Opinión | Tribuna
Felices años nuevos
Discutir sobre si la serie es una obra maestra o un plúmbeo retrato de la vida cotidiana ha irrumpido en un montón de conversaciones, con la notable singularidad de que no hay sangre

De izquierda a derecha, Rodrigo Sorogoyen, Iria del Río y Francesco Carril en el rodaje de 'Los años nuevos' / Manolo Pavón / Movistar Plus+
Pensé, así de primeras, que podía ser fruto de una brecha generacional. Veinteañeros, treintañeros y jovenzuelos varios a un lado; maduritos, veteranos, y vejestorios, en el otro. Pero no. Es algo transversal, más profundo y me atrevería a decir que más hermoso: la (sana) querella generada a partir de la contemplación del arte, en este caso de una serie de televisión. Discutir sobre si Los años nuevos es una obra maestra o un plúmbeo retrato de la vida cotidiana ha irrumpido en un montón de conversaciones, con la notable singularidad de que no hay sangre. No se insulta, no se descalifica, solo se confrontan emociones, interpretaciones...No se lapida a nadie por pensar distinto y, además, se aceptan los matices; al menos en los foros en los que he participado o asistido como simple espectador. Va ganando Sorogoyen, sobre todo si nos atenemos a la opinión publicada, aunque ahí tampoco existe unanimidad.
En cualquier caso, y es lo que más me reconforta, no estamos hablando de ninguna secuela del Motos contra Broncano, aunque todo discurra en el mismo territorio televisivo. Esto no va de adhesiones inquebrantables ni de rivalidades envenenadas. Lo bueno es que algo tan simple como escuchar los argumentos de quien ha seguido, con ojos distintos a los tuyos, la peripecia de los personajes que interpretan Francesco Carril e Iria del Río -magníficos los dos- puede convertirse en una revelación.
No creo que sea tan importante si militas en el bando de los entusiastas con este arriesgado proyecto de Sorogoyen, o en la tribu de los que proclaman que le ha salido rana. Para mí lo relevante es que no deja a nadie indiferente, que es lo mínimo -y lo máximo- que se le debe pedir al arte. Porque, además, Los años nuevos, una incursión casi quirúrgica en las glorias y miserias de la pareja, y por extensión de cualquiera de nosotros, abre un sinfín de caminos para el debate. Y no conozco muchos placeres comparables a una buena conversación. A ver si se enteran quienes las dinamitan a diario. ¿Que con quién voy yo en todo esto? Con el buen rollo. A muerte.
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