Opinión | Tribuna

9 d’Octubre: me da pereza

Comunitat Valenciana, 9 d´Octubre. Construyendo Calidad Democrática

Comunitat Valenciana, 9 d´Octubre. Construyendo Calidad Democrática / INFORMACIÓN

El president de la Generalitat ha tenido la amabilidad de invitarme a los actos institucionales a celebrar en València con motivo de Día de la Comunidad Valenciana. Debo estar en la esquina de algún listado de protocolo, por haber sido conseller en un pasado que no es tan remoto. Me he excusado. De verdad que no es por orgullo. Mi pecado es otro: la pereza. En otras épocas estas cosas me parecían hasta distraídas, gratas en los encuentros y, a su modo, educativas, si eras capaz de acudir con un cierto distanciamiento irónico. Ahora, sin embargo, los minutos se dilatan, la silla se estrecha y endurece, las soflamas se vuelven huecas a fuerza de repetir tópicos. Yo entiendo que la liturgia es lo que tiene: ha de actuar sobre las conciencias afianzando creencias, subrayando verdades, disolviendo las dudas, negando la falsedad de las falsedades que son precisas al poder.

Para eso se congregan cargos y altos cargos y ex cargos, premiados y gobernantes, con sus banderas e himnos en el Palau, casa de valencianos y valencianas, en un Saló de Corts en el que, al parecer, nunca se reunieron las antiguas Corts. Se ve que los de aquí hemos sido así desde antiguo: demasiado previsores. A mí me gusta esa inmensa sala, llena de pinturas que, si bien no alcanzan la excelencia estética, cumplen de sobra para informarnos, aún hoy, de los valores y formas de entender el poder en aquella época de esplendores. Eso sí: en esos muros que representaban estamentos, frailes, ciudades y ajada nobleza, sólo hay dos mujeres: una es el símbolo de la Justicia, la otra es esquiva, enigmática, pues no se sabe lo que representa: parece estar saliendo –o entrando- por una extraña puerta. Alguien opinó que podría ser la esposa del pintor observando su tarea. No sé, pero ya ve usted si he pasado horas contemplando la cosa.

Pues el caso es que me ha entrado desgana. Porque además hay que madrugar un poco. Y luego, si quieres, participar en la «Procesión Cívica» que es la comitiva más incívica que los siglos ven, pues manadas de energúmenos, en nombre del amor a las glorias valencianas y para ofrendar glorias a Espanya, insulta desaforadamente –esto es: más allá de cualquier Fuero– a los participantes. Si fuera campo de fútbol cerrarían la Plaza del Ajuntament, la calle de Sant Vicent, la de la Pau y el Parterre. Cuando yo participaba me ponía al lado del teniente general, del general de la Guardia Civil y del comisario Superior de Policía, pues pensaba que si el fervor blavero se desbordaba, al menos se detendría ante los más genuinos representantes del orden de la Patria de verdad. Después, ya, con los ánimos sosegados y los estómagos deseosos de cumplir su función en compañía de otros agraciados, los invitados y algunos espontáneos, se acomodan por cientos en la Plaza de Manises, entre el Palau y la Diputació, con la mejor disposición de comer una tapa de paella y de hacerte selfies con tu político favorito. Es lugar de encuentros, algunos sinceramente gratos, emocionantes. Otros son de esos que te dejan la mandíbula fatigada durante un tiempo a base de invariables comentarios: «¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? Mira, un año más…». Y así veinte, treinta, cincuenta… Si eres de València-capital puede ser peor. O no. El acto es al aire libre. Puede llover o hacer un sol malo, malo, que va a ser cosa del cambio climático. Por lo demás, si no eres un profesional, te quedas con hambre y sed.

La Fiesta es lo que ha llegado a ser. Es muy antigua: quizá la fiesta civil más veterana del solar hispano. Este formato, claro, es bastante nuevo: autonómico. Y en muchas ciudades y pueblos se celebran fiestas-satélites, según la costumbre del lugar y el furor de los ediles de turno. Habrá izado de banderas, repique de campanas, ofrendas florales, obras de caridad, corrida de reses que no sufren siempre que el alcalde sea de derechas, murmullo del Himno –entero no se lo sabe nadie– y sermón del párroco –que, quizá, por la pobreza de vocaciones, haya nacido en Senegal o en Paraguay y deba ser ilustrado deprisa y corriendo sobre qué es esto y hace santo a Jaume I, que creo que era un poco casquivano–. Ya por la tarde, otra vez en cap i casal, grupos nacionalistas y de izquierdas gritan sus sueños desde tiempo inmemorial, anuncian que están en tránsito hacia Itaca, con un miedo terrible por si llegan, agitan la bandera hasta que pierde su franja azul y citan los mismos versos de Estellés. Enfrente se les sitúan energúmenos fascistas a ver si a porrazos les quitan esa catalanería que, al parecer, tanto perturba nuestras vidas y envenena nuestros pozos. Unos son pocos y los otros, menos, pero la policía, al final, cierra el acto entre aplausos y denuestos.

Menos en las tribus fascistas, en todo eso he participado, y si bien sermón no di, a cualquier capellán ayudaría en su redacción. Pero, entiéndame, todo esto es lo que me fatiga. Si tuviera obligación iría. Pero no me siento obligado. En eso siento que he madurado. Pero también digo que ojalá en el futuro me sintiera obligado. Por un suponer: si dentro de unos años mi amiga Aitana Mas, que ha superado un cáncer y que ha ofrendado el relato lúcido de su lucha a la esperanza de otros enfermos y a la defensa de la sanidad pública, es Presidenta y me invita, iré, con bastón si menester fuera. Y me aprenderé el Himne. Faltaría más. Ya ve usted: esto de la patria, a la que estimo y defenderé siempre, es, sobre todo, cosa de afectos. Sobre los afectos no se legisla. ¡Qué le vamos a hacer!

Escucho en la radio alguna cosa sobre la efeméride y advierto que cuando se firma el anuncio como «Generalitat Valenciana», luego no se dice «Tots a una veu», una suerte de lema –un verso del «Himne Regional»– que instituyó el Consell del Botànic. Confieso –Ximo y su excesivo equipo de asesores me perdonen– que a mí nunca me gustó demasiado. Pero, lo que pasa: la reiteración hace afición. Ahora me ha faltado. Me ha entristecido ese vacío. Porque creo que no es una coincidencia sino el resultado de una consciente decisión. Este Consell quizá vaya suelto de veu, pero le sobra el «tots». Seguramente el Botànic fue ingenuo en muchas cosas y, quizá, ese fuera su mayor defecto, pero sí intentó que su obra fuera contemplada desde la óptica de un intento de cohesión, de que nadie quedara atrás, de que nadie se avergonzara por las sinvergonzonerías de capitostes y negociantes. Eso ahora sobra. Es pronto para elevar contabilidad de lo hecho por Mazón y sus consellers –tiene consellers, a veces alguno habla y se le cita por su nombre–. Pero ya es tarde para constatar que no ha dudado en ir sembrando crispaciones y enfrentamientos.

En València se celebra también Sant Dionis, un San Valentín de la tierra, patrón de parejas o/y pretendientes, y hay que regalar a la enamorada una «mocadorà», esto es: gran pañuelo que envuelve panellets y otros sabrosos pastisos. Pues eso: regalémonos todos el dulce, el boniato y el azúcar. Yo no voy porque me da pereza/mandra. Pero si los que tienen la responsabilidad pusieran un poquito más de su parte, si no gritaran o amenazaran ni sobreactuaran en los discursos… Seguramente no es posible. Creen, siempre han creído, que gobernar era esto. ¿Tú ves, Aitana, cómo te necesitamos?

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