Opinión | Arenas movedizas

El mundo al revés de «Los miserables»

De cómo la política, que casi todo lo enfanga, es capaz de confundir hasta lo ridículo un simple foro gastronómico con un contubernio

En 1862, Víctor Hugo publicó Los miserables, un texto romántico que embauca al lector en la pugna de los dos antagonismos clásicos, el bien y el mal, metiendo por medio los elementos tradicionales que se decantan unas veces de un lado y otras veces de otro: la ley, la política, la justicia, la ética. Siglo y medio más tarde, alejados de las pretensiones literarias del novelista y poeta francés, un grupo de amigos, enfrente unos de otros alrededor de una mesa con el zafarrancho con que se dispone en la mayoría de ocasiones el escenario para discutir sobre leyes, justicia, política o ética —no siempre al alimón—, decide un buen día que mejor que hablarlo en los corrillos de los actos públicos es citarse una vez al mes en un bar de Mutxamel (Alicante), conocido por todos, con Manolo a los fogones (Manolo, «el del Ripmar»), para hablar distendidamente, alabar a unos, cuestionar a otros, sin romanticismos, cena ligera y a precio cerrado, que mañana hay que trabajar. Y antes de medianoche, cada mochuelo a su olivo, que la mayoría ya no está en edad más que para lo que se ha citado allí. El mundo al revés de Los miserables.

Dice un amigo mío que Alicante es tan pequeño que hasta los ciegos se conocen de vista. En la ciudad de los ciegos, la amistad más antigua del grupo se remonta a casi 40 años atrás (padrinos en bodas y bautizos, acompañantes en los funerales, noches de hospital) y la más reciente a la primera década del siglo XXI. Y en ese combo están hace diez años el redactor de Sucesos de INFORMACIÓN de Alicante, Pedro Cerrada; el subdirector del periódico, Jorge Fauró; el redactor jefe de Deportes, Toni Cabot; los empresarios Antonio Alonso, Perfecto Palacio, Miguel Quintanilla y Jesús Navarro; los abogados Luis Berenguer y Ricard Sala; el rector de la Universidad de Alicante, Manuel Palomar; y el director general de la Cámara de Comercio de Alicante y su director de comunicación, Carlos Mazón y Santiago Lumbreras. Un grupo de 12, como los apóstoles, sin guía ni gurú.

Los perfiles son variopintos. Fauró, en INFORMACIÓN desde 1988, hizo un paréntesis de cuatro años y medio en su oficio de periodista para trabajar de jefe de prensa del alcalde socialista de Benidorm Agustín Navarro y regresar a la profesión en 2014; Cabot acabó convirtiéndose en director del periódico; Ximo Puig designó a Alonso en 2020 comisionado de la Generalitat Valenciana para el Plan Renhace de la Vega Baja, sacudida una vez más por una dana (entonces «gota fría»); Palacio estaba a unos años de convertirse en presidente de la patronal valenciana CEV en Alicante y llegó a participar en los diálogos que con el nombre de Volem més! organizó el PSPV-PSOE para la campaña de las autonómicas que Puig ganó por segunda vez; Quintanilla, al margen de su actividad de empresario, era responsable de la Cámara de Comercio de Alicante para el área de Elche, trabajando en el ámbito privado, pero también en el público, con el gobierno del Botànic o los alcaldes de Elche y Alicante, tanto con los socialistas como con los populares; Jesús Navarro era y es copropietario y director general de la empresa de especias Carmencita y en esa ciudad donde los ciegos se conocen de vista socializó a raíz de su nombramiento por el exsecretario general del PSOE valenciano, Joan Ignasi Pla, como consejero de la extinta Caja Mediterráneo por la cuota del PSPV-PSOE; Ricard Sala, abogado urbanista, representaba en los debates el punto discordante por su afinidad con Compromís; Luis Berenguer era y es militante del PSOE, hijo del histórico socialista del mismo nombre y hermano de una exasesora de Ximo Puig —del que fue uno de los responsables de campaña— y actual directora general de Planificación y Evaluación del Ministerio de la Vivienda; Mazón fue entre 2019 y 2023, tras sus comienzos en política y su paso por la Cámara, presidente de la Diputación de Alicante y luego de la Generalitat, y en ambos casos se llevó a Lumbreras con él.

Optaron por lo más socorrido. Un grupo de WhatsApp lo mismo vale para los padres y madres del colegio que para que los madridistas hablen del Madrid y los culés del Barça. Al albur de lo que Manolo servía en el Ripmar nació Delicatessen, una tertulia mensual el último viernes de cada mes, a veces el primero. Se hablaba de leyes, de política, de justicia, de ética y de todo lo contrario: de la banalidad, de lo fútil, de lo intrascendente, de fútbol, ni mucho ni poco off the record porque allí había periodistas y no era prudente. De esa tertulia no salió una sola exclusiva. Lo allí tratado no daba ni para breve doble, si acaso un clickbait. Daba, sí, para quedar algún fin de semana las familias y preparar el argumentario de la cena siguiente por si el debate se ponía soberbio.

En la ciudad tan pequeña donde hasta los ciegos se conocen de vista, pero también más allá, incluido el cap i casal valenciano, algunos vieron en este grupo un lobby de extraños intereses y ánimos de contrapoder. Cuenta uno de sus miembros que para gran algarabía del combo, la teoría de la conspiración también fue objeto de debate, por lo absurdo y ridículo.

Y así, durante cerca de 10 años. Hasta que las ocupaciones o los cambios de residencia de unos y otros lo permitieron, Delicatessen siguió reuniéndose. Queda el grupo de WhatsApp, del que nadie osa marcharse y en el que en ocasiones alguien comparte algún comentario que pasa por el teléfono como un rodamundos entre el polvo en un pueblo del lejano Oeste. Lo demás, lo que se ve desde fuera, ya lo escribió Víctor Hugo.

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