Opinión
Los misterios de Mazón
Han llegado las fiestas navideñas y aquí estamos, con las penas como puños y sin muchas luces en el corazón. Como ondas sísmicas, estas heridas del alma menguan según se alejan de los epicentros de la tragedia, pero a quien más y a quien menos nos alcanzan, nos sacuden. Nadie se libra, aunque sabemos que tendremos que apartarlas hasta donde se dejen, que la inercia festiva y los requerimientos de los más próximos pondrán una suerte de paréntesis tenue, culpable incluso, entre lo vivido desde el 29 de octubre y la gracia difusa pero poderosa de belenes, abetos y señores de los regalos. Sin duda conoceremos ejemplos encomiables de solidaridad renacida con la llegada del invierno.
Por un par de semanas se reducirá también la algarabía de la política, tras otro Pleno de Corts caótico, en el que el PP, cínico hasta la náusea, decide que lo mejor es sacar su navajita plateada y decir que ya está bien, que ellos no han sido, que los otros son los culpables. Será buena esa paz relativa. Tiempo habrá de examinar expedientes, de consultar discursos, de revisar teléfonos, de abrir causas, de agilizar procedimientos. Pero hay una cuenta íntima, difícilmente mensurable en euros, a la que no renuncio a aludir. Porque si renunciamos a entender, también, el porqué de la política y nos conformamos con los porqués de las aguas y los barros, estamos perdidos, condenados a aceptar que lo sucedido era inevitable y que la ineptitud es consustancial al alto cargo.
¿En qué se parece la reacción a la dana y la trifulca en torno a la frustrada quita de la Facultad de Medicina a la UA? Pues se parecen en una actitud política de Mazón y del PP valenciano que se explican, precisamente, por ser imposibles de explicar. Estos arcanos, eso que queda sin poderse decir, son como los Misterios de Fátima: fiebre del desastre, agravio a quien no merece ser agraviado, invitación al silencio de cobardes y perseverancia en los territorios del absurdo de quienes creen en estas Cosas. Lo malo es que los Misterios de Fátima fueron, o son, tres, si no me equivoco. Las medidas del Consell del PP para desmontar el aparato que favorecía la transparencia va a acabar teniendo una finalidad mágica, teológica.
De un tiempo a esta parte, seguramente por razones de la edad, suelo decir a quienes preguntan mi opinión sobre determinados asuntos políticos, que mejor que esperemos a la labor de los futuros historiadores, porque o seremos irrelevantes o ellos nos redimirán. No sé lo que opina Mazón y sus chicos del coro de esta idea. Lo malo es que él si se ha ganado un lugar ante el tribunal de la Historia y es difícil que consiga absolución. Ni siquiera ha explicado sus razones. Ni siquiera ha mostrado arrepentimiento espontáneo. Y eso ahora es tan necesario como otras cosas del querer y del comer. Estamos esperando. Pero no sabe.
Por eso traigo a colación el rifirrafe que provocó con el «allanamiento» judicial con el que se ponía de parte de la UMH, personada en juicio para arrebatar a la UA los estudios de Medicina –la segunda vez: esta, como debe ser, en forma de farsa-. Mazón nos debe una explicación también en esto, aunque su gravedad sea minúscula en comparación con la dana. No puede contar aquella que nos ofreció –teatro del absurdo-, en uno de los discursos más bochornosos a los que he asistido -¡y llevo unos cuantos!-, el conseller Rovira en la apertura del Curso de la UA: sin elegancia ni prudencia desgranó razones jurídicas inexistentes. Donde querían evitar conflicto pusieron querella, donde quisieron pasar por dialogantes dieron palo, donde quisieron festejar triunfo humillando a una universidad, han cosechado una derrota judicial. Pero la pregunta sigue ahí: ¿para qué? Sólo podemos conjeturar intereses privados que andaban con prisas y calculaban que el negocio les iría mejor adelantando la seguridad y eliminando la incertidumbre de las sentencias. En algún despacho estarán lamentando estas prisas.
De este misterio, sin decir su solución, pretenden salir alcaldes del PP, felices de la sentencia cuando antes se limitaron a bisbisear naderías con los labios secos. De él nada quieren hablar aún empresarios y otros que moralmente estaban obligados a ser claros y rotundos. El rector de la UMH sigue animando la fiesta, esperando no sé qué réditos de sus extraños saberes leguleyos, amagando con encenagar la cosa con el asunto de las prácticas. Y, curiosamente, creando entretenidas dificultades a Mazón, que ahora sólo puede decir lo que debió decir antes, cuando se creía un rey vestido de halagos y luego sólo se quedó con un inolvidable chaleco. Dice Mazón que él está a lo que dispongan los jueces. Pues eso. El Rector de la UMH, sin embargo, encuentra que la sentencia es «política», que ya es mala suerte que la única sentencia «política» que se sabe que haya perdido el PP en años sea esta. Lo mismo tiene que ser Mazón quien se lleve una palma de paz si consigue convencerle de que no están los tiempos para estos desplantes. Que, para empezar, él ya no es quien era ni quien soñó ser.
Mazón necesita ese rayo de armonía, la que se negó allanándose y en tantas otras cosas que fue esparciendo en su mandato para mostrar quién manda aquí. Le queda, en fin, la Cámara de Comercio de Alicante, fiel baluarte de esencias, que sabe que no toca cuando le toca a la derecha y siempre toca cuando le toca a la izquierda. Proclamado queda que la provincia de Alicante, la de las dos Facultades de Medicina que defendieron tantos empresarios, insisto, será el trampolín, qué digo trampolín, la cabeza de playa desde la que Pelayo Mazón comenzará la reconquista de los corazones. Supongo que el presidente cameral, en privado, será más franco, le habrá dicho cosas de las que tocan el alma, qué sé yo: «Tranqui bro, que si no puedes volver al Ventorro siempre tendrás un apartado en la Cámara, tu Cámara».
Qué tristeza tener que escribir estas cosas en vísperas de la Navidad. Echar de mala leche para compensar la frigidez de hielo de otros. Pero es que tengo la suerte de acceder a estas páginas. Poder no me da, pero sí la satisfacción, lóbrega a veces, de poder ponerme del lado de los que difícilmente pueden alzar la voz u organizar sus pensamientos en líneas y párrafos. Qué tristeza y qué coraje. Y las que veremos. Unos cuántos terceros Misterios si algunos no saben limpiarse de soberbia, siquiera sea poniendo cara de felicitación navideña, tragando espumillón, brindando con los humildes sin poner un rictus de susto.
Hace una semanas Juan Ramón Gil aludió en estas páginas a la intervención de Mazón en les Corts, poniendo el termómetro de su fracaso en la gélida temperatura emocional que desprendía. Eso no se aprende ni con coachs de la Cámara ni con milagros jubilares del Alcalde de Elche. Para eso mejor la honda humanidad de Shakerspeare en Hamlet. Porque en eso le va su «ser o no ser». Pero lo que es más importante -lo pienso leyendo un estupendo libro de Richard Sennett: «El intérprete»-: hay una escena en la que un grupo de actores llegan al castillo de Elsinor para representar una obra de teatro y Hamlet queda muy afectado por el llanto del actor principal –«el río fecundo en el ojo»-. Al acabar la obra, el rey reflexiona sobre cómo es posible que el actor sea capaz de provocarse sollozos y él, en medio de una tragedia real, no pueda, y se pregunta: «¿Qué haría él si tuviera el motivo y la indicación para la pasión/ que yo tengo? Inundaría el escenario con lágrimas». Hamlet se daba cuenta, al menos. Pero eso es lo que muchos siguen esperando en este tiempo infecundo. Pero no habrá lágrimas si cada acto político no puede tener grandeza, si sólo hay actores dados al sainete, si el tono de la voz vibra de falsete, si cada paso es una muestra adelantada de debilidad.
En fin: paz en la tierra, en las Comunidad Valenciana, a las gentes de buena voluntad. Este año tocan lágrimas. Pero que no nos roben las risas del futuro, también en honor de las víctimas.
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