Opinión | Con permiso de mis padres
Mejor agradecer que maldecir
Aquí me tienen, rebasados ya los 50, pensando que prefiero dar las gracias que pedir perdón, porque sigo teniendo mis convicciones

Imagen de montañas / Gorgo, 2005.
Iba a escribir una columna maldiciendo a todos los que, ante una desgracia, arriman el ascua a su sardina y tratan de sacar todo el rédito económico o partidista posible, pero resulta que este texto se escribe el domingo para salir publicado el lunes y casualmente hoy, mientras lo hago, es mi cumpleaños, así que, la verdad, prefiero dedicarlo a menesteres mejores que acordarme de los indignos.
Prefiero, en cambio, dar gracias. En primer lugar, por tener salud, que es la base que te permite disfrutar de todo lo demás y que, aunque la demos por hecho, en cualquier momento su falta nos descoloca la vida. Que aquí podría hablar de los que, en vez de pretender una mejora de las condiciones sanitarias para todos, prefieren una debacle de la asistencia a los funcionarios, porque así todos ciegos y miseria bien repartida. O de quienes salen a hacer batucadas a destiempo (qué papelón, madre mía) para tapar con sus desagradables ruidos la peste hedionda que mana del gobierno que los subvenciona.
Total, que podría dar las gracias porque tengo un trabajo que me gusta, con el que aprendo todos los días y con el que pretendo mejorar, aunque sea un poco, la vida de mis alumnos. Pero entonces tendría que hablar de esos docentes que creen que sus aulas son centros de adoctrinamiento, de donde los chavales tienen que salir con la cabeza llena de (sus) ideas políticas. Y entonces vendría el debate de por qué unos se creen que lo que ellos hacen es bueno pero lo que hacen otros lo mismo es adoctrinar.
También podría agradecer que sigo cerca de mi vocación, el periodismo, que estudié para poder contar lo que pasaba en el mundo, analizando las circunstancias y los hechos. Pero me daría por acordarme de los compañeros que han vendido su voz al mejor postor y son capaces de defender hoy una cosa y mañana la contraria; porque no mienten, simplemente cambian de opinión y no muerden la mano que les da de comer.
He pensado agradecer lo que disfruto del campo y los espacios abiertos y la naturaleza, pero es posible que alguien me afee tener animales y no tratarlos como si fueran personas, sino con la consideración que merecen pero siendo consciente de que alma sólo tenemos los humanos y nuestra vida siempre vale más. O que me echen en cara que crea que la mejor manera de respetar el medio ambiente es mantener limpios los montes, playas y ríos, explotar los recursos naturales con eficiencia y usar la Naturaleza en nuestro beneficio.
Así que aquí me tienen, rebasados ya los 50, pensando que prefiero dar las gracias que pedir perdón, porque sigo teniendo mis convicciones y aunque a día de hoy no son las establecidas, ni las oficiales, ni siquiera las mayoritarias, son las que me hacen sentirme coherente y me enorgullezco de defender.
(*) Feliz lunes. Y gracias por leerme.
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