Ninguna excentricidad

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Un debate electoral es un programa de televisión. Pedro Sánchez le propuso a Alberto Núñez Feijóo hacer una miniserie de 6 capítulos. El líder del PP sólo ha aceptado un especial junto al candidato socialista. Nos distrajo durante unas horas el portavoz popular Borja Sémper tildando de «extravagancia» algo tan central en campaña como los debates.

Feijóo tardó en aceptar y, sin embargo, respondió pronto. Algo más de tiempo y alguno que sus medios favorables habría acabado admitiendo que los debates son extravagancias, aunque sean periodísticamente nutritivos y una necesidad ciudadana digna de ser considerada un derecho. «¡Nunca rechazará un medio de comunicación un debate!», se puede decir. Tiempo al tiempo. El domingo leí un periódico monográfico contra Sánchez sólo aliviado por algunas páginas a favor de Feijóo. No es el periodismo en el que crecí como lector, pero así está el mundo.

Claro que el debate favorece a Pedro Sánchez, que conoce el poder del movimiento continuo y tiene que acertar para mantenerse en La Moncloa, mientras que la tendencia dice que a Alberto Núñez Feijóo le basta con no equivocarse para mudarse al palacio de gobierno. Claro que Feijóo tiene ganadas las encuestas como Sánchez tiene ganada una acre animadversión que los politólogos deberían estudiar porque su tamaño no se justifica después de una serie de acciones salariales, laborales y económicas generalistas que, por primera vez en muchos años, contradicen la excusa macroeconómica de Felipe; el fanatismo liberal de Aznar; la obediencia tecnocrática de Zapatero y el inmovilismo de Rajoy.

El debate no sirve para los convencidos, que serán gran parte de la audiencia y se sentarán ante una velada de boxeo. Son palabras que pueden mentir y promesas que pueden incumplirse, pero también es un espectáculo donde se trabaja la razón y se representa la fuerza, donde las dudas son más rotundas que las certezas, lo más elocuente es un silencio y peligra la vida del artista más que en los recitados de los mítines.

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