El ocaso de los dioses

El narciso galán de noche

Pedro Sánchez en una rueda de prensa en Bruselas.

Pedro Sánchez en una rueda de prensa en Bruselas. / EFE

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Hace una semana de las elecciones municipales y autonómicas y parece que haya pasado un año, tal es el megalómano y suicida vértigo al que don Pedro somete a los españoles. Sin haber acabado el recuento de votos, pero con las cuentas llenas de los muertos y heridos que ha dejado su infinita soberbia, su impúdica arrogancia, el señor del gran poder dirige el transatlántico de España y sus pasajeros -incluidos los del PSOE- hacia una aventura que no solo perjudica la imagen institucional de un país democrático, sino el prestigio internacional de un socio al que en breve le tocará presidir Europa. Esa falta de responsabilidad histórica, de respeto por las reglas del decoro democrático y la voluntad de la ciudadanía expresada en las urnas, da idea de la auténtica talla moral, del dibujo psicológico de Sánchez: un ególatra insaciable devenido en autócrata (“El temerario y autocrático Sánchez dispara su última bala", titulaba The Times), un iluminado patológico que tilda de extrema derecha a diez millones de españoles. Vinculó las elecciones a un plebiscito, a la ruleta de su egregia figura y, cuando lo pierde estrepitosamente, convoca elecciones generales por la trastera, en plena canícula de verano, para coger al pueblo de vacaciones (espero que el sector turístico, los ciudadanos y miembros de mesas electorales se lo recuerden el 23J), una vuelta de tuerca más a costa de que las calderas exploten por exceso de presión, máxime las del PSOE.

Quiero huir de cifras y escrutinios, y también de un análisis profundo de cuanto ha sucedido en estas elecciones, ya se aburrirán ustedes dos leyendo miles de ellos. Pero es imposible ocultar los fantasmas “macbethianos” que deben estar ahora mortificando punzantemente el orgullo y la altivez sin límites de este Narciso de la política ahogado en su propio estanque de vanidad. Con las llamas de la derrota aún visibles en la Comunidad Valenciana, Extremadura, Aragón, La Rioja, Baleares, Cantabria o incluso Canarias; con el batacazo de Madrid, el susto de Castilla-La Mancha, el desaire de importantes ciudades de España, de las capitales andaluzas; insisto, con los cadáveres de sus barones, alcaldes y concejales aún sin sepultar, y las decenas de miles de heridos sin recibir siquiera el alivio de sus lesiones, Sánchez une el destino de un partido de 144 años de historia a su propia historia. El rey Sol patrimonializa el PSOE con la convocatoria de elecciones a la vez que municipaliza la derrota en todos los que, bien por interés, oportunismo o cobardía, no se atrevieron a decirle la verdad pese a saber que su cesarismo no solo acababa con los mecanismos de contrapeso del partido, sino que podía abocarlo a la deriva total.

Irán creciendo las voces socialistas que de forma más o menos velada abjurarán de Sánchez advirtiendo hoy lo que callaron ayer, argumentando que lo hicieron muy bien en sus territorios y por culpa de don Pedro se han visto en la calle. Como también lo leerán de tantos y tantas plumillas mediáticas caprichosamente regadas por el poder (ahí van 440 millones más para publicidad institucional), de tantos tertulianos canónicos abducidos por el lucrativo resplandor de un político fácil al regalo de las columnas y opiniones dóciles. Y los escucharán decir y pontificar ahora que lo de Bildu fue suicida, que acostarse con el coco de los ultras de extrema izquierda y los antisistema era una insensatez, que ir de vacaciones en el Falcon invitando a separatistas xenófobos, golpistas y antiespañoles era un error. Lo oirán de los mismos y las mismas que idolatraron el esplendor del becerro de oro, que lo consideraron un estadista, que negaron el peligro de descomposición del PSOE. Y más que dirán si Narciso pierde las elecciones.

Con su autocrática decisión de convocar precipitadamente elecciones generales, don Pedro no solo silencia el malestar interno en el PSOE, convertido en un patético auditorio de cautivos aplausos como en Corea del Norte, sino que coloca al partido y sus dirigentes en la paradójica disyuntiva de remar en la dirección que él marca o ahogarse. Apelará a que solo él puede llevarlos a la salvación, y les exigirá a sus zombis líderes, a la militancia, que se comprometan sin desmayo en este último órdago que su inconmensurable ego, su patológica soberbia y su adicción al poder ha provocado. Pero, ¿qué creen que pueden pensar hoy los miles y miles de damnificados del partido que se han quedado sin trabajo? ¿Los que saben que ni aun ganando el PSOE volverán a sus sillones y su sueldo? ¿Que después de muchos años deberán buscarse la vida por primera vez y hacer números para pagar la cesta de la compra y la hipoteca que firmaron al calor del sueldo público? ¿Es esa la tropa a la que don Pedro va a pedir que haga un inmenso esfuerzo, que luche desesperadamente para que él se mantenga en el poder y ellos en la cola del paro?

Las decisiones aparentemente geniales, sorprendentes, no son fruto de la infinita inteligencia, sino de esa infinita estupidez -por megalómana- de la que hablaba Einstein. A estas alturas de la evolución humana hay que ser muy hooligan o muy dependiente para no entender que para Sánchez, España, el PSOE, la democracia, nuestra imagen europea e internacional, solo son meros instrumentos a su servicio. A Sánchez le preocupa Sánchez, no el partido, ni sus líderes y militantes, otrora obedientes siervos que se inmolaron por él pensando que los quería (recuerden los cadáveres íntimos que ha dejado en el camino). Ahora, desesperado, se ha subido al puente de un barco a la deriva pensando únicamente en su supervivencia; pero olvida que la “derrota” de ese buque no se puede enderezar con un leve golpe de timón, necesita mucho tiempo y demasiadas millas. Por el contrario, el tren de la historia ha cogido una velocidad, una inercia en su contra, que no podrá frenar en dos meses. Mientras su barco se dirige irremediablemente a la derrota, el tren al que se han subido millones de españoles lo mueve la ilusión. El Narciso se ahoga ensimismado en su espejo de soberbia mientras las flores del galán de noche se marchitan. A más ver.