Un voto pedestre

Un voto pedestre

Un voto pedestre / Elisa Martínez

Pilar Garcés

Pilar Garcés

Hace un par de domingos me levanté temprano y me fui a nadar. Me sentí una heroína, vencedora contra las fuerzas que hacen que las sábanas se enreden en las piernas y contra la voz interior que te dice: «total, por un día que no...» El subidón de autoestima me duró hasta que me topé con el atasco en la autovía. Hemos llegado a ese punto. La carretera colapsada, todos parados y las luces de emergencia encendidas un domingo a las ocho y poco de la mañana en temporada baja. Por suerte, no todo el mundo iba a la piscina municipal. La famosa ciudad de los 15 minutos de la que muchos hablan, pero en la que pocos consiguen vivir, contaría con una instalación deportiva pública en el barrio, o un acceso fácil a la más cercana, pero no es el caso. Mientras la quimera del urbanismo postmoderno se hace realidad nos estamos acostumbrando a vivir en una congestión circulatoria permanente. Ya no existe la hora punta, todas las horas son horas de máxima afluencia, incluso para quienes hemos reducido el uso del coche a la mínima expresión. Es curioso que seamos capaces de perder tiempo en los embotellamientos, pero no lo invertimos en usar el transporte público; de malgastar dinero en aparcamientos que nunca serán suficientes antes que mejorar los trenes y autobuses. Urbes de un tamaño perfecto para desplazamientos a pie o en colectivo están atenazadas por el ruido, la contaminación y la presencia dominante de los vehículos particulares.

En esta campaña electoral que se termina sin demasiadas novedades he prestado especial oído a las propuestas de los partidos para pacificar el tráfico, curioso término que no explica que ya nos hemos rendido, entregando a los cacharros el espacio de las personas. Sobre todo a la derecha, pero también a la izquierda, se han planteado soluciones que agravarán el problema. Entre las más catetas, destaca la reversión de límites de velocidad más bajos en los cinturones de ronda y en algunas calles impuestos con éxito para la seguridad de los conductores y la limpieza del aire en la presente legislatura, con la peregrina idea de que si los coches van más rápido no se producirán retenciones. Otros pretenden construir nuevas vías rápidas que en cuatro días volverán a quedar atestadas y que consumen un territorio escaso. Cerrilidad. No sé qué hemos hecho para merecer políticos tan poco imaginativos y cortos de vista, espero que lleven unas gafas de repuesto en la guantera si se ponen al volante. Sus medidas del siglo pasado son ineficaces, y van en contra de todo que se está ensayando en Europa para concebir entornos más amables y saludables. No quieren aceptar que se habrá de fomentar la limitación del uso de los vehículos de los residentes, y también de los miles que ponen en circulación los visitantes, que invierten cinco veces más en un coche de alquiler que en el billete de avión para venir desde su lugar de origen y lo consideramos tan normal. Vamos en el utilitario a todas partes, menos a meter la papeleta en la urna.

Hay que votar a quienes respetan a los peatones, a los pacientes usuarios del transporte público y a quienes usan medios de locomoción unipersonales y sostenibles. No hay que poner a los mandos a los que solo miran por el retrovisor y por su propia conveniencia. Los que no se apean del vehículo, de parking en parking porque se lo puede permitir, volviendo a plantear acciones que llevan años fracasando y sueñan con coches oficiales. Porque problema que no sufres, no lo vas a resolver. 

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