Opinión | TRIBUNA

Silencio, se sufre

Como el discurso negacionista se va colando por todos los rincones, cada vez se abren menos puertas al pedir ayuda económica para combatir la violencia machista

Violencia de género

Violencia de género / INFORMACIÓN

Existe la creencia generalizada de que lo más importante en la radio es saber hablar. Discrepo. Creo que lo básico es saber escuchar. Y no solo en la radio, también en la vida. Porque escuchar abre paso a la empatía y rompe la carcasa de prejuicios y sesgos que nos hacen cada día más pequeños y más irrelevantes. El algoritmo, los bulos, la epidemia de banalidad, el entretenimiento a toda costa, la trampa del aceleramiento y la pereza intelectual, que en algunos casos ya se arrastra de fábrica, están creando un ejército de personas huérfanas de pensamiento crítico. Sólo así se entiende el éxito de patrañas como «multitarea» o «periodismo ciudadano». El filósofo José Carlos Ruiz define todo este panorama como «turbotemporalidad». Yo creo que sus impulsores no son más que trileros 4.0. Modernos como nunca, tramposos como siempre. Estoy convencido de que en esta coyuntura el papel del periodismo –el de verdad- resulta más necesario que nunca.

Y fue, precisamente, haciendo de periodista, escuchando, que el otro día me topé con uno de esos silencios radiofónicos que rara vez se producen, pero que significan tanto. Juani Aguilar lleva más de treinta años trabajando en un centro para recuperar a mujeres maltratadas. Entre las paredes de ese edificio, un equipo de psicólogas, terapeutas, trabajadoras sociales, cocineras, abogadas... se dejan las pestañas para que esas mujeres recuperen su autoestima y ganen un futuro, para ellas y para sus hijos. Pero como el discurso negacionista de la violencia de género se va colando por todos los rincones, cada vez se abren menos puertas al pedir ayuda económica para combatirla. Y ahora resulta que ese centro está al borde del cierre, después de haber socorrido a casi un millar de mujeres y otros tantos menores. Por eso, Juani se quedó sin palabras cuando le pregunté cómo se le dice a una de esas mujeres que ya no puede quedarse más.

Sus lágrimas podían escucharse. Porque, es curioso, en un mundo donde el ruido y la cháchara intentan colonizar cada segundo de nuestras vidas, hay silencios más potentes que un centenar de homilías.

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