Opinión | La pluma y el diván

Mensajes creíbles

Imagen de un polémico anuncio de la DGT.

Imagen de un polémico anuncio de la DGT. / Getty Images

Es impresionante el poder que puede llegar a ejercer sobre nosotros un simple anuncio, donde una sola imagen estática es capaz de sugerir el mejor sexo cuando lo que nos está vendiendo es un coche utilitario familiar o el mejor sexo cuando lo que quieren que compremos son unos pantalones vaqueros.

Lo más curioso del asunto es que, en general, nunca llegamos a creernos lo que se nos dice en un anuncio, unas veces por mera defensa y otras por petulancia, pero el mecanismo de influencia se dispara y somos pasto de la publicidad, por muy rastrera y mentirosa que pueda llegar a ser.

Si lo que quieren vender es un producto relacionado con la salud, inmediatamente echan mano del experto, vistiendo al modelo de turno con bata blanca y fonendoscopio al cuello, dignificando y convenciendo al más cauto espectador. Está claro que vender es igual a credibilidad, y sea lo que sea que pretendamos encajarle al otro tenemos que ser creíbles.

Campañas bien orquestadas que han dejado rastro en nuestras memorias son las de Benetton, empleando la muerte como caballo de batalla y fenomenalmente ilustrada con fotografías de muertos de lo más creíbles, que hacían remover conciencias y, sobre todo, vender sus prendas por el mundo entero a fuerza de publicidad escandalosa. La DGT vende miedo sin parar, porque sigue opinando que con esta estrategia de venta reduce las muertes por accidentes de tráfico.

Otras tácticas se apalancan en la pura ficción y resultan ser tan creíbles como las historias reales. Desde el cine y la televisión se catapultan una cantidad inusitada de productos que hacen las delicias de los patrocinadores. Existen en el mercado un número increíble de artículos vinculados a grandes y pequeñas producciones, desde unas simples gafas de sol hasta un coche deportivo de alta gama.

Lo importante es que los receptores de los mensajes publicitarios se dejen convencer de las bondades de cualquier cosa y que, al final, no se vean a sí mismos sin ser poseedores de aquello que les presentan sus grandes estrellas del celuloide.

Desde la más absoluta frialdad emocional, todo es susceptible de venderse y comprarse, lo que puede producir escalofríos. No sé qué pasará por la cabeza del creativo publicitario a la hora de devanarse los sesos para generar un anuncio que consiga convencer a las mayorías, aun a sabiendas de que el producto a promocionar es pura bazofia, un engaño camuflado o una simple ilusión.

Seguramente a muchos les costará dormir por la noche por cargos de conciencia y otros disfrutarán como gorrinos al ser capaces de doblegar voluntades.

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