La ingenuidad infantil como vehículo de enriquecimiento televisivo

Myriam Z. Albéniz

Myriam Z. Albéniz

Si bien, por regla general, el español es un pueblo solidario que se conmueve sinceramente ante la desgracia ajena, máxime si sus protagonistas son menores, y que protesta con ardor al visionar reportajes en los que estos trabajan duramente en países del Tercer Mundo cargando sacos o doblando la espalda en yacimientos mineros, acto seguido y mando a distancia en mano recala en otra cadena de televisión para disfrutar (es un decir) de la actuación de alguna preadolescente que, maquillada como una puerta y con un atuendo impropio de su edad, interpreta un tema en inglés salpicado de alusiones cuya traducción al román paladino no resulta apta para personas de su generación. Otra paradoja más, de las muchas que nos toca digerir en los tiempos que corren. Habrá quien pensará que exagero y que las dos situaciones expuestas anteriormente no son equiparables. Sin embargo, a mí me parece que ambas suponen formas de explotación infantil con varios puntos en común, por más que ningún partido político, sindicato, asociación de defensa de la infancia u organización no gubernamental se manifieste ni mueva ficha al respecto.

Ni que decir tiene que estoy absolutamente en contra de los concursos que, aprovechando las cualidades artísticas de sus participantes de corta edad, funcionan como impresionante vehículo de enriquecimiento de las televisiones privadas. Tras esa apariencia de edulcorada ingenuidad, se esconde un espectacular negocio millonario y un arma muy eficaz para alzarse con la victoria en la enconada guerra de las audiencias. Pero, como quiera que la capacidad de autoengaño del ser humano es infinita, los promotores de estos shows suelen defenderse diciendo que, a pesar de la cifra que figura en su carnet de identidad, los concursantes en cuestión están ahí por voluntad propia y saben perfectamente lo que quieren. Y es justamente ahí donde, en mi opinión, radica la principal falacia porque, por la misma regla de tres, también podrían decidir dejar de acudir al colegio o no tomar una medicación que les hubiera prescrito su pediatra, por citar tan sólo un par de ejemplos.

Por más talento artístico que muestren o por fuerte que sea la personalidad que posean, la totalidad de niñas y niños está llamada a vivir una infancia normal. Esa es la razón por la que desde la Psicología se alerta insistentemente sobre el doble peligro de arruinar esta etapa fundamental en la formación de la personalidad y de alcanzar la madurez sin una sólida base previa, lo más alejada posible de una idea errónea acerca del éxito. Chicas y chicos necesitan acumular experiencias positivas y obtener un alto grado de estímulos de calidad, pero siempre adecuados a su nivel de desarrollo interno y externo. En este caso concreto de quienes cantan y bailan emulando a sus ídolos, tanto sus padres y madres como las agencias de representación, producción, dirección de casting y responsables de los programas parece que se olvidan de sus derechos o, como mínimo, que los aparcan temporalmente, sometiéndoles a un trabajo tan duro y competitivo como el de los adultos.

Ni siquiera la propia Administración demuestra el mínimo celo exigible a la hora de revisar sus condiciones laborales. De hecho, la situación legal de este colectivo no está regulada adecuadamente. Se solicitan unos requisitos para la contratación y se otorgan los correspondientes permisos, pero rara vez se vigila el cumplimiento de unos horarios demasiado agotadores (vestuario, peluquería, maquillaje, ensayos, tiempo de espera en los camerinos) que sobrepasan con creces su breve aparición en pantalla, para discutible deleite de millones de televidentes. Aun cuando esa hipotética ansia de triunfo de hijas e hijos esconda a menudo los sueños incumplidos de quienes les trajeron a este mundo, resulta preferible esperar a que crezcan y, hasta entonces, respetar su anonimato y matricularles en un conservatorio o en una escuela de danza. Más que nada por su bien.

www.loquemuchospiensanperopocosdicen.blogspot.com

Suscríbete para seguir leyendo