La plaza y el palacio

José de la Casa: Memoria e historia

Homenaje en Alicante en recuerdo a José de la Casa, sidicalista y presidente de CCOO

Homenaje en Alicante en recuerdo a José de la Casa, sidicalista y presidente de CCOO / Rafa Arjones

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

“Amigas y amigos”… en muchos ámbitos podría comenzar mi discurso de esta manera. En muchos menos lo haría con la frase “compañeras y compañeros”. Sí puedo hacerlo aquí, compañeras y compañeros, amigos y amigas, porque CC.OO., donde milito desde hace más de 30 años, es una de mis casas, uno de los esferas íntimas donde puedo reconocerme como parte de un todo. Mi sindicato, vosotras y vosotros, sois “los míos”. Ello no depende de la intensidad de la militancia, sino del compromiso, racional y afectivo, con unos valores y unas experiencias con las que puedo entender el tiempo vivido, hasta sentirme, incluso, solidario de luchas, victorias y derrotas que se produjeron antes de que yo hubiera nacido, pero que nos siguen marcando. Me permiten, también, proyectarme al mañana, saber que lo que ahora hagamos servirá de estímulo o de lastre para los que vivirán con inquietudes y necesidades parecidas a las nuestras.

Por eso nada me puede honrar más, ni debo agradecer más, que estar ahora aquí, en esta Sala, cuyo nombre celebra al irrepetible compañero Chamorro, ese maestro sabio en los quehaceres del sindicalismo cotidiano. En esta Sala, en las que otras veces he participado en la entrega del Premio Ramiro Muñoz, amigo incomparable, culto, irónico, siempre atento al mundo y a sus circunstancias. Y estar aquí para elogiar como se merece a José de la Casa.

Chamorro tiene este lugar en una sede que, quizá, sea siempre más de él que de cualquiera; Ramiro ha dado su nombre a una Glorieta junto al Instituto que dirigiera. José ha sido designado hace poco Hijo Predilecto de Alicante, junto a Javier Cabo, ese otro amigo, ese cómplice indispensable, el que puso y pone siempre otra cara, pero un mismo sentimiento, a nuestras mismas luchas. Bueno es que nuestra gente vaya poblando, de algún modo, el espacio ciudadano, igual que permanecen en el territorio de nuestros recuerdos. Con tantos otros compañeros y camaradas que lucharon, con la clase obrera por corazón y bandera, contra la Dictadura, y, luego, para que el sistema constitucional se impregnara de igualdad y solidaridad. Ellos y ellas han sido nuestra escuela viva de democracia y responsabilidad.

A José de la Casa los ojos se le hacían susurro de agua cuando se le hablaba de la tierra de Guadalajara, de su pueblo. Todos sabíamos que algo había allí que tiraba de él. Pero también le indignaban las cosas que sucedían en Alicante, sobre todo en los años oscuros en que la ciudad fue arrebatada por una chusma de corruptos y sus monaguillos, instalados en algunos partidos políticos. Se indignaba como sólo puede indignarse alguien por las cosas que se aman. Entonces, hablar con él era un bálsamo para las inquietudes. En realidad, su palabra, si era la política el tema –y siempre acababa siéndolo-, fluía como sucede cuando se ha pensado mucho en lo que se dice. Y cuando se tiene una amplia cultura basada en el ejercicio de un pensamiento crítico. No siempre tenías que coincidir con sus ideas, pero siempre hacías bien si te las tomabas en serio y las repensabas: eran un estímulo impagable.

Otro rasgo de su personalidad, que descubrí tras muchos años de disfrutar de su amistad es que, bajo su piel castigada por incontables jornadas de aire libre, de sol y vientos, latía una ternura indescifrable: esas miradas que se estiraban hacia un horizonte que sólo veía él; un lado humano comprensivo, el lado de los abrazos, de las promesas: el lado que sabe de la fraternidad, siempre en peligro de extinción.

Cuando somos conscientes de residir en un mundo que vive en mitad de riesgos y entregado a la incertidumbre política, nos vamos sintiendo habitantes de la intemperie. Es un mundo de Derechos insuficientes que nos convierte en nómadas y nos invita a la insolidaridad y al miedo. Ahora, precisamente ahora, en esta realidad líquida, es más importante que nunca tener referentes, nuestros propios referentes, esos “sueños imprevistos” que diría Serrat, los que no pueden comprarse, aquellos grandes a los que tocamos, a los que abrazamos, con los que cantamos la Internacional bajo la justicia del sol de mediodía de cualquier 1º de mayo.

Pero debemos recordarlos sin nostalgia. Porque la nostalgia se ha convertido en el combustible de la ultraderecha, en el alimento de los que sólo desean un regreso al lugar del que nos sacaron, sobre todo, los sindicalistas, los trabajadores, con sus luchas y su inteligencia. Y, tras ellos, movimientos que bebieron de su trayectoria y de su estudio, que hallaron su apoyo y con los que compartieron respeto mutuo y el valor de la independencia y de la confluencia. Movimientos que hoy abren el mundo y amplían las críticas con propuestas y convergencias renovadas en un diálogo fecundo.

Memoria, pues, a la que estamos obligados. Pero memoria colectiva sin melancolía. A veces me pregunto –alguna vez hablé de estas cosas con José o con Ramiro- si una memoria histórica demasiado orientada al culto arqueológico, demasiado orientada a recuperar un tiempo desaparecido, por emocionante que fuera, es la vía política correcta. Hoy es 25 de mayo en Alicante, y nuestro mercado vuelve a temblar de explosiones y de rabia, del terror de la aviación italiana segando la vida de niños o de ancianos. No es mal día para opinar que la memoria histórica, tanto tiempo secuestrada por el fascismo y la cobardía, es, para las personas progresistas, la que se proyecta al futuro, la que no se limita a trasladar recuerdos sino a imaginar nuevas luchas que se fundamenten en los aciertos y en los errores también heredados de la vida y la obra de nuestros maestros. Una memoria, en fin, que enlace con la Historia, y que no se autocondene a ser consuelo de los subalternos, de las víctimas, sino que ponga en valor su sacrificio, su derecho a ver realizados algún día sus proyectos.

Porque no puede haber progresistas sin progreso, esto es, sin imaginar la historia como un viaje abierto. Si perdemos el sentido de la Historia nada nos quedará. Porque es la Historia que hemos hecho, que hicieron otros: los míos, nosotros, todos y todas: somos nuestra Historia, la que hemos construido. Somos lo que hemos llegado a ser. Me parece que José de la Casa estaría de acuerdo con esta idea.

Maestro, amigo, padre, abuelo, compañero, alicantino predilecto, alcarreño siempre. Memoria e Historia. Todo eso y mucho más fue, es, y será, José de la Casa. Y con él aquellos que, para siempre, conforman una asamblea de imprescindibles a los que tenemos la obligación de reinterpretar: son raíces de lo mejor, los delegados de la vida vivida con la intensidad de saber que la injusticia no da descanso a las mejores conciencias. En los días de cansancio, en las horas tristes, conviene rememorarles. Y, sobre todo, invitarles a festejar los éxitos, las victorias, los avances, siempre insuficientes pero siempre necesarios.

Por todo ello, todos los que se fueron, los que nos hicieron, y también los que estamos, nos merecemos unos versos de una canción de Labordeta, precisamente llamada “Somos”:

“Hemos

Perdido en nuestra historia

Canciones y caminos

En duro batallar.

Vamos

A echar nuevas raíces

Por campos y veredas

Para poder andar.

…….

Hemos

Atravesado el tiempo

Dejando en los secanos

Nuestra lucha total.

Vamos

A hacer con el futuro

Un canto a la esperanza

Y poder encontrar

Viejos

Cubiertos con las manos,

Los rostros y los labios

Que sueñan libertad”.

*Texto de la participación de MANUEL ALCARAZ RAMOS en el Homenaje a José de la Casa, en la sede de CCOO de Alicante, el 25 de mayo de 2023