El indignado burgués

La victoria redime

Pablo Ruz, tras el recuento electoral del 28M, entrando a la sede del PP de Elche. | ANTONIO AMORÓS

Pablo Ruz, tras el recuento electoral del 28M, entrando a la sede del PP de Elche. | ANTONIO AMORÓS / a.fajardo

Javier Mondéjar

Javier Mondéjar

Ganar es el bálsamo de Fierabrás que cura cualquier alma atormentada. Para el espíritu humano una victoria lo tapa todo, sea de tu equipo favorito o de un político corrupto. Tras cualquier elección parece como si las aguas del Jordán purificasen la imagen de algunos para siempre jamás. A partir de ese momento su alma pura volará por el éter sin pasado ni mácula alguna. Pecados mortales son redimidos por las urnas y se sale de ellas, además de más limpio, muchísimo más inteligente, guapo y chistoso, de forma tal que el cielo es azul, el sol brilla y todos los bienes del mundo, riquezas y hasta cuerpos deseables, parecen a tu entera disposición.

Estaría bien si, tanto triunfo como derrota, no fuesen efímeros. Kipling dejó muy claro su ideal: «Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota y a estos dos impostores los tratas de igual forma». Pero eso no sucede.

Normalmente cuando ganas estás en la cima del mundo y poco se piensa en que cuando has llegado a la cumbre el resto del camino es de bajada. Y bajar es lo peor de caminar, por lo menos para mí. Se lo digo por experiencia: la semana pasada estuve haciendo unas etapas del Camino de Santiago y subir es duro, pero bajar lo es más todavía. Pruébenlo.

El problema viene cuando se pasa de la euforia a la sensación de impunidad, al todo vale, al ahora vamos a hacer capitalismo de amiguetes, colocaré a todos mis amigos y a la familia hasta el cuarto grado de consanguinidad y, como me han elegido, soy el rey del mambo, el macho súper alfa y la cúspide de la cadena alimentaria. Grandes batacazos han derivado de historias sencillas de gentes del montón, porque resulta tan fácil deslizarse por esa pendiente…

He conocido muchísimos políticos, demasiados. Es verdad que la mayoría cuando llegaron a la poltrona eran personas normales, con una cierta vocación de servicio a la sociedad y no se volvieron locos con las pompas y los fastos. Pero otros no tuvieron tanta suerte.

En política hay tantos juguetes rotos como entre los niños cantores, las actrices lolitas o los futbolistas a los que, aunque son buenos, su desempeño no les da para vivir del balón. Entiendo que hay que tener la cabeza muy bien amueblada para que el coche oficial no te destruya psicológicamente. El chófer y la cuenta de gastos ilimitada causa estragos. Y firmar en el Boletín Oficial es lo más, con perdón de este diario que también tiene su aquel.

Muchos de los políticos rotos, por lo menos de los que yo he conocido, buscaban sólo un puesto de trabajo bien pagado y con pocas obligaciones cuando de repente encontraron la cueva de Ali Babá. Y, claro, no pararon hasta llenar un saco y luego dos, porque ya es un no parar y nunca es suficiente.

Les pongo en antecedentes: los políticos suelen proceder de familias de clase media, tirando a menos y de repente su cargo les hace rozarse constantemente con ricos de medio pelo y, a veces, con ricos de verdad. Tienen hueco de privilegio en actos, comidas y festejos, pero su nómina les recuerda todos los meses que son asalariados del montón. ¿Qué vas a hacer si, favores que no te cuestan nada, son generosamente recompensados? Primero te gratifican en especies, cuando tienen más confianza te dan un sobre, al final lo pides tú.

Señoras, señores y señoros, pueden hacer dos cosas: escandalizarse o reconocer que la corrupción es inherente al ser humano desde los principios de la supuesta Civilización. Me temo muy mucho, visto lo visto en algunas elecciones pasadas y sin duda en las venideras, que la mayoría del pueblo está en la segunda alternativa, en el «pónme donde haiga». En los países anglosajones y en los nórdicos tanto meter la mano en la caja como los líos sexuales te ponen en la calle o entre rejas ipso-facto. En España unos se perdonan y de los otros no se habla. ¿Cambiaremos algún día?, la verdad es que no advierto el menor síntoma, pero quizá me falle el instinto.

Ya me gustaría a mí que la sociedad funcionase de otra manera, sobre todo que crimen y castigo fueran casi simultáneos como la ira de Jehová en sus Grandes Éxitos, pero me voy a quedar con las ganas. Los ganadores han salido absueltos y limpios de cuerpo y alma, como yo después de acabar el Camino, tras asistir a la Misa de Peregrinos, que me ahumaran con el Botafumeiro y me entregaran la Compostela.

Nos guste o no, el marcador se pone a cero y el pasado está ya tan lejos como el Cuaternario Inferior. No quiero ser agorero, pero conviene hacer un carpe diem y aprovechar el compás de espera, que vienen curvas.