ANÁLISIS

Las piezas del puzle

El resultado del 28M deja un escenario en el que los partidos que forman cada bloque no tienen otro remedio que competir entre sí

De izquierda a derecha, Carlos Flores (Vox), Mamen Peris (Cs), Ximo Puig (PSPV-PSOE), Carlos Mazón (PP), Joan Baldoví (Compromís) y Héctor Illueca (Podem), en el debate en À Punt.

De izquierda a derecha, Carlos Flores (Vox), Mamen Peris (Cs), Ximo Puig (PSPV-PSOE), Carlos Mazón (PP), Joan Baldoví (Compromís) y Héctor Illueca (Podem), en el debate en À Punt. / INFORMACIÓN

Juan R. Gil

Juan R. Gil

Carlos Mazón iniciará la semana entrante los contactos con los grupos parlamentarios de cara a su investidura como presidente de la Generalitat. Lo hará, según ha señalado, convocándolos en orden descendente, de mayor a menor representación, lo que supone dejar para el final al que inevitablemente acabará siendo su único aliado: Vox. El PP obtuvo una contundente victoria en las elecciones celebradas el pasado domingo. Pero sus 40 escaños quedan lejos de los 50 que el líder popular necesita para ocupar la jefatura del Consell. La presión que los populares han empezado a ejercer sobre el PSOE, para que con su abstención facilite el acceso de Mazón a la presidencia sin necesidad de Vox, no es más que el teatrillo imprescindible para justificar el posterior pacto con el partido de Santiago Abascal. Los socialistas pagarían caro ante sus militantes y su electorado una rendición como esa, que no impediría luego al PP navegar la legislatura apoyándose en los populistas, y no se van a dejar enredar.

Así las cosas, la decisión de Pedro Sánchez de adelantar al 23 de julio las elecciones generales obliga a Mazón a dilatar todo lo posible el irremediable convenio con la ultraderecha. El PP intenta evitar que los acuerdos con el partido de Abascal, especialmente en la Comunidad Valenciana, se conviertan en uno de los asuntos «estrella» de esta nueva y precipitada campaña electoral. Los plazos legales tienen como primer hito el 26 de junio, día en que se constituirán las Cortes Valencianas. A partir de ahí comenzarán a caer las hojas del calendario. La primera votación para la investidura, en la que Mazón necesitaría la mayoría absoluta, podría celebrarse precisamente el último día de campaña, el 21 de julio. De no obtener los votos suficientes, habría una segunda oportunidad dos días después, coincidiendo justo con la fecha de las votaciones para decidir el Gobierno central, aunque podrían encontrarse argumentos para posponer esa sesión de las Cortes otras 24 horas. En esa segunda jornada a Mazón le bastaría con mayoría simple para resultar proclamado presidente. Pero tampoco la lograría sin el auxilio de Vox. En todo caso, empezará a contar un plazo de dos meses, transcurrido el cual, si nadie obtiene la investidura, se tendrán que celebrar nuevas elecciones.

Mazón podría ir a una primera votación sin pacto con Vox, a sabiendas de que sería fallida, para salvar la campaña de las elecciones generales, y sólo firmar la alianza una vez éstas se hayan celebrado

Eso no va a ocurrir. La cuestión para el PP no es no llegar a un acuerdo con Vox, sino cuándo rubricarlo. Por eso circula la teoría (plausible, aunque no segura) de que Mazón podría ir a una primera votación sin pacto con Vox, a sabiendas de que sería fallida, para salvar la campaña de las elecciones generales, y sólo firmar la alianza y someter de nuevo su candidatura a refrendo de las Cortes una vez éstas se hayan celebrado.

Es cierto que Mazón ha insistido durante meses en su deseo de gobernar en solitario. Pero los números no le dan y Vox no parece que vaya a soltar el bocado de exhibirse en una plataforma tan formidable como resulta la cuarta comunidad en habitantes y PIB de España. Los de Abascal no han crecido tanto como esperaban ni son decisivos en tantos municipios como pensaban. Pero continúan avanzando. En ciudades como Elche, la tercera de la Comunidad, el PP necesita su voto para llegar a la Alcaldía. Y en las Cortes Mazón no sólo precisa de sus escaños para ser investido presidente de la Generalitat, sino que sólo ellos pueden dar estabilidad a su gobierno y garantizar la aprobación de los presupuestos. En la Comunidad Valenciana, el bipartidismo acabó hace tiempo. Pero sólo para dar paso a un bibloquismo aún peor, del que ni siquiera forman parte ya los partidos que en 2015 soñaron con un sorpasso que nunca llegó: por primera vez desde su emergencia, ni Ciudadanos ni Podemos tendrán representación esta legislatura en el Parlamento valenciano.

Así que, con la constitución de la cámara autonómica, el 26 de junio, comenzaremos a ver cómo van encajando las piezas en el nuevo puzle político valenciano. Hay que elegir presidente de las Cortes, la segunda autoridad de la Comunidad, y a los integrantes de la Mesa, compuesta en total por cinco diputados. La aritmética parlamentaria indica que tres corresponderían al PP y dos al PSOE. Compromís y Vox no tendrían sitio en el órgano que dirige el Parlamento, salvo que populares y socialistas les cedieran a cada uno un asiento.

En el caso de Mazón, la historia le fuerza a hacer esa concesión. Siempre que un partido ha necesitado de otro para gobernar, la presidencia de las Cortes ha sido la primera moneda de cambio. Zaplana tuvo que ceder la dirección del Parlamento en 1995 al entonces jefe de Unión Valenciana, Vicente González Lizondo. Y Ximo Puig se la entregó en 2015 a quien entonces lideraba el Bloc, la fuerza nacionalista más importante de la coalición Compromís, Enric Morera, que ha presidido la Cámara los últimos ocho años. Pero no es previsible que Mazón otorgue a la ultraderecha la presidencia de las Cortes antes de que se celebren las elecciones generales del 23J, porque sería tanto como hacer explícito un pacto que no le conviene dar por hecho hasta que los comicios se celebren. Así que, de no haber acuerdo entre el PP y Vox, como parece probable que suceda, cuando a finales de junio tomen posesión los diputados, Mazón puede transitoriamente usar el precedente inscrito por el propio Puig. En 2015, el socialista Francesc Colomer fue durante veinte días presidente de las Cortes, mientras el PSOE, Compromís y Podemos seguían negociando el primer Botànic. Firmado este, Colomer dimitió para dejar el cargo a Morera y fue nombrado secretario autonómico de Turismo.

La ultraderecha va a exigir, no solo la presidencia del Parlamento autonómico, sino una vicepresidencia del Consell y alguna conselleria

Ocurre sin embargo que la historia, como diría Mark Twain, a veces rima pero nunca se repite. Las circunstancias en las que va a tener que moverse Mazón son esencialmente distintas a las que enfrentaron Zaplana o Puig. Aunque sus votantes eran de derechas, la Unión Valenciana de González Lizondo era un partido que se definía, por encima de cualquier otra cosa, como «regionalista», renunciando con ello a una competencia de amplio espectro con el PP, que de cualquier forma no tardó ni media legislatura en devorarlo. Veinte años después, cuando volvió a darse una alianza, esta vez por la izquierda, entre un partido de vocación más transversal y otro de corte nacionalista, el PSOE y Compromís tenían un objetivo común: recuperar la reputación de la Comunidad tras los escándalos que estallaron por decenas durante los últimos años de mandato del PP, y ese objetivo puso sordina a sus diferencias durante la primera etapa.

El PP y Vox, sin embargo, son partidos nacionales, sin matiz regionalista o nacionalista alguno, y que sí compiten directamente en el mismo nicho. El resultado que Feijóo obtenga en las elecciones generales de julio puede aliviar esa situación a Mazón o complicársela aún más. Pero pase lo que pase, seguirá necesitando a Vox y Vox no va a ser un aliado con el que pueda descuidarse ni un minuto. Antes de que se abrieran las urnas el pasado domingo, Vox ya se lo había puesto difícil al PP al haber elegido como cabeza de cartel a un candidato singular. El hecho de que Carlos Flores arrastre una condena por malos tratos ya pone en un brete no sólo a Mazón, sino al propio Feijóo. Pero además de eso también es alguien con una sólida formación jurídica y un nutrido arsenal retórico. Nada que ver con el figurón que la ultraderecha encumbró a la vicepresidencia del Gobierno de Castilla y León.

Todo indica que en Valencia va a ser mucho más difícil lidiar con Vox que en Valladolid. Y desde luego la ultraderecha va a exigir, no solo la presidencia del Parlamento autonómico, sino una vicepresidencia del Consell y alguna conselleria, además de reclamar el reparto de los nombramientos en empresas e instituciones que dependan de la Generalitat. Mazón está tratando de encauzar las conversaciones por los «acuerdos programáticos», no de gobierno. Fue lo que Moreno Bonilla hizo la primera vez que accedió a la presidencia de la Junta de Andalucía. Vox ha salido escaldado de aquella experiencia. Los diez diputados que le faltan a Mazón son los mismos que le faltaban a Mañueco en Castilla y León cuando cedió a todas las imposiciones de los de Abascal y eso es lo que Vox quiere ahora repetir aquí. De cómo salgan ahora de ese pulso ambos partidos dependerá el rumbo que tome el resto de la legislatura.

En el campo de la izquierda, también van a ir in crescendo las tensiones, tanto en el interior de cada fuerza como entre los partidos que se mueven en ese lado del espectro ideológico. Hay quien aún defiende el mantenimiento de una línea de acción común entre el PSOE y Compromís, a la búsqueda de una nueva «mayoría de progreso» como si cuatro años pasaran en cuatro días. Pero eso parece un espejismo. El Botànic, que ya venía malherido después de una legislatura convulsa, murió el 28M. Resulta extraño, por obvio, tener que escribirlo, pero parece necesario subrayarlo.

Los socialistas saben que la única forma de salvar los muebles en esta nueva convocatoria es, precisamente, marcar diferencias con los que hasta ahora habían sido sus socios

En el comité nacional socialista celebrado esta semana, Ximo Puig ya indicó que el PSOE no se planteaba ceder ninguno de los dos puestos que le corresponden en la Mesa de las Cortes a Compromís. Hasta que no suceda, no sabremos si es así. Pero sería lo esperable. La convocatoria de las elecciones generales puede dar la falsa idea de que la izquierda está unida frente a la amenaza de que la derecha llegue también al Gobierno de España con la ultraderecha. Pero no es así. Ahora toca que cada palo aguante su vela. Y los socialistas saben que la única forma de salvar los muebles en esta nueva convocatoria es, precisamente, marcar diferencias con los que hasta ahora habían sido sus socios.

No hay nadie que el pasado lunes no se viera sorprendido por la convocaría de elecciones generales. Pero, analizada la maniobra tras la sorpresa inicial, es cierto que Pedro Sánchez no tenía una opción mejor tras el duro varapalo que supuso el 28M. En votos, el PSOE no sufrió una debacle tan grande como parece. Pero en poder territorial la sangría fue de las mayores de su historia reciente. Para Sánchez se trataba de intentar aprovechar lo primero, antes de que se consolide más el PP gracias a lo segundo. Y para eso debía actuar con presteza, tal como hizo. Su mérito está en haber visto antes que nadie que esa era su baza y haber tenido la valentía de jugarla. Pero que el movimiento sea hábil, no significa que tenga más razones para salir bien. ¿Es posible que Sánchez obtenga un resultado suficiente como para volver a formar gobierno tras el 23J? Claro. Si algo tiene acreditada la política nacional española en los últimos años es la velocidad con la que se producen hechos inéditos, desde la primera moción de censura que triunfó hasta la conformación del primer gobierno de coalición tras la recuperación de la democracia. Pero a día de hoy resulta difícil imaginar una situación así. Más probable parece deducir que tras las elecciones se abrirá una nueva etapa en el PSOE, sin Sánchez a la cabeza. Y si eso sucede, Ximo Puig tendrá que repensar su propia estrategia.