Valor de las palabras

RAE.

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El jueves 11, hace solo un par de semanas, tuvimos ocasión algunos invitados de asistir a una sesión ordinaria de los plenos de cada semana de la Real Academia Española. Tuvo lugar en el Palacio de la Aljafería, lejos del sitio habitual de celebración que está en Madrid, en la calle de Felipe IV, tal como nos recordó en más de una ocasión el presidente, Santiago Muñoz Machado, catedrático de Derecho Administrativo. Hace unos meses, el 20 de febrero de este año, se celebró en el Salón del Trono del gobierno de Aragón, con asistencia de los reyes, otro acto de cierta solemnidad relacionado con la cultura, la entrega de los premios nacionales del año 2021. Como aragonés vinculado a la literatura y, por tanto, al mundo cultural, me alegra mucho que en nuestra tierra tengan lugar acontecimientos como estos que habitualmente solo se celebran en la capital de España.

Fijando mi atención en el de la Real Academia varios son los detalles a comentar. El primero, el motivo formal, aunque no único, hacer un reconocimiento a quienes fueron importantes académicos vinculados a esta tierra, Manuel Alvar Ezquerra y Fernando Lázaro Carreter, cuyo centenario se cumple en el año en curso. Con este motivo oímos a varios académicos trazar un breve recorrido por sus biografías poniendo de relieve la gran huella que ambos dejaron en la institución y, por tanto, en nuestro idioma. Muy emotiva fue la intervención de José Manuel Blecua Perdices sobre su padre, de segundo apellido Teijeiro, que es considerado maestro de filólogos y no solo, ya que su paso como catedrático por el Instituto Goya de nuestra ciudad ha sido muy recordado por los muchos alumnos en los que dejó huella. Dado que la sesión se celebraba en Zaragoza y se recordaba a diferentes miembros, de número o de honor, de la Academia, se sucedieron intervenciones entre las que hay que citar la de Soledad Puértolas Villanueva, destacando ciertos aragonesismos instalados en la lengua española y recordando el origen de la expresión «barrer la luna», con un significado aceptado hoy en día muy distinto del original nacido en nuestra tierra.

Hay una intervención que tiene parcialmente que ver con Aragón y que me resultó muy interesante. Manuel Gutiérrez Sánchez, cineasta y escritor, es conocido con el segundo apellido de Aragón, sin que tenga vinculación alguna laboral o familiar con esta zona de España. En sus primeros pasos en el mundo del cine coincidió con José Luis Borau, zaragozano y que sería brevemente académico, de 2008 a 2012. Buscando un nombre que pudiese ser llamativo le hizo recitar sus apellidos y al estar entre ellos Aragón no lo dudó, te llamarás Manuel Gutiérrez Aragón. Pero no fue esto lo único que dijo de Borau y que a mí tanto me llamó la atención como para destacarlo. Afirmó que en un mundo poco dado a la finura respecto de los derechos laborales y económicos de directores, actores y demás, siempre que trabajó con él siendo el zaragozano productor y, por tanto, responsable de esos pagos, le abonó hasta el último céntimo. Dijo de él que era honrado y decente en extremo, lo que a mí me agrada mucho puesto que creo que son condiciones humanas que deberíamos valorar mucho más de lo que lo hacemos. Y que se ponga a un zaragozano como ejemplo de ellas en un acto como este me produce un cierto orgullo, así como el que haya dirigido esa obra de arte que es Furtivos.

No puedo dejarme sin citar a Aurora Egido Martínez, nacida en Molina de Aragón (Guadalajara), tierra de mis antepasados, pero catedrática en nuestra Universidad y académica que intervino, con elegancia y brevedad, recordando a los maestros homenajeados.

El número de académicos es finito y muchos han sido los filólogos, profesores, escritores, periodistas, funcionarios o demás profesiones ligadas a la lengua, que con méritos más que sobrados nunca se sentaron en los preciados sillones de la RAE. Dicho esto, me voy a permitir recordar en estas líneas a alguien que debería sentarse entre los académicos. Me refiero al catedrático José Carlos Mainer Baqué, filólogo, crítico literario, historiador, escritor. Dicho queda.

Las nuevas tecnologías han invadido nuestra vida hasta extremos hasta hace muy poco insospechados. En actos rodeados de cierta solemnidad, como los dos que estoy citando, se considera normal que algunas personas del público se pongan de pie, privando de la vista a quienes se sientan detrás de ellas, en cualquier momento, con la excusa de hacer una o varias fotografías. Y, mucho peor, las hay que están todo el rato, absolutamente todo, con el móvil en las manos, chateando y sin prestar atención alguna a lo que han ido a atender. ¿Tardaremos mucho en prohibir los móviles en ciertos actos?

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