Oscura dureza

Esta fórmula teatral es frecuente. Una reunión entre dos o más personajes y se destapa la caja de los truenos. El desarrollo de la obra parte de la premisa de que «los secretos del pasado escriben nuestro futuro». Ella acude a casa de su padre para anunciarle que se va fuera y así aparece una larga conversación con aquello que no se habían dicho. La oscura dureza y alguna dosis de ternura salen a flote. El instinto de independencia y libertad. Los recuerdos y el replantearse el sentido de sus vidas. O sea, el veterano escritor de éxito y la incipiente escritora efectúan una catarsis a dúo. Hablan y aclaran en Roca negra, de Ignasi Vidal, el director también de la pieza con un Juanjo Puigcorbé que ha vuelto a los escenarios después de una década. Le acompaña María Adamuz en este duelo de rencillas y reproches, donde tampoco faltan, decíamos, rasgos más dulces y la admiración de la joven hacia el padre. Lo personal y el terreno profesional. La verdad y la ficción literaria. En el fondo, ambos son iguales. La pelea tiene sus momentos contundentes y dolorosos e instantes ásperos con más suavidad, gestionados por la pareja de intérpretes de la forma requerida por Vidal. Las acusaciones son el vehículo de autodefensa en un mano a mano con agilidad verbal, naturalidad, diversos matices y algunos giros más o menos creíbles. La batalla existencial discurre por un vaivén de sentimientos. Y Puigcorbé es uno de los populares ganchos para que acudan los espectadores. La variedad rítmica se sitúa en el ámbito escenográfico de Ricardo Sánchez. Un amplio salón, poco habitual actualmente, con cuatro estanterías suspendidas en el aire que no entran en juego durante las acciones. Tienen función simbólica. El texto de la obra, en tiempo real, no atrapa poderosamente la atención ni despierta gran interés, a pesar de que el frente a frente provoque estímulos y tenga su calidad. De todas maneras, se agradece la vuelta de Juanjo Puigcorbé, como lo reconoció el público del Principal de Alicante.