Las crónicas de Don Florentino

Todos cansados

Urnas para las elecciones municipales y autonómicas de mañana domingo. | AXEL ÁLVAREZ

Urnas para las elecciones municipales y autonómicas de mañana domingo. | AXEL ÁLVAREZ / DanielMcEvoy

Juan Carlos Padilla Estrada

Juan Carlos Padilla Estrada

Lo que está sucediendo a la sociedad actual no es exclusivo de nuestro tiempo. Ha sucedido a largo de la historia.

El historiador romano Tácito resumió con una frase muy adecuada el motivo por el que la República Romana permitió proclamar el Imperio a Octavio Augusto y convertirse en Emperador: Cuncta fessa. Con esta frase, la República romana se suicidó para dar paso al Imperio.

El cansancio ante la inseguridad política y social hizo que los ciudadanos romanos perdieran sus derechos y sus libertades. Porque a veces los pueblos se arrojan al abismo de la incertidumbre, sin el paracaídas de un sistema sólido.

Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que actualmente los españoles disfrutamos del periodo de estabilidad y prosperidad más largo de nuestra historia, que nuestras instituciones funcionan razonablemente y que nos hemos dotado de unas ciertas garantías que nos permitieron ingresar en el club de los países civilizados, respetuosos de los derechos humanos.

Pero esta carrera es de fondo, no se acaba de un día para otro. Es una larga caminata en la que cada día debemos recordar de dónde venimos y cuáles son nuestros objetivos. Debemos velar para que nuestro sistema no se corrompa con la mala gestión, el liderazgo de los mediocres, la radicalización de las minorías, las promesas electorales que se nos deslumbran cada cuatro años para luego legislar a espaldas de nuestras aspiraciones.

Estamos cansados de ver como nuestros políticos juegan a cosas que nos importan nada, se alejan de los verdaderos intereses de la gente creando problemas que no existen con tal de aparecer ante la opinión pública como sus solucionadores. Estamos cansados de que el poder se intente perpetuar a través de eslóganes vacíos. Y estamos cansados de esta perniciosa polarización a la que nos están llevando, donde el mundo se divide entre buenos y malos, los nuestros y los contrarios, una visión en blanco y negro que parece haberse vuelto a poner de moda y que amenaza con partir a la sociedad.

Estamos cansados, sí, pero no por ello debemos renunciar a lo que hemos conseguido y olvidar de dónde venimos.

Nuestro sistema democrático con todos sus fallos es el resultado de muchos siglos de esfuerzo y sufrimiento. El que mediocres líderes lo vapuleen no le resta valor. Que imberbes arribistas acéfalos aboguen por su suicida desmantelamiento no es argumento más que para reforzarlo y garantizar su solidez, con propuestas y mejoras que satisfagan a la mayoría de la ciudadanía, ahí donde se impone la sensatez. Esa misma cordura que solo se puede lograr si se alían las fuerzas moderadas y mayoritarias, blindándonos a todos contra los extremismos y los populismos.

Podemos mejorar, desde luego, pero para ello debemos creer en las posibilidades de nuestro sistema, defenderlo y luchar para perfeccionarlo.

Cuncta fessa… sí, estamos cansados. Pero la historia nos enseña que solo desde el entusiasmo, la complicidad y la unidad se consigue hacer avanzar a un pueblo. Y construir una sociedad mejor, más igualitaria, más próspera y más libre. Esto ha sido así en muchos momentos de nuestra historia y este es, sin duda, uno de ellos.

Porque el peligro del cansancio es que aparezca un inescrupuloso enérgico que capitalice en su haber la astenia de la sociedad entera. Eso ha ocurrido desgraciadamente a lo largo de nuestra historia… luchemos porque no se repita.

¿Cómo combatir el cansancio? Generando la cultura de la participación, evitando el encogimiento de hombros y el “esto no va conmigo”.

¿Recuerdan el famoso poema mal atribuido al Bertolt Brecht (su autor fue Martin Niemoller, un pastor protestante alemán que se opuso a la política de Hitler)?

Primero vinieron a buscar a los comunistas

y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos

y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas

y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los intelectuales

y no dije nada porque yo no era intelectual.

Luego vinieron por los católicos

y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí

pero, para entonces, ya no quedaba nadie a quien decir nada.