El deporte no tiene edad, si ganas

La dramática confesión de Rafael Nadal sobre su impotencia física se reinventa como una prórroga de la carrera deportiva a 2024, porque los fieles no pueden vivir sin sus divinidades

Nadal no jugará Roland Garros y anuncia que se retirará en 2024: "No me merezco terminar así"

Agencia ATLAS | Foto: EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

El edadismo propone una extirpación quizás algo brusca de los profesionales de cualquier disciplina, por motivos de calendario. Sigue siendo extraña la facilidad para elegir género, por comparación con los valladares contra la decisión de cada persona sobre la edad que le corresponde, pero este problema se aleja de la cuestión de hoy. Con Joe Biden (80) y Donald Trump (76) de candidatos más acentuados a las presidenciales americanas del año próximo, la expulsión de los ancianos sigue siendo menos alarmante que la gerontocracia aplastante, o mantenimiento de un cargo por el único criterio del número de años cumplidos.

Por contraposición a los vicios que engordan méritos trasnochados del currículum o los suprimen, el deporte no tiene edad, si ganas. LeBron James (38) se erigía esta primavera en ejemplo de longevidad en la élite, cuando los Lakers eliminaron a los Warriors en la NBA. En cuanto los angelinos fueron aniquilados por los Nuggets, el polivalente barbudo pasó a ser un viejo inútil como su propia edad indica. Esta crueldad no solo es higiénica, en cuanto mantiene en pista únicamente a los atletas en mejores condiciones. Se acomoda además a las leyes darwinistas de supervivencia. Es curiosa la devoción laica por Darwin, a condición de que no se apliquen sus conclusiones.

Entre el edadismo y la gerontocracia, el deporte impone la revisión continua de los liderazgos, a raquetazo limpio

El deporte impone la revisión continua de los liderazgos, se guía por la lógica aplastante del palmarés. Tiger Woods puede arrastrarse por los torneos, a cambio de que no estorbe en la cúspide del golf. La cumbre se reserva a los ganadores. A raquetazo limpio, si es preciso, y aquí se entromete la valiente retirada que ha anunciado Rafael Nadal (36), aunque la parroquia se haya negado a aceptarla. El tenista se ha sometido al dictamen inapelable de los éxitos en la pista, la afición simula que con él harán una excepción. No solo es un error, es una falsedad.

La ausencia de Nadal de Roland Garros, después de casi dos décadas ininterrumpidas de jugarlo y ganarlo, debía disparar todas las alarmas. Obliga como mínimo a una estimación conservadora de las probabilidades de que un tenista en la tercera edad deportiva se reincorpore, ¡el año que viene!, a la competición de élite. Por si alguien se mantenía insensible a la dimisión del torneo fundamental en su carrera, el catorce veces campeón en París adjuntaba un testimonio estremecedor. «No estoy bien, no me estoy recuperando».

El tránsito lógico desde una grave lesión de pronóstico incierto, hasta un retorno triunfal el año próximo, obliga a una generosa suspensión de la incredulidad. El periodismo deportivo pertenece al reino de la leyenda, pero la continuidad sin sobresaltos del mayor competidor español de todos los tiempos obligaría cuando menos a la paralización de la actividad del grueso de sus rivales. No importa, se fija 2024 como una cita ineludible y garantizada, con la excusa de que se tratará de una retirada a lo gran campeón, de la gira de despedida de Bruce Springsteen. El único que no se ha engañado a sí mismo es el propio Nadal, que se niega a una reincorporación al circuito «que sea simplemente de comparsa».

¿A cuántos tenistas ha retirado por fortuna Nadal, mejorando así el nivel de la competición y el espectáculo que disfrutaba la audiencia, véase de nuevo a Darwin? Conviene despojarse de la ilusión atávica de que el tenis es un deporte donde reina la caballerosidad, narrado por plumas selectas como Martin Amis o David Foster Wallace, ennoblecido por el solo hecho de que se disputa a una distancia de seguridad.

La dramática confesión de Nadal sobre su impotencia física actual, se reinventa como una promesa de eternidad, porque los fieles no pueden vivir sin sus ídolos. La evidencia de que el tenista mallorquín es joven para casi todo, excepto para el deporte de alta competición, suena revolucionaria. Los alargamientos artificiales de una carrera vienen avalados por Winston Churchill, arrancado de su letargo a los 66 años en 1940 para derrotar a Hitler. Pero también cuentan con el contraejemplo del segundo mandato del septuagenario Ronald Reagan, que se pasaba el día viendo películas del Pato Donald mientras Nancy Reagan consultaba a su bruja y recibía a Frank Sinatra por la puerta trasera.

Las dos temporadas otoñales de Michael Jordan arrastrándose en los Wizards ofrecen valiosas lecciones, al igual que el destierro a Arabia Saudí del narciso Ronaldo, que enloquecerá en el desierto. En su último papel, Nadal quiso ser Aquiles doliente en La Ilíada sin haberla leído. Su público insiste en que no puede abandonar, pero serán los primeros en condenarle por haber continuado.

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