Opinión | EL ÁNGULO
Sin casa, sin coche
Vayan sumando y restando lo que cobran con lo que debería de salir para cubrir las necesidades mínimas en la década de los setenta, un piso y un utilitario por familia
No es verdad que con el mismo esfuerzo de nuestros padres, los jóvenes, ahora, podrían comprarse un piso, dar una entrada y pagar la hipoteca en cómodos plazos. No es verdad que si renunciaran a los viajes low cost, a las plataformas de contenido, al matcha latte y a los sucedáneos de comida «japo» acumularían los 50.000 euros de entrada para un piso de 80 metros. Tendrías que acabar consumiendo las existencias de esa cadena de cafés y, aún así, necesitarías la ayuda de algún familiar.
Y toda esa capacidad de ahorro la tienes que soportar mientras pagas un alquiler, lo compartes con una pareja porque solo ya es como una subida al Everest a pulmón, y percibiendo un salario menor al de hace una década según la OIT.
Ser propietario no va a estar en el ADN de los jóvenes, o de una gran parte, los que siempre han podido lo seguirán haciendo generación tras generación porque ese ascensor interno no se gripa, los de la clase trabajadora tienen bastantes más problemas. El mercado automovilístico está vetado también para ellos, más de un 40% ha subido el precio de los coches nuevos desde la pandemia en nuestro país, arrastrando al sector de los de segunda mano con el precio duplicado en estos 11 años. El precio medio en el mes de noviembre de un coche usado, ocasión lo llaman, es de 20.600 euros.
Vayan sumando, y resten, sobre todo resten lo que cobran con lo que debería de salir para cubrir estas necesidades que considerábamos mínimas en la década de los setenta, un piso y un utilitario por familia. No quiero plantear el modelo propietario de las décadas del desarrollismo español como plantilla fija a replicar, así el mundo se derrumbe. El tiempo es otro y los problemas distintos, heredan nuestros errores y los nuevos condicionantes.
Pero no nos vendan como cambios de hábitos, como nuevas preferencias de los jóvenes algo que viene impuesto por la escasez o por el cambio de valor de aquellos productos que nos parecían ordinarios. Igual que nadie quiere ser camarero por los horarios y el resto de condiciones laborales juntas que creen vivir en esos años de sol y playas, no renuncias a tener un vehículo por tu entrega al transporte público o la concienciación de los gases de efecto invernadero. Es caro sacarse el carné de conducir, comprar un vehículo, asegurarlo, el impuesto de vehículos y la plaza de párking. Con posibilidad de elección realmente libre, veríamos la toma de decisiones.
Lo que sí que han tenido que entender de golpe es que este modelo económico orientado al crecimiento infinito tiene una luz ya a mediados del túnel que es vivir en un planeta finito, el que hemos dejado en usufructo.
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