Sistemas convectivos de mesoscala

Sistemas convectivos de mesoscala

Sistemas convectivos de mesoscala / Antonio Amorós

Antonio Gil Olcina

Antonio Gil Olcina

Como cabía esperar, el acrónimo DANA ha sido lexicalizado con notoria prontitud y desplaza, rápidamente, en los medios de comunicación y gran público, al desnaturalizado concepto de «gota de aire frío» o, abreviadamente, «gota fría». Sin duda, ha trascendido poco que las referidas siglas tienen origen en un apellido, el del meteorólogo Francisco García Dana, que había efectuado valiosas investigaciones sobre aguaceros copiosos y de elevada intensidad horaria; así, por ejemplo, Situaciones atmosféricas causantes de lluvias torrenciales durante los días 19 a 21 de octubre de 1982 en el Levante español (1982). Fallecido tempranamente, sus compañeros de AEMET decidieron honrar y perpetuar su memoria acuñando el criptónimo de referencia, para sintetizar la frase «Depresión Aislada en Niveles Altos». Se trataba de una idea y propuesta bien plausible, tanto por motivos humanos como científicos; se proporcionaba al lenguaje común una noción de tan singular extensión que cubría todo embolsamiento de aire frío en altitud, supliendo, con absoluta oportunidad, la desvirtuada expresión «gota fría», objeto de todo tipo de sinonimias abusivas e improcedentes. Ello no supone desconocer que el nuevo concepto, a pesar de su enorme vastedad, dista de estar exento de riesgos; por defecto, al pretender identificarlo y homologarlo con otros de menor extensión y mayor comprensión (Kaltluftropfen, desarrollo ciclogenético, sistema convectivo de mesoscala, …) y por exceso al atribuirle como obligadas consecuencias que no lo son. Por ello conviene tener presente que la DANA designa y corresponde a un gran conjunto, que las configuraciones aludidas y otras integran en calidad de subconjuntos. A uno de ellos alude el encabezamiento de este artículo.

Casi medio siglo atrás, a finales de los setenta de la centuria procedente, el meteorólogo estadounidense R. Maddox acuñó el concepto de complejos convectivos de mesoscala para referirse a estructuras nubosas de grandes dimensiones que se forman en primavera y verano sobre las inmensas llanuras de Estados Unidos. Maddox definió estas estructuras convectivas con criterios de duración, apariencia y tamaño, de modo que no interesarían menos de 150.000 km2. Transcurrida más de una década, Riosalido reconoció la presencia de estructuras convectivas en el Mediterráneo Occidental que ofrecían parentesco con las caracterizadas por Maddox; si bien, por lo general, de menor extensión y topes térmicos no tan bajos en la alta troposfera, dado que escala, condicionamientos geográficos y latitudes, inferiores, eran otros. Riosalido llamó a estas configuraciones del Mediterráneo Occidental Sistemas Convectivos de Mesoscala, diferenciando tres grados o categorías (SCMI, II y III), con umbrales de superficies afectadas, respectivamente, superiores a 50.000 km2, entre 50.000 y 25.000 y, para SCMIII, inferiores a 25.000. Con temperaturas superficiales marinas cálidas y presencia de aire anormalmente frío en la alta troposfera, que conlleva exageración de gradiente térmico vertical y fuerte inestabilidad atmosférica, pueden generarse sistemas convectivos de mesoscala, que acaben por cubrir, a partir de la fachada oriental, una porción más o menos extensa de la Península Ibérica. En la cuenca del Mediterráneo Occidental el desarrollo de sistemas convectivos de mesoscala, que acaben por cubrir, a partir de la fachada oriental, una porción más o menos extensa de la Península Ibérica. En la cuenca del Mediterráneo Occidental el desarrollo de sistemas convectivos de mesoscala suelen guardar relación inicial con desarrollos ciclogenéticos de Argel o Baleares. Estas estructuras convectivas, tras las que subyace, como se ha señalado, acusada inestabilidad atmosférica, se traducen en la génesis de nubes de gran desarrollo vertical, colosales «nubes puestas en pie», gigantescos cumulonimbos, que interesan todo el espesor de la troposfera, hasta la misma discontinuidad de la tropopausa.

Conviene aludir, en apretada y sencilla síntesis, a los componentes del fenómeno atmosférico. Una DANA no es, en modo alguno, sinónimo de aguacero copioso e intenso; para que el diluvio se produzca, es necesario un acople adecuado de situaciones favorables en superficie y altitud. En superficie se requiere, a favor de una evaporación muy activa, la presencia de aire con elevada humedad específica y próximo a la saturación, capaz de ascender bien pronto con un reducido gradiente pseudoadiabático, fruto de una ingente liberación de energía latente, que auspicia, con vigoroso ascenso, la formación de los aludidos cumulonimbos, que rematan en el yunque o píleo impuesto por la tropopausa. Esa alimentación en superficie de la estructura convectiva precisa del transporte de aire muy húmedo por los vientos llovedores de componente este, primordialmente levantes y gregales. En la notoria fortaleza del ascenso juegan, al unísono, el menguado gradiente pseudoadiabático del aire saturado y muy húmedo con la exageración de gradiente térmico vertical originada por la irrupción de aire anormalmente frío en las troposferas media y superior. De esos cumulonimbos, que terminan por ensombrecer el cielo, pueden desprenderse precipitaciones muy abundantes, a veces en forma de granizo. En suma, a la hora de imputar la responsabilidad de las situaciones atmosféricas vividas en buena parte de la Península Ibérica durante la segunda quincena del pasado mes de mayo no basta con referirse a la DANA, es absolutamente necesario no olvidar otros componentes también decisivos, con el ensamble o encaje adecuado de las situaciones de superficie y altitud.

Existe, además, la que es, más que conveniencia, exigencia de entrar en el extenso conjunto al que alude la denominación DANA y encaminarse hacia alguno de los subconjuntos que lo integran. Es cierto que, en principio, son los meses tardoestivales, especialmente si hay veroño por medio, los más propicios para la formación de sistemas convectivos de mesoscala. Es de recordar, empero, que, hasta la irrupción de aire frío en los niveles superiores de la troposfera y constitución de la DANA, la primavera, ya avanzada, no había sido sino anticipo del estío, tanto por los registros térmicos, muy superiores a los valores medios de la época, como por la carencia de precipitaciones; ciertamente, abril no había hecho honor al refrán que reza «Abril, a mil». Así pues, condiciones óptimas para la presencia de aire supramediterráneo con elevada humedad específica, merced a las condiciones sumamente favorables para la transferencia por las aguas marinas a la atmósfera de ingentes volúmenes de vapor de agua. Por ende, un enorme riesgo potencial de aguaceros copiosos e intensos, en forma de diluvios y trombas, al que la situación creada añadió el de granizadas. A subrayar la enormidad de la extensión afectada simultáneamente por los procesos convectivos, su insólita duración y la focalización de las precipitaciones, localizadas y concentradas en el tiempo.

Un dicho de profundo arraigo popular encarece la extraordinaria bondad del agua de mayo para los cultivos, afirmando, por analogía, que el hecho afortunado y el suceso feliz «vienen como agua de mayo». Sin embargo, las abundantes precipitaciones focalizadas, localizadas en muy diversos puntos de la Península, se han producido de forma varia y consecuencias diferentes. Con precipitaciones intensas, que no torrenciales, la lluvia «ha venido como agua de mayo» para almendros, cítricos, olivos y viñedos. Por el contrario, las trombas de agua primaverales han causado inundaciones en núcleos urbanos, arruinado cobertizos de plástico y cosechas de hortalizas; peor aún los efectos de las granizadas en plantaciones de frutales tempranos y horticultura tradicional o de ciclo manipulado. Añadamos que, tal y como se han producido, estas lluvias tan intensas y localizadas, no han incrementado, prácticamente, las reservas de los embalses, con la sola excepción de un mínimo aumento en la cuenca del Segura. Es de resaltar que no se han generado avenidas de consideración en los ríos alóctonas ni aportaciones de entidad a las presas que los regulan; las trombas, tan concentradas en espacio y tiempo, han motivado algún desbordamiento en cursos autóctonos y aguaduchos, algunos destructivos y ruinosos, en arroyos, barrancos y ramblizos.

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