Opinión | Tribuna

Desorden en tiempos de impunidad

La ONU advierte que Líbano está "en un punto crítico" e inicia operaciones de emergencia contra el hambre

La ONU advierte que Líbano está "en un punto crítico" e inicia operaciones de emergencia contra el hambre / Efe

El pasado 12 de septiembre, el joven multimillonario Jared Isaacman abrió la escotilla de la cápsula espacial, pudo contemplar la Tierra desde una altitud de casi 750 kilómetros y dijo: «Desde aquí parece un mundo perfecto». El 24 del mismo mes, con motivo de la 79ª Asamblea General de Naciones Unidas, el secretario general, Antonio Gutérres, advertía: «El estado de nuestro mundo es insostenible. La impunidad, la desigualdad y la incertidumbre son los principales factores de insostenibilidad que están interrelacionados y colisionan». Aunque nunca en toda nuestra historia la humanidad alcanzó niveles de bienestar como en la actualidad, me temo que la descripción del Secretario General resume mejor el momento actual.

Si centramos la atención en el plano geopolítico, hace aproximadamente 80 años que se sentaron las bases de una nueva geografía del poder y una nueva arquitectura institucional. Un nuevo orden mundial, moldeado por Occidente, que ahora afronta un proceso de recomposición inacabado e incierto y varias crisis superpuestas. De nuevo se vuelve a hablar de la necesidad de un «nuevo orden» o de «desorden». Existe cierta sensación de fin de un mundo que afronta procesos y transformaciones globales, pero sin mecanismos de gobernanza global. Un mundo multipolar, complejo, fragmentado y «replegado». Un tiempo de transiciones desde hace décadas entre lo «viejo» y lo «nuevo». Sin capacidad para construir nuevas utopías; que mira más hacia un pasado cargado de nostalgia que hacia el futuro y que obliga a revisar ideas y paradigmas. Definido en Occidente por tres grandes rasgos: incertidumbre, inseguridad y miedo al futuro. Un cambio de época para el que todavía carecemos de un relato consistente y coherente. «Hemos entrado en este siglo nuevo sin brújula», decía en 2009 Amin Maalouf. Han pasado ya tres lustros y nos sigue costando pensar el siglo XXI.

El mejor ejemplo de la crisis de aquel orden de posguerra, hoy muy cuestionado, lo hemos podido seguir en directo con motivo de la reciente Asamblea General de la ONU. Un organismo que nació con unos objetivos claros de paz, seguridad y desarrollo de los pueblos, que fue la esperanza del entonces emergente Tercer Mundo (las «naciones oscuras» en definición de Vijay Prashad), que pudo haber sido garante del establecimiento de mecanismos de gobernanza global, y que sin embargo ha evidenciado su anacrónico diseño y toda su impotencia e irrelevancia en mitad de dos grandes guerras de dimensión global, en Ucrania y en Oriente Medio, y de otros 53 conflictos abiertos en el mundo. Las grandes potencias son muy responsables de esa situación de bloqueo e incluso de humillación institucional que atraviesa.

El secretario general habló de impunidad como un signo de este tiempo. Afirmación que quedó ratificada dos días después, desde la misma tribuna de Naciones Unidas, con motivo de la provocadora y arrogante intervención del primer ministro de Israel, que sigue su hoja de ruta con total impunidad. De la intervención de Netanyahu quiero destacar una desafiante afirmación en la que, a mi juicio, sí tiene razón: están ganando. Y quisiera hacerla extensiva más allá de lo que ahora ocurre en Oriente Medio y más allá de la geografía de los conflictos.

En primer lugar, los fanáticos del mundo van ganando. No solo en Oriente Medio, en Ucrania, en la República Democrática del Congo, en Sudán, en Mali y en tantos otros lugares en conflicto, sino en contextos sociopolíticos autoritarios e incluso democráticos, hoy degradados por la emergencia de nacionalpopulismos. De nuevo es tiempo de fanáticos y aventureros extremistas. Como en otros momentos de nuestra historia. «El gran problema del mundo, sostenía Bertrand Russell, es que los necios y fanáticos siempre están seguros de sí mismos, mientras que las personas más sabias están llenas de dudas».

El fanatismo trasciende con mucho a Oriente Medio, pero ese escenario de guerra es el mejor ejemplo de esta era de desorden e impunidad. Como es sabido, fanático procede del latín fanaticus, que significa «guardián del templo», «seguidor del templo», «servidor del templo». Y en el caso de Oriente Medio hay demasiada historia y demasiada religión en muy poca geografía. Los fanáticos judíos no quieren palestinos en ese territorio que va «desde el río hasta el mar». Los fanáticos de Hamás y Hezbolá (que significa Partido de Dios) tampoco quieren judíos. Es la tierra santa para ambos. Por cierto, y no es algo improvisado, a la invasión del Líbano y los ataques al conjunto del mundo chiita (con el elocuente silencio de parte del mundo sunita), los fanáticos del actual gobierno de Israel le han llamado «operación Nuevo Orden». Puede que estemos ante un giro estratégico sin precedentes en el seno del mundo árabe.

En ese conflicto, de imprevisibles consecuencias globales, se demuestra la impotencia e incapacidad de la ONU para mediar en conflictos y hacer cumplir sus resoluciones, el encubrimiento cómplice de las diferentes administraciones de EE UU, el largo silencio y abandono a su suerte del pueblo palestino de parte del mundo árabe, la irrelevancia de una Europa subalterna, como siempre dividida y acomplejada por el sentimiento de culpabilidad de atrocidades pasadas, y la lenta aplicación del derecho internacional ante la evidencia de crímenes de guerra, que para muchos es en realidad un genocidio. Constato además que existen poderosos intereses en que las guerras perduren. Y lo contemplamos con una mezcla de indignación, impotencia, resignación, vergüenza o indiferencia.

En segundo lugar, también están ganando los grandes imperios digitales, así como los grandes grupos agroalimentarios. Están ganando las elites que concentran la riqueza hasta niveles nunca vistos. Avanzan las formas de autoritarismo de mercado. Y van ganando las empresas de fabricación de armamento como nunca en la historia (2,44 billones de dólares ha sido el gasto en defensa en el mundo en 2023). Oligarquías globales les llama Oxfam. En cambio, retroceden el derecho internacional, las democracias, los niveles de igualdad, las rentas de miles de millones de ciudadanos, la protección del medio ambiente, los derechos individuales y colectivos, especialmente de minorías, y la confianza de la ciudadanía en sus instituciones. Y, sobre todo, retrocede la esperanza en el futuro.

En este tiempo de nuevo desorden y de brutalización de la política, la comunidad internacional no hace cumplir las normas que pactó hace ochenta años para garantizar la paz y hacer respetar los derechos humanos más elementales. Y hace mucho tiempo que Occidente interpreta el derecho internacional y el derecho internacional humanitario de forma tan arbitraria como inaceptable. Y cuando no se respeta el Derecho ya no queda nada después, salvo la violencia y el odio. Philippe Sands lo define como Lawless World (un mundo donde no rige la ley, descontrolado, anárquico). Por esa razón gran parte del Sur Global se aleja de Occidente, porque no respeta las propias reglas que estableció.

Deberíamos recomponernos y recuperar valores y reglas. En especial en Occidente. Sin dobles raseros. Porque quienes, con ocasión de conflictos actuales, como en Ucrania, en Oriente Medio, en Sudán (o en la invasión de Irak en 2003), afirman que «no es lo mismo» no tienen razón. Porque sí es lo mismo: en todos los casos debemos hablar de crímenes de guerra. Lo que no es lo mismo es la reacción a la hora de aplicar resoluciones de la ONU, embargos y sanciones, de interpretar el concepto de integridad territorial, de cumplir convenios y declaraciones internacionales e incluso el propio derecho internacional. También deberíamos pensar más en un futuro que nos atropella. Empezando por poner orden en nuestras ideas y tratando de encontrar un nuevo rumbo guiados por una brújula moral ahora ignorada. Tampoco vendría mal releer el poema de Bertolt Brecht La guerra que vendrá. Se publicó en 1939 y parece escrito ayer.

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