Opinión | El ocaso de los dioses
El largo y frío invierno sin primaveras a la vista
Cuando hace unos años (2010-2011) las llamadas «primaveras árabes» se abrieron paso hacia una esperanzada democracia para países martirizados por tiranías seculares, crueles, despóticas y corruptas, el mundo occidental, democrático, creyó que el frío invierno de decenas de años de brutales dictaduras abría sus puertas a unas ilusionantes sociedades regidas por los cánones de los derechos humanos y la libertad. Al largo y frío invierno le sucedería la primavera. ¡Qué ingenuidad más torpe! En mayor o menor grado, muchos de esos países se vieron envueltos en una ola de protestas contra sus tiránicos regímenes y sus feroces dictadores en busca de una libertad de la que nunca habían gozado. Hoy, 14 años después, el panorama que contempla esos países y muchos otros de su entorno e identidad religiosa es desolador. Algunos dictadores murieron, otros se retiraron al exilio dorado y los más cayeron en manos del integrismo islámico, que esclavizó al pueblo con mayor dureza que sus anteriores verdugos. Pregunten a las maltratadas mujeres de allí a ver lo que piensan, no al feminismo radical y elitista de aquí, tan fascinado -por puro esnobismo exótico, ignorancia culpable y sectarismo ideológico- con los velos y las supuestas señas culturales de las mujeres encarceladas en sus burkas represores. Si los velos de las mujeres fueran un signo cultural, obstinadas feministas de salón, ¿por qué no lo llevan los hombres?
Ahora ha caído otra de esas feroces dictaduras, la del genocida régimen de El Asad en Siria, merced al abandono del dictador ruso Putin y del dictador teocrático iraní (con China como telón de fondo), y por la anómala conjunción de grupos islamistas que durante años han mantenido una sanguinaria guerra civil con el concurso de intereses de otros países, en especial Turquía, enemiga de los kurdos del norte de Siria. De entre esas fracciones salió hace años el grupo Estado Islámico, que proclamó un Califato en el norte de Siria y el este de Irak caracterizado por su extrema crueldad, sus asesinatos televisados, sus atrocidades con la población civil y su violencia contra las mujeres y sus derechos. Hoy, intentando confundir a la complaciente opinión pública internacional, cómodamente adormecida, se muestran moderados y prometen respetar los derechos de las minorías. Pero eso dijeron los talibanes en Afganistán y ahora ese país es un auténtico infierno, sobre todo para las mujeres. Por cierto, una curiosidad irreprimible que me acecha en los días de frío invierno es conocer por qué no hay manifestaciones del feminismo de salón contra esas teocracias asesinas y enemigas de la mujer.
Ello explica que ninguna de ustedes dos vea a nuestras feministas canónicas -la eurodiputada Irene Montero, las mujeres de La Ceja y una larga lista con nombre y apellidos conocidos-, viajar a Afganistán, Irán y otras dictaduras islámicas para socorrer y dar aliento a las mujeres que, solas, bajo una terrible violencia que en muchos casos cuesta la vida, luchan valientemente por defender sus derechos y su dignidad. Mientras que allí las mujeres luchan contra sus verdugos por quitarse el velo que las somete y discrimina, aquí, nuestras feministas a la carta, desde la cobarde comodidad de las democracias occidentales, las alientan para que lo lleven como símbolo cultural. Qué esnobismo más hipócrita y miserable; qué cobardía infame; qué mentira.
Y precisamente por eso, para acabar con las mentiras y los bulos, con el fango mediático de las malditas redes sociales, de las «influencers» a las que el autócrata Sánchez no puede controlar, su gobierno pretende cercenar la libertad de expresión, estrangularla todavía más, con una especie de derecho de rectificación cuando dichas redes propaguen un bulo, una fake news, una mentira. ¿Y quién será el árbitro para determinar qué es una noticia falsa? Fácil respuesta: los mejores y más acreditados catedráticos de la mentira; a saber: la Moncloa, el propio Gobierno y sus lacayos mediáticos. En esas facultades de la mentira y el fango informativo se han graduado los más sobresalientes alumnos y alumnas, cada cual, con su respectivo máster adulterado, falso. No deja de tener guasa antidemocrática que una máquina de mentir tan inicua como la de Pedro y sus lacayos exija un derecho de rectificación a los demás para que así solo puedan mentir ellos y ellas. «¿Por qué nos ha mentido tanto?», le preguntó un moderado Alsina en su entrevista de 2023. Bueno, contestó el catedrático emérito, «han sido cambios de posición política». Cínico y espurio uso de la dialéctica hegeliana (aunque no conozca a Hegel): afirmo, niego y supero.
Todo nace (aunque en la ontológica condición sanchista esté grabado el estigma de la mentira y la falsedad política) a partir de que juzgados y tribunales, unidades especializadas de Guardia Civil y Policía Nacional, y los pocos medios de comunicación a los que aún no han podido amordazar, estén destapando el fétido olor que desprende esa fosa séptica en que se ha convertido Moncloa, el Gobierno, el secuestrado PSOE del autócrata, y los medios que le rinden vergonzosa pleitesía dando eco a sus mentiras pese a saberlas (¿dónde están los ultraderechistas de la dana?). Pero aquí solo hay jueces fachas que no asimilan la democracia, periodistas del tardofranquismo que no comulgan con la verdad sanchista, amargados exdirigentes del PSOE que no siguen el dogma Zapatero: «En el PSOE la lealtad por toda regla», más de 12 millones de ciudadanos fascistas que no le votan, y las redes sociales adversas. Pues leña con todos ellos hasta que aprendan el amor al Gran Timonel, al hombre que, aunque destruirá al PSOE o lo dejará enfermo crónico con ventilación asistida, guía a su plebe desde la verdad revelada que le han proporcionado todos los casos de escandalosa corrupción habidos y los que se están investigando. Y para testar la calidad democrática de este Gobierno («¿de quién depende la Fiscalía? Pues eso.»), nos enteramos del borrado, de «cero mensajes» del móvil del fiscal general del Estado los días de la presunta filtración de la pareja de Díaz Ayuso, la rival política que obsesiona a Sánchez. Ejemplar e impecable colaboración con la justicia.
No se engañen, ocurrió con las primaveras árabes y volverá a ocurrir. Tras el largo y frío invierno no llega la anhelada primavera, sino un dictador de apariencia democrática que, valiéndose del propio sistema, de las mentiras y los juramentos incumplidos, va cambiando de opinión día a día -sin el más mínimo decoro ético, estético, ni moral- con tal de hacer eterno su poder, ese que le posibilita esclavizar la democracia a su antojo. Abríguense bien, puede que el invierno se haga muy, muy largo. A más ver.
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