Tribuna

Nada será igual

Nada será igual

Nada será igual / CarlosGómezGil

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

«Alea iacta est», como señaló el historiador Suetonio de Julio César al cruzar el Rubicón y tratar de llegar al Senado. Efectivamente, «la suerte está echada» y, a lo largo del día de hoy, los electores se pronunciarán sobre sus preferencias electorales en la dirección política de los ayuntamientos y comunidades autónomas en los que viven. Sin embargo, a nadie se le escapa que estas elecciones se han planteado de una forma tan excepcional que sus efectos van a tener un impacto muy superior a los resultados que las papeletas asignen a cada partido en las urnas, tanto a nivel político y de la convivencia democrática, como en los líderes y fuerzas que concurren a estos comicios.

Proyectar estas elecciones en términos de un plebiscito al Gobierno del Estado y a la presidencia de Pedro Sánchez tiene sus riesgos, y no son pocos. En la medida en que la campaña formulada desde la derecha a cara de perro y sin miramientos, utilizando todas las armas de destrucción masiva al alcance del PP y de su aliado encubierto, Vox, sin límite en el decoro democrático y ni en el mínimo respeto institucional, será inevitable una primera lectura para saber el daño que todo ello ha hecho a este Gobierno y a la convivencia. Pero en sentido contrario, también nos dará la temperatura de la capacidad real de Alberto Núñez Feijóo para llegar a la presidencia del Gobierno en unas elecciones generales que se celebrarán previsiblemente a finales de año.

Y hablando de plebiscitos, uno de los mayores se disputa aquí, en la Comunidad Valenciana, donde el candidato del PP, Carlos Mazón, sabe que se juega a una carta el llegar a la presidencia de la Generalitat, al tiempo que el PSOE y el resto de fuerzas que respaldan el Botànic son conscientes, también, de que su continuidad en el Gobierno de la Generalitat será una carta fundamental para evitar que la onda expansiva llegue hasta las elecciones generales y se abran de cuajo crisis e inestabilidades en los partidos políticos de la izquierda valenciana.

En política, los tiempos avanzan con gran rapidez y en un PP que atraviesa momentos tan convulsos, pueden suceder muchas cosas en los próximos cuatro años, por lo que Mazón sabe que, de no llegar al Palau de la Generalitat, difícilmente podrá volverlo a intentar en el futuro. Pero al mismo tiempo, tanto la fortaleza de Pedro Sánchez, como las opciones de Sumar y su relación con Podemos, por no hablar de la estabilidad inestable de Compromís, dependerán de que haya un tercer Gobierno de izquierdas en la Comunitat Valenciana. Y con ello está en juego, también, la continuidad de una de las apuestas políticas de cambio en el modelo territorial del Estado más interesantes de los últimos años.

El trumpismo ha llegado a España y habita entre nosotros, como hemos podido comprobar por quienes han recurrido a espantajos, mentiras, falsedades e infamias sin límite para desprestigiar al adversario a toda costa y de cualquier manera. Que los familiares de las víctimas del terrorismo hayan tenido que salir a la opinión pública para pedir que se dejara de utilizar el miedo a ETA por respeto hacia sus familiares asesinados demuestra la ausencia de escrúpulos de algunos políticos, que han confirmado carecer de límites morales, sin importarles el daño que puedan causar ni las barbaridades que puedan esparcir entre la sociedad, como si fueran granadas de fragmentación de efectos retardados.

A estas alturas ya hay un ganador de estas elecciones, sin realizarse el escrutinio ni conocer los resultados electorales. El partido ultraderechista Vox ha conseguido desplazar el discurso político del Partido Popular hacia los postulados más extremistas, hasta el punto de que, con frecuencia, no se identifica bien dónde empieza uno y dónde acaba el otro. En España, la derecha del PP ha dejado un hueco ideológico y de modernidad para entregarse a los discursos, las propuestas y el precipicio más dañino que la extrema derecha difunde por todo el mundo, hasta el punto de competir, abiertamente, por el electorado de la ultraderecha.

Pero la mayor victoria de la extrema derecha encarnada por Vox es haber conseguido su legitimación como posible socio de gobierno en ayuntamientos y comunidades autónomas, de la mano de un PP que sabe a ciencia cierta que sus opciones de gobierno pasan, en la mayor parte de las administraciones subestatales, por gobernar con la ultraderecha, como ya viene haciendo en Castilla y León. Mientras que en Europa esa línea roja es un límite infranqueable, como ha explicado por activa y por pasiva la derecha alemana del CDU, en España, el PP ha decidido cruzar el Rubicón y llevar hasta los gobiernos autonómicos a un partido que plantea la disolución de las comunidades autónomas, que se opone a la UE y rechaza a las Naciones Unidas.

Tampoco el PSOE tiene pocos desafíos por delante porque si algo ha dejado claro esta campaña electoral ha sido la debilidad de las estructuras y de la presencia pública de este partido. Lo hemos comprobado a nivel de la Comunitat Valenciana, donde la figura, el papel y hasta las plataformas de apoyo a Ximo Puig han tratado de sustituir a un partido socialista con una presencia pública anoréxica, algo similar a lo ocurrido en Alicante con la candidata socialista a la Alcaldía, Ana Barceló, a quien le ha faltado la presencia y un trabajo más intenso del PSOE en las calles de la ciudad. Alcanzar las instituciones y llegar al poder no se puede desvincular de mantener una presencia política y social de manera continuada.

Y qué decir de ese soniquete que ya nadie se cree de la unidad de la izquierda a base de negociar las listas desde arriba para imponerlas a los de abajo, algo que ni aceptan ni comprenden, acabando por encender interminables conflictos. Me temo que más allá de la paz de campaña, Podemos y EU tienen demasiadas asignaturas pendientes, con independencia de los resultados que obtengan, porque si algo han demostrado las alianzas artificiales de unidad de la izquierda desde hace tiempo es que trabajar codo con codo en las bases es algo que no se impone a golpe de órdenes por los dirigentes, cuyas decisiones se mueven, con frecuencia, por cálculos nada prosaicos.

De manera que cuando esta noche se abra el escrutinio, se cuenten los votos en los colegios electorales, asignándose concejalías y escaños en ayuntamientos y parlamentos autonómicos, se estará también dibujando la arquitectura política que en los próximos años marcará los ejes de nuestra sociedad y de nuestra convivencia. Es la fuerza que tiene la gramática de nuestros votos.