Opinión | Espejo

Gracias a la vida

La experta en inclusión, Laura Soler.

La experta en inclusión, Laura Soler. / Jose Navarro

El pasado miércoles tuve el honor de recibir el premio como persona referente en la Comunidad Valenciana por parte del grupo social ONCE. El haber recibido tan alta distinción me permitió realizar un viaje en retrospectiva desde que la lucha por la accesibilidad y la igualdad de oportunidades de los mal llamados minusválidos o discapacitados, como se decía entonces, llegó a mi vida.

Todo empezó el día que mi «silla eléctrica», tranquilos no se trata del asiento en el que colocan a los condenados a muerte, sino de una silla de motor que llegó a mi vida justo al cumplir la mayoría de edad. Recuerdo esos momentos con mucha emoción, pudor y un cierto susto ante la responsabilidad que se ceñía sobre mí por tener que controlar yo dicho aparato del cual era la única responsable y que me iba a permitir ir de un sitio a otro con total autonomía. En aquel entonces, estoy hablando de cuando los dinosaurios dominaban la tierra, solo podía utilizar esta maravillosa herramienta cuando iba a la universidad. Pues la ciudad, por increíble que parezca, no reunía condiciones para circular por ella y era una auténtica selva llena de barreras y dificultades por todas partes. En aquel entonces nuestra única referencia estatal era Barcelona que, a raíz de los Juegos Olímpicos, tuvo que ponerse las pilas en este ámbito y lo logró, vaya si lo logró. La ciudad condal me mostró y me demostró a lo largo de los años que la accesibilidad era una cuestión de ciudadanía y respeto. Gracias a ese nivel de concienciación que me mostró la capital catalana pude concienciarme y contribuir con mi pequeño granito de arena a que ésta, nuestra ciudad, pensara un poquito más en todas las personas. Ahí están las huellas de mi paso, como concejala en el Ayuntamiento de Alicante por el PSPV. Ahora, si había un paraíso en aquellos años en la provincia de Alicante era el campus de nuestra universidad, allí se podía respirar la libertad en cada rincón.

Por ello, cuando años después pude devolverle a mi universidad gracias a mi trabajo allí, solo un poco de lo infinito que esta institución me ha aportado a mí, me sentí muy reconfortada.

Después, la política autonómica volvió a llamar a mi puerta gracias al president Ximo Puig y dejé la que considero mi casa para trabajar en la casa de todo el pueblo valenciano.

En ese camino han pasado muchas vivencias, personas, retos y hasta grandes dificultades, muchas veces discriminatorias, que están a la orden del día en cada esquina.

Sin embargo, el impulso para siempre seguir adelante en pro de los derechos de todas las personas más vulnerables que no han tenido la suerte que tiene una servidora está siendo indestructible. A ello se suma que cada paso ha tenido un porqué y un para qué en el camino de mi lucha por la inclusión de las personas con discapacidad. El «rodaje», nunca mejor dicho, no ha sido en vano.

Sin embargo, este camino nunca lo he hecho sola, siempre ha estado presente una amiga incondicional, que, si bien ha ido cambiando a lo largo del tiempo, como cambiamos todos, su esencia siempre ha sido la misma: acompañarme dándome libertad y autonomía para luchar por lo que creo.

Sé que muchos de vosotros estaréis pensando en mi madre y es cierto que ella es la piedra angular que me ha permitido estar escribiendo esta columna a día de hoy y ser el espejo en el que me miro, a pesar de que ya no esté entre nosotros.

De ahí proviene el título de esta columna de INFORMACIÓN, porque en el fondo todos somos espejos de otras personas.

Sin embargo, la amiga incondicional a la que me refería en este artículo es mi silla de ruedas que, en todas sus formas, colores y nacionalidades, me ha acompañado hasta el día de hoy y me ha permitido ser quien soy. Millones de gracias a la Fundación Social Once por ese mimo al alma y por recordarme que hay que seguir luchando por la utopía, como ellos lo hacen cada día. Gracias a la vida que me ha dado tanto con el regalo de mi discapacidad.

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