Opinión | Tribuna

Vicios Privados, virtudes públicas…

Íñigo Errejón y Rita Maestre, en una imagen de 2019.

Íñigo Errejón y Rita Maestre, en una imagen de 2019. / Jesús Hellín / EUROPA PRESS

Desde mi experiencia como mujer, madre, abuela, periodista...o me sorprende en absoluto el lamentable, y más que posiblemente condenable, caso «Errejón».

Lo he vivido en primera persona con otros nombres de hombres, también de la esfera política, pero no solo, aunque es cierto que la aureola del poder, de la fama, del éxito y de don dinero, en muchos XY les hace «venirse arriba», y casi siempre cuentan con la complicidad, permisividad y normalización con la que la sociedad minimiza o ignora los delitos sexuales cometidos contra las mujeres y las criaturas.

Lo sorprendente es que se rasguen las vestiduras ciertos responsables de la vida pública de nuestro país cuando opinan del «presunto agresor sexual», y a la vez continúan sin cerrarse todos los prostíbulos que, con el epígrafe de hostelería, incluso haciendo alardes de patriotas izando la bandera de España (mi bandera), permiten esta deshumanización y maltrato contra mujeres y niñas.

En algunas tertulias de TV y radio se atreven, de manera lamentable, a insistir en aquello de, «¿por qué no denuncian antes?», e incluso dudan de sus motivos. Ignoro si los que se hacen este tipo de preguntas es debido al desconocimiento o si simplemente es la manera de mantener la silla, o temen el efecto dominó. Es por ello que les ruego, a través de estas letras, que se informen, que averigüen y que comprueben cuál es la relación entre las denuncias por violaciones, abusos, y acoso que viven muchas, muchísimas víctimas en España, en Europa y en todo el mundo, y los hombres que realmente son finalmente condenados por ello…

Queridos colegas, la realidad es que un altísimo porcentaje de acusaciones se archivan sin llegar a juicio, y las que tienen la valentía de intentar defender sus derechos sufren una perversa revictimización, siendo fundamental reconocer la terrible situación que viven las madres, y sobre todo la infancia maltratada, cuando denuncian por estos motivos a sus progenitores, convirtiéndose ellas en las perseguidas, y los niños y las niñas en los totalmente desamparados por el sistema (salvo mínimas excepciones).

Les aseguro que no exagero, la mayoría de las veces sus señorías no lo ven, o no quieren verlo, y para colmo sustentan este tipo de injustas sentencias en los informes de los equipos psicosociales adscritos a los juzgados. De este modo sus magistrados se lavan las manos, y ni siquiera les perturba que muchos de estos «profesionales» (evidentemente no todos), obtienen su sobresueldo con ponencias, artículos y cursos de ideología pro falso SAP (síndrome de alienación parental), y sus sucedáneos, pero esto, y el dolor de quienes lo padecen, importa poco.

La verdad es que por mucho panfleto feminista que nos quieran vender en unos u otros partidos políticos, y aún peor los que niegan que existe este tipo de terrorismo machista, o los que lo utilizan para tener sus escañitos en contra de ellos, nada cambia.

Mientras no desaparezca la violencia institucional, quienes piden auxilio y denuncian no lograrán justicia, y aún menos reparación.

Las últimas y vergonzosas noticias del exportavoz de Sumar en el Congreso de los Diputados tal vez callen las del rey emérito, y las de todos sus cómplices, y así dejaré de oír las «justificaciones» (para mí «injustificables») por ese supuesto buen hacer en la Transición, como si todas y todos los españoles y españolas le debiéramos cada respiro de libertad. ¿Acaso no era ese su trabajo?

Si los muertos pudieran hablar, Don Sabino Fernández Campos tendría mucho que decir, estoy segura.

No soy Dios, ni la Virgen María, pero no perdono los «vicios privados encubiertos de virtudes públicas».

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