Opinión

Diario de una tragedia: Frustración

Una semana después de la DANA: al menos 215 víctimas mortales y sin cifra de desaparecidos

Europa Press

La magnitud de la catástrofe es tal que no tienes que buscar historias, vienen a ti. Sales a la calle y en la cafetería de la esquina, en la frutería o en la peluquería encuentras la historia de un bebé de seis meses rescatado de un edificio okupado: los vecinos creían que su llanto era el de un gato. O la de un bar del centro de la ciudad que se ha convertido en vestuario ocasional para los que trabajan y vienen de la zona anegada y allí pueden cambiar su ropa embarrada por la de personas ‘normales’.

‘Normales’, como si alguno lo es en estos días. Al anterior president, Ximo Puig, le gusta regalar libros. El último que dio a los periodistas (creo que fue la última Navidad, cuando ya había dejado el cargo) es ‘La obsolescencia del odio’. El autor, Günther Anders, dice en un ensayo más reciente que el ser humano es incapaz de reaccionar de manera emocionalmente adecuada a la catástrofe.

Me parece que algo así llevamos viendo estos días. Creo que esta será recordada como una gran catástrofe en los tiempos del odio. Tiene esas marcas especiales. Cada día que pasa parece que importa menos la tragedia y gana un punto la saña hacia el otro, la oportunidad de obtener rédito electoral: el virus democrático. Aún no hemos dejado de contar muertos y suena obsceno, desde este lado seco y cómodo del río, algún planteamiento realizado a kilómetros de distancia, donde la política aún es una partida de votos. Aquí ya no debería ser. Aquí ha pasado algo demasiado trágico. Aquí se necesita responsabilidad para estar en lo urgente y toda la transparencia para explicar la gestión de unas horas nefastas. Es tan serio que nada puede ser reservado, privado. Ni un minuto. Pero no es tiempo de ensañarse. Nadie se escapará de rendir cuentas. Antes o después. Es el último poder que le queda a la democracia. 

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