Opinión | TRIBUNA

Dudas del momento

Ilustración de Elisa Martínez

Ilustración de Elisa Martínez

Sucedió, como ahora, en otoño. Subía al estrado del Ateneo una mujer. Pionera, valiente, sagaz; intelectual. María Lejárraga se había pasado media vida escribiendo los textos de su marido, Gregorio Martínez Sierra. Pero esta vez se subía ella. Daba la cara ella. Por la República. Era 1932. España –una vez más– se hallaba en una encrucijada después de la sublevación del general Sanjurjo contra la República. El Ateneo de Madrid había organizado un ciclo de conferencias agrupadas bajo el título «El pensamiento político de la España de hoy». Había que pensar. Reflexionar. Y Lejárraga, que había sido maestra, que más adelante sería diputada socialista, que pasaría a nuestra historia como feminista de primera hora, se subió al estrado del Ateneo con una conferencia cuyo título he recordado estos días: «Dudas del momento». Eso quería poner de relieve María Lejárraga: las dudas. Qué valiente hay que ser para reconocerlas. Y qué predispuesto hay que estar. Lo advertía Joan Fuster: «No dubta qui vol, sinó qui pot. Esforça’t a dubtar, tanmateix».

Estamos en un momento de dudas. ¿Qué problema hay en reconocerlo? Una década larga de procés independentista fracasado en Catalunya y la acentuación de los desequilibrios territoriales –desde la insoportable infrafinanciación valenciana hasta la consolidación del procés invisible de Madrid, cada día más separada del conjunto de España en términos políticos, económicos y mediáticos– urgen a repensar España. Urgen a la acción. Y es un signo de madurez intelectual y democrática que surjan las dudas. Es natural. La duda como escenario proclive al juicio razonado. Las dudas sobre el nuevo sistema de financiación autonómico. Sobre la armonización fiscal que evite paraísos fiscales de facto. Sobre la macrocefalia del llamado Madrid DF debida al efecto capitalidad que el IVIE cuantificó y al que el tiempo –ay– viene ahora a dar la razón. Dudas sobre cómo tender puentes emocionales con la Catalunya que emerge tras la investidura del president Illa. Sobre cómo el federalismo de los hechos –el federalismo práctico– puede ser la evolución natural de la democracia constitucional española y una forma de unirnos, de verdad, en nuestra rica diversidad. Federar es unir. Unir para respetar, cooperar y convivir.

La duda es legítima. Es más: considero que la duda es sana. También lo era en 1932. Entonces, María Lejárraga expresó unas cuantas dudas ante el selecto aforo del Ateneo madrileño. Sus disyuntivas, a la luz del presente, pueden sonar anacrónicas. ¿Colectivismo o individualismo? ¿Internacionalismo o nacionalismo? ¿Sabrán los hambrientos administrar la riqueza distribuida? Y la más profunda de sus dudas: ¿Esta situación tiene algún remedio? Aludo a esa conferencia de María Lejárraga porque su conclusión final también orienta –como decía aquel ciclo de conferencias– el pensamiento político de la España de hoy.

Para Lejárraga, las dudas no son de uno, sino de todos. Y, por tanto, solo pueden encontrarse las respuestas explorando caminos universales y superando los particularismos. A eso animaba la escritora riojana: a superar los particularismos. Hoy lo traduciríamos por aparcar los egoísmos y articular un gran consenso. Sin vencedores ni vencidos. Sin imposiciones ni amenazas. Sin sed de venganza. Sin miedos a cruzar fronteras mentales. Sin espasmos partidistas que acaban por crear monstruos populistas: ya sean de pulsera inflamada, que por días parecen grilletes húngaros, o ya sean de una efímera fiesta pagada con criptomoneda.

Es estéril interpretar la realidad desde los márgenes de cualquier territorio, sea físico o mental. Los envites de la globalización acaban, más pronto que tarde, por erosionar el esqueleto de nuestras sociedades, hambrientas de seguridad en un futuro donde la única garantía es la incertidumbre. El miedo nos atenaza. Hiperventilamos miedo. Un arsenal de miedo que supera, de lejos, a la esperanza, como subraya en su último y reciente libro (El espíritu de la esperanza) un filósofo al que recomiendo vivamente: Byung-Chul Han. Qué paradoja: no parece lógico vivir instalados en el fatalismo cuando los datos contrastados señalan avances sustanciales de la humanidad.

No, este no es el mundo feliz de Tomás Moro y su isla de Utopía, ni mucho menos. Pero, sin duda, es mejor que todos los mundos que nos han precedido; ese es un hecho innegable. El determinismo fatalista no es más que una pantalla cínica para tapar la cobardía; para desertar de la responsabilidad ante los grandes retos pendientes. Igualmente, el ataque por sistema a la duda que alimenta el debate solo es un profiláctico que trata de reforzar el inmovilismo y de ahuyentar los cambios que (casi todos) necesitamos.

Ya es octubre, un mes de antiguas revoluciones que tanto enseñan de desigualdades como de maximalismos sectarios, viejos cielos perdidos por asalto. Ya es octubre, un mes de celebraciones patrióticas en el que algunos rememorarán imperios de ataño en ultramar como quien grita a víscera viva «a por ellos» mientras, otros, hablarán de una lengua impuesta para seguir maltratándola con descaro y cinismo al tiempo que agitan el espantajo de la estulticia por enésima vez. Ya es octubre, y sería interesante que, con la caída de las hojas, florecieran las dudas.

En la Transición dudamos. No fue una obra perfecta. ¿Cuál lo es? Ahora bien: superamos muchos particularismos. Casi cincuenta años después de la muerte del dictador, en mi opinión, nos encontramos ante una nueva oportunidad: la hora del aggiornamento del Estado autonómico. Podremos dudar acerca de muchas cuestiones. Es sano. Sin embargo, hay algunas certezas. La concordia, la lealtad y la confianza deberían ser los principios –de ida y vuelta– que nos guíen en esta nuevo momentum. Los valores que desde la responsabilidad, propicien el pacto –tan denostado como imprescindible– que haga viable la España de Españas real y que la ponga a punto ante los desafíos inaplazables. Un itinerario que revierta los desequilibrios acumulados en las últimas décadas con una ambiciosa acción reformista política, institucional y cultural para centrarnos en lo decisivo: cómo dar una respuesta justa a las transiciones en marcha. A las transiciones ecológica y digital. A la productividad y el crecimiento sostenible. Al reto demográfico que se expresa con envejecimiento, migración, baja natalidad o conciliación. Al fortalecimiento del Estado del bienestar –la vivienda, como desafío urgente– y a la superación de las desigualdades.

Decía Salvador de Madariaga que España merecía una conversación. España, como sugería María Lejárraga, también merece dudar. Dudar cada uno para, juntos, acertar.

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