Opinión | Tribuna

Aquellos aguinaldos de entonces

Aquellos aguinaldos de entonces.

Aquellos aguinaldos de entonces. / INFORMACIÓN

En estas fechas que se avecinan, me vienen a la memoria muchas cosas de mi juventud en Orihuela. Es inevitable que uno rememore algunos hechos y costumbres de la Navidad de su adolescencia. Una tradición muy generalizada en aquella época eran los aguinaldos.

Unos días antes de Nochebuena, los picaportes de las casas y las campanillas (entonces existían muy pocos sistemas electrónicos), sonaban con mucha frecuencia; todo el mundo esperaba en su casa por esas fechas a gente que solicitaba el aguinaldo.

Los que no faltaban nunca a la cita eran, en primer lugar el cartero. Este funcionario iba siempre con uniforme de sarga gris en verano y de paño azul marino en invierno, tocado con su reglamentaria gorra de plato, una enorme cartera de cuero colgada al hombro y echada hacia la espalda, las manos también ocupadas con sendas misivas; llegaba a la puerta de las viviendas y, tras tocar, acudía el ama de casa, ésta era felicitada por el probo repartidor postal que siempre era recompensado con algún dinero, nunca más de una moneda de cinco pesetas, (el tradicional «duro»).

El barrendero municipal era otro incondicional a la cita, cuando se dedicaba a solicitar el aguinaldo aprovechaba su día libre lo más cercano a Nochebuena y realizaba el recorrido. Visitaba los domicilios de calles y plazas donde ejercía su trabajo, en esa jornada se ataviaba con su mejor ropa, se peinaba y afeitaba pulcramente y con unas tarjetas de visita que reproducían un dibujo del típico barrendero con la escoba en la mano y la inscripción «El barrendero de su calle le desea unas Felices Pascuas y un próspero Año Nuevo»; entregaba su felicitación y esperaba algunas monedas que, casi siempre recibía.

La Policía Municipal que dirigía el tráfico con su gabán azul marino y casco blanco no tenía por costumbre pedir el aguinaldo, pero se puso de moda a medida que en España iba creciendo el número de vehículos el reconocer la importante labor de estos agentes, (toda vez que los semáforos eran muy escasos), y los automovilistas recompensaban a dichos funcionarios municipales con alguna botella de bebida típica navideña o tableta de turrón; lo hacían desde su vehículo aminorando la marcha al pasar por el lado del agente, sacaban la mano por la ventanilla y dejaban caer el presente. Esta costumbre, que en principio la pusieron de moda los taxistas madrileños, comenzó a proliferar por toda España después de estrenarse la película «Manolo guardia urbano» donde se contemplaba tan simpática escena.

Otro colectivo que se sumaba a la práctica de los aguinaldos eran los serenos o vigilantes nocturnos, quizá con más justificación que nadie porque estos hombres no percibían sueldo alguno por parte de los ayuntamientos. Realizaban su importante labor de vigilar por las noches casas y establecimientos en calles y plazas sólo con las aportaciones periódicas que recibían voluntariamente de los vecinos o comerciantes. Tampoco portaban armas, por todo uniforme vestían un guardapolvo gris y una gorra de plato del mismo color, para su defensa utilizaban un callado y un silbato que hacían sonar cuando necesitaban la ayuda de la patrulla policial.

También los niños recibían su aguinaldo de mano de sus padrinos o familiares.

El aguinaldo, que no tiene nada que ver con la propina que generalmente se le daba a los barberos, botones de hotel, acomodadores de cine, aprendices artesanos, repartidores, camareros, etcétera., era una bonita costumbre que ayudaba e ilusionaba a los trabajadores más humildes.

¡Qué bonita costumbre aquellos aguinaldos de entonces!

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