Como para no creérselo

Como para no creérselo

Como para no creérselo / INFORMACIÓN /Twitter

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

En 1946 si los Busto, Antúnez y Arza no perdían en Las Corts conquistaban la Liga que, de sucumbir, sería para el Barça. Ya desde Córdoba el paso de los campeones tras el empate cosechado fue tela marinera y, al ser detectados por el radar de la Giralda, un delirio. En ese recibimiento se encontraban las dos ramas de mi familia al completo, con mis padres empezando a cogerse de la mano. En la temporada que nací, los Campanal II, Antoniet, Pepillo y siempre Arza condujeron al club a estrenar zamarra en la Copa de Europa. Parecía que el bebé no podía quejarse de la cuna que le cayó en suerte.

   Ja, ja. Que se lo había creído. Bueno, en el 62 se alcanzó la final de Copa en una de las primeras retransmisiones. Como ni Dios tenía tele invadimos la casa del único en varios kilómetros a la redonda, con unos nervios que para qué en espera de que los Ruiz Sosa y Achúcarro resistieran al Madrid en el Bernabéu con Franco en posición. Era mucho resistir. Hasta el punto que, en cuanto el árbitro pitó el saque inicial, la nieve tomó la pantalla y la imagen volvió al terminar aquello con el 2-1 de Puskas en el último instante, que fue cuando apagamos la radio a la vez que el otro chisme volviéndonos por donde habíamos venido.

   Fueron pasando las tardes dominicales en Gol Norte con mi primo y amiguitos costándonos entender que esa fuera la herencia recibida y no digamos cuando a mediados de los sesenta nos fuimos a Segunda de cabeza. La única pica en Flandes la puso Suker de falta sobre la bocina para superar dieciseisavos de la Uefa en Atenas, que es donde los de Nervión jugarán seguramente ante Pep la Supercopa al tocar plata en el Puskas Arena con Mou flamenquín. Algún ángel debió pasar en el curso del Centenario para que, tras 45 años a dos velas, la de agosto se convierta en la vigesimosegunda final de mi equipo en 17 años. Era mucho más tranquilo lo de antes.