Opinión | Una ibicenca fuera de Ibiza

Libertad, qué bonito nombre tienes

Aquella muerte de Franco en blanco y negro dejó paso a una democracia en tecnicolor y una muestra casi la estrenaron los colchoneros

Sant Antoni, Ibiza.

Sant Antoni, Ibiza.

Cuando era niña viví en dos ocasiones la cancelación de las clases en aquel pequeño pueblo ibicenco del que provengo. Los motivos fueron tan dispares como la muerte de un dictador y un partido de fútbol. Ajá. Cuando en 1983 la S. D. Portmany de tercera regional se clasificó para la tercera fase de la Copa del Rey y se enfrentó ni más ni menos que al Atlético de Madrid. Nos visitaba en casa en primera ronda y nos dieron libre en la escuela para ir a ver el partido, así que estos ojitos vivieron la epopeya del empate 2 a 2. En el partido de vuelta, perderían 3 a 1, pero esa… es otra historia.

La muerte del tirano Francisco Franco la recordarán más o menos las generaciones X y anteriores. Yo era una recién llegada al mundo, pero percibía que algo verdaderamente temible sucedía cuando en lugar de la carta de ajuste, una retahíla de noticieros en blanco y negro mantenía a mis padres inmóviles frente aquel televisor de madera. No tenía ni edad de hacer preguntas, pero pregunté viendo aquel ataúd si no estaba prohibido enseñar muertos en la tele y mi madre, sin apartar la mirada de la pantalla me respondió: «Pero es que es Franco». «Franco». La primera vez que lo escuché nombrar ya estaba muerto, sin embargo, llegaba envolviendo la voz de miedo e incertidumbre.

Miren si cambiaron las cosas, algunas poco a poco y otras de sopetón, que aquel pueblo mío no era el mismo para cuando nos visitó el equipo de Luis Aragonés. Literalmente. Aquella tierrita denominada Sant Antoni de Portmany como resultado de su pasado catalán y su nomenclatura latina, «Portus Magnus» –«Gran Puerto», en referencia a su espléndida bahía–, sufrió en sus arenas, como tantos otros lugares con nombres en lenguas cooficiales, el yugo de la católico-castellanización, que cambió el Sant Antoni de Portmany por San Antonio Abad. No solo cayó la toponimia. Basta echar un ojo a los DNI para comprobar que también a los nacidos en aquella época nos cargaron la losa de la católico-castellanización en nuestros propios nombres, traduciendo o anteponiendo el pegote de un «José» o «María».

Pero aquella muerte de Franco en blanco y negro dejó paso a una democracia en tecnicolor y una muestra casi la estrenaron los colchoneros. Aquel año de acabar en tablas fue el mismo en que mi pueblo, Sant Antoni de Portmany, recuperó su nombre. A mí me llevó más tiempo pero, peroién hice lo propio y nos despojamos del impuesto santo «Abad» y «María del», que son formas como tantas otras de eso que llamamos libertad. Y libertad, qué bonito nombre tienes, pero ojalá fuera la liberación de que ningún dictador muera en su cama en lugar de ajusticiado. Como aquellos a los que emulaba y sin cuyo fomento jamás de los jamases habría logrado la cuestionable victoria de acabar con el Gobierno democrático de la Segunda República a golpe de Estado.

Pero nada de esto aprendí en aquel pequeño colegio de aquel pequeño pueblo renombrado. La generación EGB pasó de puntillas, que nada disturbara aquella «transición». A lo más que me alcanza la memoria es a haber oído hablar –y mucho– de una «guerra entre hermanos». De un «Gobierno del caudillo» sin que ni una sola vez leyera en aquellos libros de texto la palabra «dictador» o «dictadura». Ni una palabra de las al menos 130.000 personas ejecutadas durante la guerra, sí, pero también acabada esta en los denominados «procesos sumarísimos». Los 450.000 que huyeron al exilio y los otros tantos en campos de internamiento o prisiones. Ni de las cunetas, ni los bebés robados. Ni los españoles en campos de concentración nazis. Aunque no lo eran, pues Franco los consideró «apátridas» o «indeseables». Tampoco nos enseñaron que la dictadura acabó con el voto de la mujer o su igualdad con respecto al hombre como tantos derechos recogidos en la Constitución de la Segunda República de 1931. Se prohibió el divorcio con carácter retroactivo, el aborto, así como la fabricación y consumo de cualquier método anticonceptivo. Y eso explica... ¡tantas cosas! Que cuando veamos que tergiversan ¡o glorifican! Esos oscuros años, urge poner la memoria a recordar.

Ha anunciado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que el próximo 2025 se conmemorarán los «50 años de España en libertad». Sin embargo, el presidente advierte de que «esa victoria nunca es definitiva. Hoy, discursos de reivindicación de la dictadura profanan hasta el templo de la democracia». Apenas días antes profanaba este Templo por enésima ocasión un diputado por la ultraderecha afirmando que «Gracias a las redes sociales muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior de la Guerra Civil no fue oscura, como nos vende este Gobierno, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional» como prueba viviente de aquella frase del español Jorge Santayana inmortalizada a la entrada del campo de exterminio nazi de Auschwitz: «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo».

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