicamente. La pregunta natural que surge ahora es la siguiente: ¿Cuál de estos efectos contrapuestos prevalece? ¿El resultado neto será positivo o negativo para los ciudadanos?

La respuesta a esta pregunta es: depende. Unos ganarán y otros perderán

Por ejemplo, si se reduce el impuesto sobre la renta en un 1% y un ciudadano tiene una renta de 1 millón de euros, es muy claro que saldrá ganando. Su renta disponible, tras el recorte impositivo, aumentará en 10.000 euros, que más que va a compensar la reducción de los servicios que el sector público deja de proveer y que va a tener que costear por sí mismo. En términos netos, tendrá más dinero en el bolsillo y dispondrá de mayor libertad de elección. Su mayor libertad, en este caso le beneficia.

Pero consideremos ahora una familia que tenga una renta inferior a 100.000 euros y que, al igual que antes, se beneficie del recorte impositivo de un punto en el impuesto sobre la renta. Si le hacemos las cuentas, el resultado será muy distinto al del caso anterior. Ahora, la renta disponible de esta familia aumentará en menos de 1.000 euros. Y muy posiblemente, costear por sí mismo la provisión de los servicios que ahora el sector público no le va a proporcionar tendrá un coste superior a lo que se ha ahorrado en impuestos. Tenemos, pues, que las familias de clase media-alta, de clase media y de clase media-baja van a perder, en términos netos, como consecuencia del recorte impositivo. La libertad de elección para estas familias es muy limitada y, desde luego, no les sale a cuenta.

Este resultado no nos tiene que sorprender. Nuestras sociedades son desiguales, los diferentes grupos sociales tienen distintos patrimonios y rentas y el principio de igualdad de oportunidades es eso, un principio, no es una realidad.

Estas desigualdades pueden ser combatidas parcialmente por la acción del sector público, mediante la provisión de un conjunto de bienes y servicios al que tengan acceso todos los ciudadanos. Pero ello exige que el Estado, sus diferentes administraciones, tanto locales, regionales como centrales, dispongan de los recursos necesarios para llevar a cabo esas políticas. Y ello requiere la existencia de un sistema impositivo con suficiente capacidad recaudatoria para financiar esas políticas.

Las propuestas machaconas que prometen reducir impuestos no son neutras. No sólo conllevan la reducción de los bienes y servicios que el sector público puede poner a disposición de los ciudadanos, sino que generan más desigualdades. El cuento de que se pueden reducir los impuestos y, al mismo tiempo, mantener o aumentar las prestaciones públicas es eso, un cuento. Las economías, todas las economías estamos situadas en el largo tramo creciente de la curva de Laffer. En economía no hay milagros. El milagro de la multiplicación de los panes y los peces no está a nuestro alcance.

El próximo domingo, día 28 de mayo, tenemos la oportunidad de elegir, con nuestro voto, entre diferentes alternativas. Algunas de ellas prometen reducir impuestos y el milagro de proporcionarnos más panes y peces. Otras son conocedoras de que los milagros no son de este mundo y solo nos prometen mantener y mejorar los servicios públicos.

Hace varios meses, Vargas Llosa dijo que hay que votar bien, que hay que saber votar bien. Y Mario Vargas tiene razón. Tenemos que votar bien y no equivocarnos. Hemos de hacer las cuentas para cada una de las dos grandes alternativas, bien diferentes, presentes en el mercado electoral y decantarnos por aquella que más nos interese.

Cuando Mario Vargas Llosa haga sus cálculos se dará cuenta de cuál es la alternativa que más le conviene, y todos sabemos que será aquella alternativa que defiende la reducción de impuestos, porque con ella saldrá ganando. Pero también todos sabemos que esa alternativa que a él le sale a cuenta es la que, a la mayor parte de nosotros, nos perjudica, porque al hacer nuestros cálculos sabemos que saldríamos perdiendo.

Hay que votar bien. No debemos elegir mal. Tenemos que saber defender nuestro propio interés. Si votamos lo contrario que Vargas Llosa no nos equivocaremos y tampoco nos equivocaremos si leemos su magnífica literatura.