La plaza y el palacio

Notas para después de unas elecciones

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

1.- El gran triunfador del 28 de mayo ha sido Ciudadanos. Ha conseguido, al fin, la reunificación práctica de lo que denominan centro-derecha. Es cierto que bajo otras banderas y con un leve corrimiento a estribor. Pero para sus altas miras y sus altos patronos, son detalles sin importancia. Igual que su liberalismo nunca supo ser liberal ni su centrismo reposar en algún centro. Tiempo tendré de hacer leña de este árbol caído, cosa que me apetece, pues considero su trayectoria profundamente siniestra. Bbaste decir ahora que su regalo de paquetes de decenas de miles de votos al PP es algo desconocido en la democracia española y explica, por sí, una buena parte de los cambios habidos. Lanzarse a la palestra sabiendo de antemano que esas dosis de dopaje estaban preparadas daba para muchas alegrías. La conclusión final es que la maduración de ese espacio, tras servir por años para atacar a las izquierdas, ha facilitado la victoria, pueblo a pueblo, de las derechas, más que cualquier idea o propuesta que éstas hayan formulado. La democracia ya no son matemáticas sino mecánica.

2.- Quién sabe si la ciudadanía está harta de gestión. Al menos de una gestión que convierte a la política, como ha dicho Sloterdijk, en taller de reparaciones, sin muchas más ambiciones ni necesidad de complicidades y participación de la sociedad civil. Explicación saturada de gestión y promesa constante, hasta la náusea. Promesas que se pisaban, día tras día, unas a otras. Un paisaje desprovisto de horizonte estratégico, un presente infinito sin más futuro que más explicaciones y proposiciones. El mayor problema de la democracia actual es su ilegibilidad, la imposibilidad de leer un relato completo sobre sus problemas y formas de alcanzar decisiones. La izquierda ha hecho esto. Esto y fiestecillas, como si el miedo que pregonaba por la mañana pudiera compensarse con la feria de las vanidades de cada noche, estrelladas de frases ocurrentes. A mitad de campaña ya se podía imaginar que los que votaran por la gestión ya habían decidido qué votar y que seguir por ese camino poco aportaría. Entre la gestión abrupta, dura, convertida en mezcolanza de hechos, y la ideología abstracta, degradada a lo trivial, la izquierda no ha sabido construir un relato político que enganchar ilusiones.

3.- La promesa, la ilusión de Sumar, ha contribuido a la derrota de algunas izquierdas en algunos lugares. Los iniciados/as son capaces de comprender la extraordinaria dificultad de tejer ese espacio de Penélope en el que la izquierda anda desde el referéndum de la OTAN. Pero esperar que lo haga la ciudadanía llana es tener una certidumbre inadecuada. Apoyar a estos por la mañana y a los otros por la tarde, y viceversa, sólo ha sumado complicación a un panorama que, como digo, ya es bastante difícil de interpretar. No tema el fiel. Como dijo un comunero a otro, allá en el cadalso de Villalar: ayer fue día de luchar como caballero y hoy de morir como cristiano. Así que, proclamado mi hartazgo de hiperliderazgos y purezas públicas contradichas por tejemanejes opacos, pasaré en cuanto pueda a manifestar mi apoyo y protestas de lealtad al nuevo potencial milagro. “No hay más remedio” es el argumento cohesivo más fuerte de la política. Los políticos no son, como dijo Machado, “ingrávidos y gentiles”. Si bien es cierto que tampoco tienen que ser ceporros con menos sentido de la autocrítica que la piedra pómez.

4.- Han presumido las izquierdas de “cercanía”, de “proximidad”, como ardientes valores. Sea. Que la lejanía parte los corazones y estropea los amores. Pero se ha llevado hasta un extremo que ha contribuido a minar cualquier relato –esto es: discurso que aporta sentido al quehacer político- que sirviera para crecer. Porque la cercanía ha sido concebida por algunos como la innecesaria existencia de un Programa en que se fijen los fines, los ejes del compromiso: vale con defender lo que en cada pueblo se quiera. Y, si acaso, amontonar ideas en un folleto por salvar el ceremonial. No me parece una estrategia consistente. Pero, sobre todo, fijarse sólo en lo muy cercano ha provocado que los valencianos podamos felizmente ignorar la dureza del mundo; esto es: las causas últimas de los males que afligen y de las necesidades que justifican el esfuerzo político. Nuestras dificultades están en unas fronteras de Ucrania, en la deriva de la derecha bávara, en el control del Estrecho de Malaca y en el cementerio en que se ha convertido el Mediterráneo. De todo ello quedábamos liberados en nombre de la cercanía. ¿Cómo puede renovarse así un discurso de la izquierda? Lo ignoro. Pero lo que es seguro es que hemos construido un pudoroso silencio sobre el papel que deseamos para la CV en la nueva globalización y la posibilidad de la emergencia de un renovado neoliberalismo. De eso, cercanamente, con valentía, dejándonos la piel, nada, ni palabra. Nuestro reino no es de este mundo. A la indiferencia por la complejidad le puede seguir insignificancia a la hora de planear estrategias generales de gobierno –y aun de oposición-. Y, por supuesto, está muy bien ser beligerantes frente a “Madrid”, reivindicar una financiación justa, la deuda histórica o el corredor mediterráneo. Pero eso no nos debe llevar a convertir toda política en política de campanario y a olvidar que no debemos preguntar por quién doblan las campanas: doblan por todos; no somos islas. ¿O sí? Ser Robinson Crusoe es cómodo.

5.- Leo un titular: “¿Por qué los pobres votan a Vox?”. Se me ocurre una respuesta: porque son pobres, precisamente. Por supuesto no lo hacen todos los pobres, ni siquiera una mayoría. No insultemos generalizando: las variables de sexo, edad o procedencia geográfica son importantes. Pero no cabe duda de que una parte significativa del voto a Vox es de personas con poco poder adquisitivo, dependencia de servicios públicos o de familiares, dificultades para encontrar empleo, sobre todo con salarios dignos. Y votos, en muchos casos, desesperados, airados, deseosos de herir. (No está escrito nada sobre la legitimidad de las intenciones del sufragio). ¿Creerán que Vox les sacará de pobres? Casi seguro que no. Incluso muchos sabrán de los avances sociales habidos con las mayorías progresistas en los últimos años, tanto los que redundan en las condiciones laborales como los que les protegen de las peores vicisitudes. Pero, muy probablemente, no las juzgan suficientes. Votando a Vox no van a perder nada de eso. Y a cambio encuentran beneficios que a los no-pobres pueden parecerles inútiles. Por ejemplo: obtienen la posibilidad de sentirse copartícipes de identidades sólidas –no siendo la menos importante la nacional-estatal-, no se les culpabiliza de muchas desgracias derivadas de creencias que recibieron por tradición y cuya crítica radicalizada no pueden comprender o, al menos, no puedan hacerlo de manera precipitada: seguramente no les gusta sentirse amenazados por nuevos castigos o prohibiciones. Y no tienen que escuchar cada día discursos en los que se habla de “resiliencia” o eso de que cada crisis es una nueva ocasión para mejores inicios. Pueden ser pobres, seguramente incultos –la meritocracia no bucea en esos caladeros-, pero no son tontos. Necesitamos una izquierda menos caritativa pero globalmente más compasiva, que se preocupe por entender las quiebras profundas en la dignidad de los más abandonados, a la vez que sitúa en la cabeza y en el corazón de su relato la igualdad social.